¿En quién creer?

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19 de febrero de 2020
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12:13 am
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¿En quién creer?

El miedo… también es viral

Por José María Leiva Leiva

Mantener la confianza -aún en grados mínimos-, en el gobierno, sus funcionarios e instituciones es cada vez un reto harto difícil de conseguir en estas honduras de lágrimas, componendas y escándalos por donde se le vea. Desde luego, lo inexplicable también adquiere carta de ciudadanía. La última perla: ¿Cómo es posible que por años se investigue a alguien por sospechas de dineros mal habidos y al final de cuentas más bien se le premie promoviéndole en un cargo?

O todos están coludidos y son parte de esta bien montada farsa, o bien una parte le tomó el pelo a la otra jugando enchute con ella. Así de sencillo. Si este fuese el caso, entonces por dignidad, estos últimos deberían renunciar pues los “mandraqueros” de siempre los están embarrando en su sucio y despreciable juego. En cualquier caso, estos “honorables” ya han logrado convertirse en el hazmerreír de propios y extraños, además de perder todo tipo de credibilidad en la prestación de sus funciones.

Me resulta inconcebible y fuera de todo orden y lógica, pero ¿Cómo puedo yo evaluar o juzgar a alguien si quienes están encargados de suministrarme la información requerida me oculta datos significativos y solo me da aquellos que les conviene? Por Dios santo, me están arrastrando a ser parte de sus perversas intenciones. Por otro lado, ese eslogan de “servir y proteger”, ya merece una profunda reflexión y redefinición. De entrada se me ocurren dos interrogantes: ¿Servir a quién? ¿Proteger a quién?

En su conjunto, es una situación arrecha y complicada, pues no tengo ni la más remota idea en cómo se puede limpiar y ordenar esta suciedad política. Así, en un plano abierto y general figura un partido político hecho gobierno que goza de la bendición de los norteamericanos, y parece sentirse muy cómodo dirigiendo a su antojo y placer los destinos de la nación. Frente a él una oposición timorata y dividida que luce más preocupada por sacar al “dictador” y gozar de las mieles del poder, que por elaborar y ejecutar un verdadero plan de gobierno de progreso y desarrollo sostenible en provecho de las grandes mayorías.

Vistas así las ejecutorias de unos y otros, soy uno de los que no cree ni el bendito de estos politiqueros, acostumbrados al engaño de los bobos, la mentira y la corrupción. Es toda una cultura de antivalores que por desgracia, ha terminado por imponerse en casi todo el tejido social. Longino Becerra, en su ejemplar obra “Ética para jóvenes”, se refiere a las características de la que considera “una nueva etapa revolucionaria en que vivimos, señalando, además del predominio en ella del conocimiento, la novedad, la diversidad y la transitoriedad. Elemento este último, en el que, por la aceleración del modo de vida de la sociedad contemporánea, todo es transitorio, todo es ad-doc”.

“Vivimos -dice-, el imperio de la ad-hocracia. Nada es permanente, firme, pues la cultura del guárdese ha sido sustituida por la cultura del tírese después de usarse. Valores tan significativos como la familia, el hogar, el matrimonio, el amor, el trabajo, la educación, o el arte, son objeto actualmente del desuso planeado… por lo que debemos acostumbrarnos a tirarlos como el papel higiénico, las toallas sanitarias, o los platos, los vasos, las cucharas y los tenedores de plástico que utilizamos en casa o en cualquier festividad social”.

“Al final -comenta el autor hondureño-, este fenómeno de cambio permanente de forma de vivir, trae como consecuencia, una crisis de identidad personal, pues, en vez de formarse un solo yo, más bien se genera lo que ha sido tipificado como egos en serie”. Por su parte Alvin Toffer, en su libro “El shock del futuro”, señala que “la sociedad del presente sufre una especie de “vértigo de valores”, al encontrarse torturada por la incertidumbre en cuestiones de dinero, propiedad, ley y orden, raza, religión y Dios, familia y personalidad”.

Toffer, concluye que “una sociedad que se fragmenta rápidamente a nivel de los valores y los estilos de vida, desafía todos los viejos mecanismos integradores y exige una base completamente nueva para su construcción”. Por su parte, Miguel Ángel Cornejo, en su libro “Todos los secretos de la excelencia”, comenta que “vivimos la era del no esfuerzo. Es la era del amor ligero: de romances que se inician y terminan en unas cuantas horas, del sexo rápido y sin compromiso”.

“Del robar porque lo necesito, del matar porque me estorbas, de una moral ligera en donde cada quien diseña su propio código de conducta. Vamos cayendo en llevar una vida sin compromisos… En resumen, lo que demuestro en la práctica son los valores que poseo”. De aquí pues que no sea para nada extraño el hecho que ahora no hayamos en quién confiar, en quién creer. En mi caso, espiritualmente creo en un Ser Superior que me dio la vida, y en mí mismo, el resto, especialmente los politiqueros de toda laya… que les den por saco.

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