Por: Otto Martín
Quisiera ser como ellas, volar alto sobre ciudades, países y continentes.
Quizá conscientes de la miseria humana.
Quizá indiferentes ante el dolor, el amor y la guerra.
Me gustaría volar como ellas, sin depender de tiempo o barreras.
Pensarán en nosotros? Se darán cuenta de sufrimientos o alegrías?
Estarán pendientes de los sueños y deseos de nosotros, pequeños e insignificantes como hormigas?
Quisiera ser como las nubes, que a veces vuelan tranquilas, soberanas y otras se pintan de negro y lanzan tormentas cargadas de rayos y furia.
Nubes que a veces se desintegran para bañar la tierra, sabiendo que su agua volverá a subir tarde o temprano y así reencarnarán, como lo han hecho desde el comienzo.
A veces pequeñas, con ojos curiosos observando cada detalle de lo que sucede abajo, en este mundo, tan difícil de entender para nosotros mismos, mucho más para ellas, lejanas y ausentes.
Otras enormes, cubriendo el cielo, opacando al sol que lucha a cada instante por asomarse.
Quisiera ser como las nubes, poder dibujar con mi cuerpo y casualmente formas caprichosas que nos recuerdan sueños, que se confunden con rostros de amigos; figuras conocidas y a veces inexplicables, manejadas y formadas por su amante y aliado, el viento.
Las nubes no conocen fronteras, reinan en el espacio sin importarles tiempo, pobres, ricos, poderosos y débiles, blancos o negros, verdes o amarillos.
Nubes que no saben de la maldad humana, de hombres y mujeres, sexos y preferencias, ambición o codicia.
Nubes que conocen eso mejor que nadie, que han visto todo y durante todo el tiempo.
Nubes que no saben del precio de las cosas, del oro y la plata, de lujos y privaciones de salud y enfermedad.
Nubes que no saben de la vida y la muerte.
Quisiera ser como esas nubes que no tienen fronteras, como tampoco quisiera tenerlas yo.
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