Mirada de Lector: LIBRO PARA REVISAR EL PASADO Y UNA LECCIÓN DE MODERNIDAD

ZV
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8 de marzo de 2020
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12:43 am
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Mirada de Lector: LIBRO PARA REVISAR EL PASADO Y UNA LECCIÓN DE MODERNIDAD

Por: Juan Ramón Martínez

Nací y crecí, en el “fondo verde” los campos bananeros de los municipios de Olanchito, Arenal y Sonaguera. Mi padre, un emigrante que dejó su familia en una aldea empobrecida por la mezquindad de los recursos, en Olancho, y que fuera cerca de cincuenta años, peón de la empresa bananera, trabajando para que el banano de exportación, satisficiera a los consumidores estadounidenses y le diera a Honduras, las divisas necesarias para estabilizar su economía. Desde los ocho días de nacido, viví en Coyoles Central – en la parte baja donde residían los peones, en un barracón que destruyera un incendio y del que solo queda una fotografiá, donde lucen recién casados, mi padres Juan Martínez ( 28 años) y Mercedes Bardales de Martínez, “Menchita”, para entonces y años después doña Mencha ( 23 años). Algunos años después, me contaba mi padre, preocupado por las condiciones de Coyoles Central, – “había mucho paludismo”, refirió– vivimos con mi madre en Olanchito un par de años para después, a los cinco en Culuco, el escenario en donde Ramón Amaya Amador, ubica el escenario de su novela inicial: “Prisión Verde”. Un alegato de los ganaderos del Valle del Aguán, disgustados porque tenía que detener a sus vacadas que pastaban libres, por medio de potreros que tenían que mantener cercados, en contra de la agricultura moderna, convertido después en un inútil manual marxista para formar a los jóvenes estudiantes universitarios que no dio éxito; ni produjo el movimiento político esperado. Aquí, supe de la particularidad del barracón, de las aguas que discurrían por canales y bocatomas que alimentaba el río Aguán, de la belleza de los bananales, de la dulzura de sus frutos y compartí en la admiración del niño hacia su padre, el respeto por los hombres que participaban en las faenas para hacer posibles que las fincas dieran los frutos exigidos por los consumidores estadounidenses. Después, vivimos en Tiestos – un campamento provisional, de casas con techos de manaca y piso de tierra– para establecernos en La Jigua – de los siete a los 18 años– en donde forje una cosmovisión de la vida y empece a hacerme hombre. Empece a no temerle a los “muertos”, a vibrar ante los cuentos de Gregorio Corleto que mi padre, –dentro de su realismo irreductible–, creía eran soberanas mentiras. Posiblemente allí también, en la soledad de los caminos, bajo el sol indiferente bajo las lluvias coléricas de los inviernos inesperados y oyendo la historias noctunas de “Goyo” Corleto, decidí hacerme escritor, en la medida en que mi padre que confiaba como nadie en la educación – pese a que nunca pasó un día siquiera en la escuela primaria – para que yo no fuera, como me dijo una vez, como él, “esclavo de la compañía”. Sin embargo y nunca en contra de su voluntad, en dos temporadas de vacaciones durante estudiaba en la Escuela Superior del Profesorado, fui trabajador temporal de “la compañía”, en el campo de Nerones, Colón, en donde por un salario de 5.35 lempiras al día, de 7 a cuatro de la tarde, con una interrupción de una hora, fui “capitán” de una cuadrilla de doce hombres que bajo mi responsabilidad, apoyaban fruta y regaban sal, fertilizante para asegurar el crecimiento de las verdes plantaciones que crecían retadoras, aunque siempre amenazadas por los vientos traicioneros que amenazaban la integridad de sus frágiles falsos tallos. Fueron cuatro meses inolvidables que ahora, Luis Zavala, con su libro “Causas sí; Culpables no”( Cambio para mejorar, Calidad total en la práctica, Una experiencia de trabajo en la Standard Fruit de Honduras) me hace recordar con cariño, poniendo a prueba lo que aprendí sobre banano entonces, así como a apreciar el desarrollo tecnológico experimentado en los cultivos en los últimos años; y, fundamentalmente, mostrarme la forma como, por medio de los centros de calidad, la visión de Swinford, la imaginacion de los hondureños: Hernán Posas, – uno de los compatriotas que más sabe de banano — Miguel López Bendeck, y otros muchos más, enfrentaron la caída de la productividad en las plantaciones del Alto Aguán. Con diligencia y habilidad, narra Zavala, lograron enfrentar la resistencia al cambio, profesionalizaron a los supervisores de las fincas bananeras y lo que me sorprende más, convertir – dentro de la estrategia de “aprender haciendo” – construir en silencio una Universidad del Banano, una “Escuelita Bananera”, como decían despectivamente lo que se opusieron al experimento. “Aparte del profesor Hernán Posas, don Hernán Oviedo, director de la Universidad del Banano y los maestros, nadie nos apoyaba de verdad. Estábamos metidos en territorio enemigo en una guerra sin tregua, contando con el arsenal de nuestros conocimientos y la capacidad de adaptación que siempre nos inculcaron en el curso. La verdad es que a los egresados de la Universidad del Banano solo nos salvaba el creador de la Universidad: el profesor Hernán Posas. Nadie más”.
La resistencia empezó con el concepto de supervisión. El punto de partida era que esta, cuando existía, era mala. En 1963 y 1964, – recuerdo – nadie supervió el trabajo que realizaba el grupo bajo mi dirección. En relación con la jornada de trabajo dice que, “deben saber que que la cultura de los trabajadores de la Standard, cuando van a trabajar al día y que no son trabajos de contrato, lo hacen hasta las diez y media u once de la mañana… La mayor parte del día la permanecían solos. El otro problema es que no había asignada ninguna tarea o cantidad de trabajo por día. El ambiente en la finca era tenso y los trabajadores insistían en “no son las horas las que trabajan, somos nosotros”. Se popularizó la frase entre los trabajadores y se apoyaban en ella, para exigir que respetarán la costumbre. Pidieron q ue les asignáramos tareas. Así se resolvió el problema y la costumbre siguió. Creo que fue una sabía solución”( Zavala 41). Esta problemática, muestra mucho de la caída de la productividad nacional. Ahora, en todo Honduras, se trabaja menos y el trabajo por día ha perdido importancia y popularidad. Incluso un trabajo por tarea como la albañileia, cuando el obre ha alcanzado su meta personal, bota la mezcla discretamente. Y deja el trabajo.

