Entre el honor y el interés

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19 de febrero de 2020
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12:12 am
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Entre el honor y el interés

Por Denis Castro Bobadilla

Doctor y abogado
II Vicepresidente del Congreso Nacional

Considero que uno de los grandes honores a que puede aspirar una persona es representar a un país amigo en la patria en que reside. Este honor lleva un nombre: Cónsul honorario, e implica algunos compromisos y responsabilidades que se asumen y desempeñan con altura y con dignidad. Se trata, pues, de llevar en las manos la bandera de la nación que premia con su confianza a quien elige como su representante honorario, basado todo esto en el buen nombre, el prestigio y la credibilidad del elegido.

Esta figura del cónsul honorario es vieja, y en nuestros días es muy común, sobre todo entre aquellos países que, por ser pequeños, delegan su representación en ciudadanos dignos del país en el que deben ser representados.
Su misión es emitir visas, pasaportes y hacer acercamientos comerciales, culturales y de otra índole, y que sirvan para dar a conocer al país y acercar más a ambas naciones. Por todo esto, los cónsules honorarios no reciben un salario, como el diplomático de carrera, por ejemplo, sin embargo, gozan de algunos privilegios especiales en el país donde residen, como ser inmunidad para todo acto relacionado con su labor consular, derecho a no ser registrados, derecho a usar valija diplomática y a la protección e inmunidad de su domicilio, entre otras. Además, pueden poner el escudo y la bandera del país que representan en la fachada de su casa. Privilegios que corresponden al gran honor de representar a una nación amiga con la dignidad y la altura que corresponden, sin embargo… Bélgica, Holanda, España y Suecia, para mencionar a algunos países, tienen, al menos, quinientos cónsules honorarios cada uno. Y en Honduras, los cónsules honorarios son numerosos. Muchos desempeñan su labor haciendo honor a la confianza depositada en ellos, pero otros abusan y sobreabusan del cargo y, amparados en la inmunidad mal entendida y peor interpretada por nuestras autoridades, importan de todo libre de impuestos, otorgan pasaportes y carnets diplomáticos a sus hijos, esposas y amigas especiales para que paseen por el mundo sin asumir las responsabilidades que debe asumir el hondureño común. Para esto, un ejemplo basta: hijos de cierto cónsul honorario presentan su carnet diplomático y no pagan el impuesto obligatorio por usar el aeropuerto de Toncontín.

No solo es que este derecho no es heredable ni se extiende a los parientes, sino que representa un abuso del cual, seguramente, la nación representada por este cónsul honorario no se da cuenta de las cosas negativas e ilegales que se hacen en su nombre.

Pero esto no es todo. Hay cónsules honorarios que importan bienes y materia prima para sus negocios, amparados en su cargo y evadiendo el pago de impuestos, y hay quien se pregunta ¿qué más pueden importar y exportar los cónsules honorarios?

Para un experto en seguridad, cargos como estos pueden prestarse para ilícitos graves, que no podrían ser perseguidos ni castigados porque la inmunidad diplomática le impide al Estado investigar a los cónsules. Y, aunque esto es un error, basado en la mala interpretación de la inmunidad, a nadie le interesa definir y enumerar los aspectos que abarca este privilegio, y cuáles no.

Si el cónsul honorario es nombrado para proteger los intereses del Estado que representa, si va a fomentar las relaciones comerciales, culturales y científicas entre los dos estados, la emisión de pasaportes y documentos de viaje a los nacionales y visas a sus conciudadanos, entonces, su labor está clara, aunque la Convención de Viena para las relaciones consulares, de 1963, no define claramente la labor del cónsul honorario. Por otra parte, no se ha escrito en ninguna Convención, que el cónsul honorario puede aparecer en medios de comunicación emitiendo opiniones políticas en contra del gobierno ante el que está acreditado, ya que debe regirse por el mismo principio de neutralidad y de no intervención en los asuntos internos de los países que se rigen los diplomáticos de carrera.

Pero en Honduras todo es al revés. Aquí, muchos cónsules honorarios dejan el honor del cargo a un lado, y usan sus privilegios para hacer grandes negocios personales y familiares, y para convertirse en una casta aparte, una especie de raza aria intocable que no vela más que por sus propios intereses.

Es urgente que los países que han honrado a estas personas con tan dignos cargos ejerzan un control sobre sus actividades, apegadas a las leyes propias y del país en el que son representados, y que conozcan a qué se dedican realmente sus cónsules honorarios.

Por desgracia, estados bien intencionados no se dan cuenta que, en este país donde todo se puede, llegan a ser cómplices, sin quererlo, de actos reñidos con la ley… y que manchan la grandeza de su propia nación.
El que pueda entender, que entienda.

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