Callejas, singular y carismático

OM
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14 de abril de 2020
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12:56 am
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Callejas, singular y carismático

El Tratado de Bogotá

Por Juan Ramón Martínez

Conocí a Callejas en 1977. Era ministro de Recursos Naturales y yo me desempeñaba, por generosidad de Efraín Díaz Arrivillaga como asistente técnico, encargado de manejar, un programa de becas para el sector agropecuario y supervisar la ENA. Cargo de quinta categoría. Los viernes, al final de la jornada, Callejas reunía en su despacho a sus más cercanos colaboradores. Un día, Zoilita, su secretaria, me informó que estaba invitado. Llegué y nos dimos la mano como viejos conocidos. Me tuteó, cosa que hice igualmente, haciéndole creer a la mayoría de los técnicos que éramos viejos conocidos. Ese mal entendido mejoró mi posición, porque desde entonces lucí como “amigo” del señor ministro.

Callejas era un hombre simpático, amable y afectuoso. Hacía bromas y aguantaba bromas. Lo que lo hacía muy cercano. Brillante, muy bien informado y muy imaginativo, siempre tenía la idea nueva, la última lectura y el detalle puntual sobre la situación económica del país. Carente de dogmatismos, podíamos discutir y mostrar diferencias, sin tener que rendirnos ante su autoridad. Le gustaba oír a los demás o quedar bien, renunciando a sus opiniones. Pocas personas he conocido con esas virtudes, por lo que debo confesar que, me impresionó, definitivamente.

En su primera candidatura, me consultó sobre haber firmado en el acta fundacional del PINU. Le respondí que debía aprovecharla para demostrar su deseo por la modernización partidaria. En su primera incursión, fue designado presidencial con Ricardo Zúniga. Perdió. Pero logró mostrar un rostro nuevo ante el electorado. En su aventura como candidato, después del continuismo de ROSUCO, obtuvo la mayoría del voto individual; pero su partido no consiguió la mayoría, por lo que Azcona fue elegido Presidente de la República. Callejas apoyó a este gobierno, que no contaba con el respaldo de la fracción suazocordovista, heredera putativa del “rodismo” que todavía hacía palpitar los corazones liberales. En 1989, derrotó a Flores, consiguiendo la mayoría del Congreso. En esa oportunidad, me invitó a formar parte de su gabinete, como director ejecutivo del INA. En las sesiones del gabinete seguimos tuteándonos, lo que creó no pocas censuras en los que se consideraban los escogidos para sucederle. Cada lunes, nos recibía en su despacho para discutir la marcha de cada cartera y para la firma de los documentos respectivos. Conmigo, hablábamos más de política y en un momento me invitó a ingresar al Partido Nacional. “No te ofrezco la candidatura, porque mis correligionarios no perdonan tu pasado; pero sí, el Congreso o la Corte”. Decliné.

Callejas, singular y carismático

Con Crescencio Arcos no tuvo buenas relaciones. En algunos momentos, cuando los de AID creían que era el más “influyente” del gabinete, Arcos me llamó para hacerle llegar mensajes a Callejas. Recuerdo su oposición a la reelección de Discua Elvir y sus palabras, “dile que no aceptamos otro Noriega”. Así como su disgusto, por un anillo que alguien le había regalado a Norma Regina. Esto, lo repitió después en Colombia, cuando se entrevistó con Ernesto Samper, acusado por recibir dinero del narcotráfico.
A finales de septiembre de 1991, presenté mi renuncia. En desacuerdo por la venta de las empresas campesinas. Creyó que era la solución. Que los más hábiles manejaran las mejores tierras y que los campesinos, “vinieran a la ciudad, a poner pulperías”. Le repliqué que estábamos creando los problemas del futuro. No me hizo caso. Para entonces el control de AID era total. El único que seguía resistiendo, Manlio Martínez, dejó el gabinete en 1992.
En 1993, siendo presidente del Tribunal de Elecciones, me confesó que le había dado cinco millones de lempiras –“igual cantidad para mi partido”, agregó, riéndose– a Carlos Roberto Reina, “con él estaré mejor que con Osvaldo Ramos”. Un tiempo después, cuando Reina le traicionara y persiguiera como ningún otro presidente a su sucesor, le dije: “te equivocaste”. Reconoció que tenía razón.

Concluida su vida terrenal, considero que fue un buen hombre, un político moderno y un estadista que quiso lo mejor para Honduras. Sacó al país de la economía falsa; devaluó la moneda y nos obligó a vivir la realidad, abandonando precios mentirosos. Cometió errores. Como todos. No mereció el trato que le dieron al final de su vida. Acusado en Estados Unidos por dineros de la FIFA. O después de muerto, con “palomas de castilla”, picoteando su cadáver. No se lo merece.

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