A finales de los 90 del siglo pasado, en las fincas de la zona, la productividad se vino abajo. “La situación en las fincas iba de mal en peor. En los tiempos normales las fincas producían racimos que daban una caja (40 libras) y media y habían caso en que se producían dos cajas. … sin que nadie lo supiera, los racimos comenzaron a perder peso y producir menos cajas de banano. La situación llegó a ser tan crítica que para producir una caja de 40 libras se necesitaban cuatro racimos” (Zavala, 42). Aunque la cifra me parece increíble, tengo que reconocer que para esa fecha (principios de los 90 del siglo pasado), no tenía oportunidades para hacer observaciones de campo, sino esporádicamente y solo en las cooperativas que le vendían fruta a la Standard y en la zona de Guanchias. La que refiere el autor que venimos comentando, obligó al mayordomo a mejorar supervisión. Pero en el caso que comenta el autor, los trabajadores boicoteban el sistema o el mayordomo o supervisor no tiene tiempo de suprevisar toda el área asignada. Cuando Zavala narra que intento apoyarse en otros trabajadores, fue boicoteado y que un ingeniero industrial le recomendó que no “toreara el sistema”. Ni en el horario ni en la subcontratación o “mosca”, en que un trabajador de planta consigue que un particular, desempleado le ayude. Cuenta en cambio que la solución provino de un técnico llamado Zenger Miller. Así lo refiere. “ Si hay algo de admirar a la Standard es la búsqueda constante de conocimientos para fortalecer la competencia laboral de sus empleados y mejorar su comportamiento y actitud. Creen en la capacitación y la aplican. Así llegó al curso, Zenger Miller en octubre de 1992 a Coyoles Central para capacitar a los mandos intermedios. La metodología enseñada por Miller, es abierta, para que el trabajador se sienta libre y pueda, junto con el supervisor, encontrar las fallas y buscarle soluciones”. “ No hay sorpresas ni cartas sobre la mesa y más bien en todo momento, se mantiene la autoconfianza y la autoestima en el trabajador. El jefe hace su introducción rompiendo el hielo, relajándolo, dándole confianza para que se exprese sin temor y luego vienen las preguntas pertinentes. Al final salen compromisos en un acta firmada por las partes para llevar control. Con este procedimiento bien llevado los trabajadores se vuelven buenos y el jefe se vuelve eficaz en sus resultados” (Zavala 44). Una vez consolidado el grupo, especialmente los de “apoyo” y de “fruta”, los resultados empezaron a mejorar, no sin experiencias que vale la pena señalar.” Quezada era cortero de la cuadrilla de cosecha (mi padre fue cortero hasta 1963 cuando se retiró) y una persona muy delicada. Su labor era cortar el racimo de la mata para que otro trabajador llamado “juntero” lo transportara hasta la rampla, donde se desmana. Se coloca en la carreta movida por el tractos y se les lleva, las manos de guineo, a la empacadora para su respectivo empaque. Esta tarea, normalmente es propia de las mujeres. Por alguna razón, Quesada llegó diez minutos tarde un domingo que era paga doble y lo sustituí inmediatamente. El era y es un trabajador muy cumplido como toda la cuadrilla de cosecha; pero me empeñaba en sembrar disciplina”……. “Quezada creía que era intocable y esa vez lo mandé a su casa. Cuando el supo de mi parte que no iba a la cosecha, con el machete en la mano, bien bravo me dijo: usted es un burro, para nada fue a la universidad, usted necesita un curso de relaciones humanas”. La cuestión no pasó a más. Y Zavala aprovechó para reflexionar sobre su conducta autoritaria. Después de sus vacaciones, inició un nuevo trato con sus trabajadores. “ Y empecé a interesarme por sus problemas, por sus ingresos y la manera en que podía ayudarlos como jefe, dándoles oportunidades de ganar más haciendo labores necesarias para la empresa, pero que ellos podían hacer en sus horas libres como chapear y reparar zanjos, ayudar a otros compañeros en apoyo, saneo y otras. Como parte de nuestras buenas relaciones celebramos los cumpleaños de cada uno y todos contribuíamos económicamente. Se partía un pastel y se tomaban frescos. Observe que a ellos y a sus familias, les gustaba este trato. Me sentí bien y agradecido con Dios por permitirme esta nueva relación”. Todo gracias a Quezada, el hombre que llegó a su trabajo diez minutos tarde.

