La honestidad

ZV
/
18 de junio de 2020
/
12:02 am
Síguenos
  • La Tribuna Facebook
  • La Tribuna Instagram
  • La Tribuna Twitter
  • La Tribuna Youtube
  • La Tribuna Whatsapp
La honestidad

Por: Jorge Roberto Maradiaga
Doctor en Derecho Mercantil, catedrático universitario y especialista en Derecho Aeronáutico y Espacial

En el marco de la crisis que estamos viviendo a consecuencia del impacto de la pandemia COVID-19, hoy más que nunca se torna un imperativo categórico el que la transparencia y efectividad sea el rol prevaleciente en todo el acontecer público y empresarial (empleados públicos y privados), gracias al influjo positivo de la HONESTIDAD que consiste en comportarse y expresarse con coherencia, transparencia y sinceridad y de acuerdo con los valores de verdad y justicia.

¿Y que entendemos por honestidad? Pues simple y sencillamente, puntualizamos que es aquella cualidad humana por la que la persona se determina a elegir actuar siempre con base en la verdad y en la auténtica justicia (dando a cada quien lo que le corresponde, incluida ella misma).

Tal como señalan estudiosos del tema; “Ser honesto, es ser real, acorde con la evidencia que presenta el mundo y sus diversos fenómenos y elementos; es ser genuino, auténtico, objetivo. La honestidad expresa respeto por uno mismo y por los demás, que, como nosotros, “son como son” y no existe razón alguna para esconderlo. Esta actitud siembra confianza en uno mismo y en aquellos quienes están en contacto con la persona honesta”.

En esencia, la honestidad no consiste solo en franqueza (capacidad de decir la verdad) sino en asumir que la verdad es solo una y que no depende de personas o consensos sino de lo que el mundo real nos presenta como innegable e imprescindible de reconocer, en base a los hechos concretos y fácilmente comprobables.

En su sentido más evidente, la honestidad puede entenderse como el simple respeto a la verdad en relación con el mundo, los hechos y las personas; en otros sentidos, la honestidad también implica la relación entre el sujeto y los demás, y del sujeto consigo mismo. Ello está estrechamente relacionado con la justicia y la prevalencia de los principios éticos y morales.

Es procedente señalar en todo caso que en su nivel superficial, la honestidad está implícita en su concepto de lícito y transparente: todas aquellas acciones realizadas por una persona con objeto de construir una sociedad ideal, y destinadas a cumplir sus deseos, ya sea a corto o a largo plazo. Es poder contribuir a transformar un acto malo en uno bueno, del mismo modo que ocultar las intenciones a largo plazo pueden empeorar una buena acción. Un principio fundamental en esta teoría es la de que una buena persona debe mostrar sus sentimientos sinceramente en su rostro, de forma que facilite la coordinación de todos en la consecución de mejoras a largo plazo. Esta sinceridad, que abarca incluso a la propia expresión facial, ayuda a lograr la honestidad con uno mismo, y a que las actividades humanas resulten más predecibles, amigables y placenteras. En esta primera versión, la honestidad se logra buscando únicamente el propio beneficio.

Uno de los temas importantes y trascendentes es el relativo a la responsabilidad. Esta es fácil de detectar en la vida diaria, especialmente en su faceta negativa: la vemos en alguien que no hizo correctamente su trabajo, en el carpintero que no llegó a pintar las puertas el día que se había comprometido, en el joven que tiene bajas calificaciones, en el arquitecto que no ha cumplido con el plan de construcción para un nuevo proyecto, y en casos más graves en un funcionario público que no ha hecho lo que prometió o que utiliza los recursos públicos para sus propios intereses, con la consiguiente instrumentalización de su función pública, o del cargo que ostenta para materializar sus propios intereses.

Justamente por ello, con toda propiedad se afirma que un elemento indispensable dentro de la responsabilidad es el cumplir un deber. La responsabilidad es una obligación, ya sea moral o incluso legal de cumplir con lo que se ha comprometido. Si la responsabilidad prevalece, se genera la confianza en aquellas personas que son responsables. Ponemos nuestra fe y lealtad en aquellos que de manera estable cumplen lo que han prometido. La responsabilidad puede parecer una carga, y el no cumplir con lo prometido origina consecuencias.

Una interrogante procedente es: ¿Qué podemos hacer para mejorar nuestra responsabilidad? Pues simplemente, el primer paso es percatarnos de que todo cuanto hagamos, todo compromiso, tiene una consecuencia que depende de nosotros mismos. Nosotros somos quienes decidimos, el segundo paso es lograr de manera estable, habitual, que nuestros actos correspondan a nuestras promesas. Si prometemos “hacer lo correcto” y no lo hacemos, entonces evidencia irresponsabilidad.

Además de lo anterior, un tercer paso es educar a quienes están a nuestro alrededor para que sean responsables. Esto es sumamente importante y en todo caso partiendo de la premisa que, en el orden personal, estamos dando un ejemplo de primera con un accionar transparente, funcional y efectivo de principio a fin. Si todos hiciéramos un pequeño esfuerzo en vivir y corregir la responsabilidad, nuestra sociedad, nuestros países y nuestro mundo serían diferentes.

E-mail: [email protected]
[email protected]

Más de Columnistas
Lo Más Visto