Resaltar lo “bueno”

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13 de junio de 2020
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12:04 am
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Resaltar lo “bueno”

Esperanza para los hondureños

Por: Héctor A. Martínez
(Sociólogo)

Comencé a escribir esta columna con el ánimo de comparar los tiempos dorados con los actuales, y, de paso, para ver si podía apabullar a los más jóvenes con el encanto de aquellos años en los que, levantarse cada mañana significaba la alegría de vivir la vida sin miedos y sin las pesadumbres del ahora. Y todo lo que obtuve fue, como bien decía Baudelaire, garabatear para “cubrir la tela” o escribir sin poner frenos, hasta que llegué a un lugar inesperado, que yo no andaba buscando, precisamente.

Puesto en ese extraño territorio, me recordé de algunos amigos -que son pocos-, y de algunos no tan amigos, que son muchos, que me aconsejan que hay que escribir sobre las cosas buenas que tiene el país, incluyendo ese concepto incorpóreo que la “patrística” política suele denominar desanimadamente como “la patria”. Traducido fríamente significa “no escribas tantas cosas malas sobre el país, porque también las hay buenas”. Y comencé a hacer una taxonomía de las “cosas buenas” y las “cosas malas” que han marcado al país en las últimas décadas. Para mi sorpresa, el pasado histórico de Honduras que coincide con mis días de infancia, me pareció lo único rescatable para etiquetarlo como “bueno”, virtuoso, hermoso, exquisito y noble. Luego hice un esfuerzo imposible por rescatar algo de lo “bueno” del presente.

Entre lo que resulta ser bueno o malo en un país, los escritores suelen ejercitarse blandiendo con el florete de la crítica la realidad que les rodea. Otros, amenazando con el alfanje de la censura, tratan de borrar al enemigo de una buena vez, y cantar la victoria aunque sea a un coste bien elevado. Entre criticar y censurar corre una línea bien fina. La crítica y la censura suelen ser destructivas, pero, a diferencia de la primera que es -irónicamente- edificante, la segunda prohíbe y reprueba: justiprecia y condena. Pero las dos son malqueridas.

Cuando la sociedad en la que vivimos muestra síntomas de desorden, desacato por la ley y corrupción de los gobernantes, más como regla que por excepción, entonces, nos sentimos desterrados de esa patria que nos vio nacer. Nos sentimos extrañados de la Historia. De ahí las críticas. Desde luego que no desconocemos lo malo del pasado: El suicidio de Eli Blake por supuestos sobornos al general Oswaldo López, el golpe de Estado a Ramón Ernesto Cruz o la corrupción de los militares frente a la Guerra de 1969. No hemos dejado de hacer el mal institucional aprovechando las esferas del poder; pero, comparados con la experticia de los corruptos de hoy, los líderes de los 50 ó 60 aparecen como unos verdaderos practicantes de los negocios chuecos y de la ilegalidad administrativa.

Hablar bien de la patria, para un escritor, no significa encubrir o edulcorar la realidad para parecer ecuánime o prestigioso ante los demás, porque se corre el riesgo de tender los puentes de la historia entre una mentira y otra. “Hacer patria” o ser patriota, es destacar la memoria de lo bueno del pasado, según decía Ortega y Gasset, no por mera contemplación, sino para ayudar a edificar el futuro de los hijos, aunque eso suene demasiado romántico, tratándose de un país cuyo presente no está nada claro, sino, todo lo contrario.

¿Escribir sobre “lo bueno” de este país? Quizás sobre la vastedad de sus selvas o sobre el cotidiano heroísmo de sus hijos, entre trabajadores y empresarios. A lo mejor, por eso Froylán Turcios preferiría “morir mil veces, antes que ver profanado su suelo, roto su escudo, vencido su brillante pabellón”. A lo mejor.

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