Zavala, nos confirma que en toda empresa, pública o privada, hay una cultura. Forjada por la sociedad de la que forma parte – como es el caso de la burocracia y de no pocas empresas privadas, locales e internacionales – o impuesta o desarrollada por un líder destacado, sensible e inteligente. En el libro que comentamos, el líder es William M. Zwinford, un hombre jovial, inteligente y muy respetuoso con todo el mundo. Tuve un par de oportunidades de hablar con el y participar en La Ceiba por gentil invitación de Francisco Romero Baca, abogado nicaragüense encargado de relaciones laborales y cercano a los intelectuales que formabamos opinión pública, a participar en una reunión en que el comandante sandinista Bayardo Arce, llegó a La Ceiba para interesar a la Standard para que regresara a Nicaragua e iniciara nuevamente inversiones allá. Zavala revela las virtudes más sobresalientes, entre las que me llaman la atención, sus ideas sobre la supervisión, importancia de la delegación, la igualdad y la humanidad en el trato, la voluntad de reconocer sus errores y rectificar, su concepto del valor humano agregado, la supresión de trámites burocráticos – que también se dan en las empresas privadas – el manejo inteligente de los inventarios, el manejo del “censo” por los mandadores o gerentes, el trabajo de los “mecánicos” frente a la actitud de los jefes, “la idea que si no está roto, no lo cambio”, antes que genere daños al equipo humano o mecánico y su interés porque todos sus gerentes y supervisores fueran guapos, “que le gusten a los trabajadores, que los quieran tener como jefes y que juntos trabajen bien”. Todo un personaje que Zavala destacada en forma ejemplar. No le peguntado a nadie donde está Zwindord. En La Ceiba se perpetua su nombre porque construyó un parque y creó en el mismo un museo con el equipo de transporte de pasajeros usados por más de 75 años y que posiblemente los teóricos del turismo estatal, ignoran su existencia
Pero como lo dice el título del libro, lo central es, la introducción en las operaciones de la empresa, de la metodología de la calidad total, como medio para superar la crisis de los noventa del siglo pasado que tenía tales dimensiones que algunos de sus jefes, y directivos, consideraron levantar sus operaciones en Honduras e irse a trabajar en otro país de la región. Para entonces, me permito señalarlo, todavía no habían tomado conciencia las autoridades sobre uno de los fenómenos de la globalización: que las empresas se mueven hacia los lugares o países en donde sus costos son comparativamente menores. Y que los inteligentes líderes de algunos países lo saben y para atraer inversiones, ofrecen mejores condiciones que sus competidores. Parece que aún, todavía esta información no se maneja como herramienta básica para tomar decisiones, en razón de lo cual, en algunos momentos, las empresas extranjeras e incluso nacionales, abandonan el país hacia otros mercados más generosos y comprensivos.

