Las debilidades hondureñas

ZV
/
5 de junio de 2020
/
12:07 am
Síguenos
  • La Tribuna Facebook
  • La Tribuna Instagram
  • La Tribuna Twitter
  • La Tribuna Youtube
  • La Tribuna Whatsapp
Las debilidades hondureñas

Por: Juan Ramón Martínez

Las crisis, nos desnudan. Ponen en evidencia, hasta para los más torpes, las fallas estructurales, las falencias culturales, pobreza del lenguaje, defectos emocionales, los olvidos acumulados y las obstinaciones repetidas. Es decir que, ante sus efectos, nadie puede negar los derechos al llanto y los lamentos. Pero hay que ir más allá. Hay que renunciar al miedo –que no deja espacio para el pensamiento y la reflexión– para distanciarnos de las dificultades, estudiarlas y extraer lecciones que nos permitan cambiar. Porque como sabemos, nadie se baña dos veces en el mismo río. Y, que las cosas no volverán a ser lo mismo. Serán peores. Pero no iguales. Si seguimos comportándonos como hasta ahora, desaprovecharemos las lecciones aprendidas y las nuevas crisis, que son parte de la vida –la base del cambio de las sociedades inteligentes– volveremos a enfrentar el mismo calvario que estamos pasando.

La estructura del país es incompleta e ineficiente. Solo dos ciudades manejan, parcialmente las aguas servidas. El sistema de carreteras fue diseñado más para los hacendados y las empresas del siglo pasado que, para enfrentar emergencias. Las ciudades han crecido y lo siguen haciendo, caóticamente. Y la relación ciudadana y autoridades, no se basa en consensos sino en imposiciones arbitrarias que son tentaciones para la desobediencia. Las alcaldías no representan a los pueblos, sino que obedecen al Ejecutivo. Y los tres poderes que caracterizan a la democracia, están más bien subordinados o dominados por el Presidente de la República. Por ello el Congreso Nacional ha perdido sus competencias. Apenas le queda la de aprobar el presupuesto que le envía el Ejecutivo. Y se abstiene de controlar, en nombre del pueblo, a sus servidores, los secretarios de Estado y ni siquiera a los que por ley, le corresponde nombrar. Es decir que el sistema democrático en vez de mejorar, se ha deteriorado y se mueve en el filo de la dictadura y el caudillismo de los siglos XIX y XX. Incluso, la división territorial es inoperativa. Santa Bárbara tiene muchos municipios, Olancho y La Mosquitia mucho territorio. A esta última le hace falta población integrada. Y en vez de ver al Caribe, seguimos de espaldas con el norte, desaprovechando los recursos, población, agua y tierra. Y viviendo de la mendicidad.

El sistema educativo no sirve para triunfar. No forma carácter, ni duda metódica, no fortalece la autoestima. Fomenta la dependencia y renuncia al cuestionamiento y a la imaginación, base de la creatividad. Incluso, sirve de parte de aguas: prepara a los pobres para que obedezcan, mientras que, a los otros, les enseña la lengua del poder, fortaleciendo el sentimiento de seguridad y los entrena para gobernar. Los pobres, seguirán siendo pobres, mientras la poca burguesía –que necesitamos mayor, competitiva y comprometida con Honduras– se regodea feliz en su pequeñez, porque tiene una población de consumidores que, sin estética de las cosas, se conforma con baratijas y espejitos de colores. Los pobres, son “creadores” de riqueza.

Las debilidades hondureñas

El sistema de salud, centralizado –los servicios están en las ciudades– no solo es incompetente, sino que, además, basado en la atención final y no en la prevención. Por ello, en las crisis es inoperativo, sin información, desorganizado y poco predictivo. Las escuelas de medicina, siguen sin atender las quejas Foucault y operan con la lógica de los manicomios, las prisiones y los cuarteles.

La economía, es mercantilista. Y las pocas expresiones de modernidad, apenas llegan a un “capitalismo de compadres”, ineficiente, que opera en la corrupción y el consentido irrespeto a la ley. El que no funcione un mercado de capitales, consintiendo monopolios privados, es una indicación que necesitamos empresarios modernos, que el sistema universitario por defectos de lectura de “el capital”, renuncian a la competencia, a la conquista de mercados y la creación de nuevos productos. La solución de los “reformistas”: traer empresarios extranjeros, no es útil porque el hondureño maneja, fuera de lo normal, el disgusto por el éxito ajeno, el bienestar del otro; y solo se siente cómodo, cuando lo iguala la pobreza. Por eso los “socialismos”, atraen más a los amargados, que a los soñadores y creadores de nuevas realidades.

Ahora que empezamos de nuevo, hay que cambiar. Necesitamos una nueva ética del trabajo, una burocracia eficiente, visiones religiosas exactas, estructuras políticas democráticas y nuevos sistemas de formación de recursos humanos.

Noticias Relacionadas: Más de 2 mil hondureños obtuvieron la nacionalidad española

Las debilidades hondureñas

Más de Columnistas
Lo Más Visto