Pensando como sociólogo sobre la pandemia

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29 de junio de 2020
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12:27 am
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Pensando como sociólogo sobre la pandemia

Por: Marcio Enrique Sierra Mejía

En nuestra sociedad antes de la pandemia enfrentamos violencia, la falta de consideración con el otro y la irreverencia ante las normas evidentemente constituían la mercancía común en la vida de los y las hondureñas. Y con la llegada del COVID-19 las carencias de estos individuos quedan a la vista como viendo una obra de teatro en la que vemos el riesgo de la vida de propios y ajenos. Asimismo, observamos desorden social y un cuestionamiento al rol del Estado y un inevitable descreimiento.

Advierto una percepción de que las conductas sociales en este tiempo de pandemia denotan el crecimiento del individualismo, que defino, según la ciencia, como el tejido social débil que pone en riesgo la continuidad de nuestra especie. Este comportamiento lleva al hondureño a carecer de solidaridad con lo que le sucede a los demás. Esto se percibe en la gente volcada a los mercados vulnerables para arrasar con alimentos sin pensar en que eso puede causar un contagio enorme al acceder a ellos en el más completo desorden. Además, se irrespetan las normas de bioseguridad y lo peor es que defienden esa actitud.

En Honduras, lo anormal no es la pandemia, sino lo que ocurre en las personas. Muchos son los que “les vale” los buenos hábitos de higiene y expresan conductas de ciudadanos irresponsables que no respetan las normas impuestas y un evidente irrespeto hacia el otro.

Es claro que el descreimiento a la autoridad, entre otras cosas, denotan un Estado con débil presencia para intervenir en la vida de nuestros ciudadanos. Es evidente que necesitamos mayor y más apropiada autoridad, con medidas para una situación de emergencia en los mercados vulnerables. Hay un incumplimiento a las leyes o normas impuestas. Esta realidad ilustra una falla en los ciudadanos que al desobedecer impiden un conveniente funcionamiento en los mercados. Hay falta de límites para cumplir la norma y falta de consideración por las necesidades de otras personas. Vean el mercado San Isidro como la muestra más extrema de lo que planteamos anteriormente. No hay cumplimiento de las normas y se da un claro irrespeto a la autoridad.

¿Hasta qué punto en esta era de la libre información, en la que circulan todo tipo de documentos por canales oficiales y no oficiales, se está generando un problema para aquellos que tienen la responsabilidad de gestionar la crisis sanitaria? Definitivamente, la circulación de opiniones y comentarios en redes sociales, por ejemplo, está generando cierto caos que no beneficia a las medidas que se toman para ordenar una nueva forma de comportamiento.

Sin embargo, reconozco que la llegada de la pandemia ha generado un cierto grado de conciencia sobre los recursos con que la sociedad cuenta a diario. Tegucigalpa y San Pedro Sula se han convertido en focos infecciosos. Aquí tenemos cómo las estructuras urbanas sanitarias nos dicen lo mal que estamos. Siete mercados en Tegucigalpa lo confirman. Hoy por hoy, estamos pagando el costo del desacato a las reglas urbanísticas y se ve la vulnerabilidad de los hondureños ante una enfermedad que no excluye a nadie. El aislamiento preventivo se va al carajo al dejar que en los mercados vulnerables las cosas marchen en el más completo libertinaje. Eso hay que enfrentarlo en el corto plazo.

Tenemos que modificar el comportamiento social e individual de los ciudadanos que acuden a los mercados vulnerables para abastecerse de alimentos básicos. En esos mercados vemos con asombro conductas egoístas e individualistas producto del miedo o de la indolencia. A pesar de la pandemia incumplen las normas.

A pesar de lo anteriormente expuesto, la solidaridad se produce en Honduras. Por un lado, están los profesionales de la salud que aportan sus conocimientos desde su solidaridad orgánica (Durkheim, 1858-1917). Por el otro, tenemos a los ciudadanos comunes que con sus gestos y sus creencias ayudan al otro desde la solidaridad mecánica (Durkheim, 1858-1917). No todo lo que vivimos es malo. Pero sí el contexto en el que ahora vivimos como sociedad hiperconsumista y neoliberal, sufrirá una especie de cortocircuito y un gran cambio. Este cambio lo estamos viendo ahora mismo con el COVID-19. Estamos viviendo la necesidad del otro; el compartir, generar conversaciones auténticas y profundas. Pasamos del activismo a ser más pacientes y tolerantes, a ver cómo administrar nuestro tiempo en casa y detenernos a mirar al que está a nuestro lado (un vecino, un compañero de trabajo, un amigo o un conocido) para ver cómo poder ayudarlo. Ahora que sean las actitudes y los valores duraderos los que nos demuestren que la sociedad de Honduras es solidaria y permite trascender del individualismo y va a terminar construyendo puentes que nos unan a pesar de nuestras diferencias.

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