Aquí Zavala es pormenorizado y detallistas. Sabe igual que “Zavalit”a, el personaje de “Conversación en La Catedral” de Mario Vargas Llosa, “cuando se jodió Honduras”. Y lo que le puede pasar sino se rectifica oportunamente. Va paso a paso,– como buen docente que aprendió en el IHDER y con Aníbal Puerto Posas, las metodologías de Pablo Freire, mostrando las acciones y evaluando los resultados. De forma que proporciona pruebas fehacientes como, se enfrentaron las dificultades, se produjeron nuevas actitudes entre jefes y trabajadores y se fortaleció una cultura desde adentro hacia afuera con excelentes resultados. Con una visión que mezcla la capacidad del técnico con la sensibilidad del humanista que ve en el otro, a un ser humano, con posibilidades seguras e indudables posibilidades de desarrollarse.

He leído con enorme gusto y satisfacción este pequeño y gran libro. Práctico y sencillo. Fruto de la experiencia personal de sus autor y sin la pretensión del brasileño Cohello o del cubano Cala, de ser orientadores de la conducta ajena, con un simple manual de auto ayuda, como esta de moda ahora en que los que no saben un carajo de nada, se vuelven millonarios consultores, con sus consejos, basados más en hábiles técnicas de mercadeo y no en experiencia vitales que den confianza a los que someten a sus consejos y orientaciones. No. Se trata más bien de una memoria en que se comparten las experiencias, dejando en libertad al lector para que tome de las mismas lo que puede ser util para sus necesidades. Consecuentemente, es una útil herramientas de aplicación en cualquiera empresa, privada o pública. Para darle satisfacción a los accionistas, en el caso de las empresas privadas, y a los contribuyentes, que eso son los ciudadanos, en las empresas públicas. Muchas de las cuales están necesitadas de estas nuevas ideas que Zavala incluye en su libro interesante, ameno y bien escroto. Pero el libro, permitanme repetirlo, no solo es útil para empresarios. También lo es para los analistas, los políticos y los periodistas que frecuentemente sin información, hablando de lo que no sabemos, desorietamos al público, divulgando informaciones que no están a la altura de la verdad. Y desde luego para los burócratas. Estatales y municipales. Especialmente para que entiendan que lo básico no son los procesos –que viven inventando no para resolver dificultades, sino que para justificarse– sino que los resultados Y fundamentalmente, contribuyendo a enrarecer el concepto que la industria bananera es la culpable de nuestras desgracias, cuando en realidad la culpa la tenemos los que no podemos diferenciar lo que son los medios de los objetivos. Y de la incapacidad que exhibimos de no asumir nuestras responsabilidades, – personales e institucionales –atribuyéndolas a los demás. Al tiempo que felicito a Luis Zavala, le agradezco la gentileza de enviármelo y el ofrecimiento que está listo para conversar y divulgar con cualquiera de nosotros que, querramos mejorar al país, por medio de la racionalización del manejo de sus recursos, el perfeccionamiento organizacional, la racionalidad de las cargas fiscales y los costos de los servicios estatales y el desarrollo de una nueva cultura organizacional y de servicio que nos permita hacer de Honduras, una nación más productiva y eficiente. Porque aunque Zavala no lo dice, no ha llegado la hora de prescindir del cultivo y exportación del banano. Porque aunque ahora no sostiene la fortaleza de la moneda, porque los hacen ahora los pobres inmigrantes que sufren el menosprecio de las autoridades estadounidenses que les menosprecian y les atribuyen los más indecentes defectos, la industria bananera tiene todavía mucho que ofrecer. De ella, dependen miles de compatriotas que sin ella, no tendrían ni siquiera la oportunidad de emigrar a los Estados Unidos. Por razones de edad y por imperativos climáticos insoslayables. Entenderla, sin los rencores que los historiadores nos ha inoculado por parte de los historiadores en contra de los liberales de Manuel Bonilla que favorecieron su cultivo y desarrollo, es una acción inteligente que este compatriota, ahora residente en la Ceiba, nos ha prodigado en este interesante libro que debe ser estudiado por los politicos y los teóricos económicos que hace decisiones en favor del atraso del país, para recolocar su talento al servicio de Honduras y de los intereses de los miles de trabajadores que participan en esta industria, la más antigua después de la minería y la ganadería. Y que fue fundamental para reconfigurar el espacio nacional geógrafico nacional, para la integración de la costa norte – imperio del barbarilla y territorio exclusivo del paludismo – al territorio nacional y a la economía de Honduras.

Tegucigalpa, 29 de febrero del 2020

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