Lo que queda de los partidos políticos

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11 de julio de 2020
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12:07 am
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Lo que queda de los partidos políticos

Esperanza para los hondureños

Por: Héctor A. Martínez
(Sociólogo)

Los grandes pensadores del siglo XX profesaron una fe ciega en los partidos socialistas y democristianos, creyendo que un nuevo orden moral sería posible. Ese orden nunca llegó, muy a pesar de Sartre y de Camus; y en América, muy a pesar de Nicolás Guillén y Pablo Neruda. Todos ellos fueron insignes humanistas que no alcanzaron a ser testigos de la debacle marxista. Que se equivocaron, no existe la menor duda. Hasta los grandes hombres suelen confundirse cuando profesan fe ciega en la infalibilidad de un partido o en la predestinación de un político que se presenta como el liberador de los males de una sociedad.

Por cierto, de esa esperanza renovadora surge toda la caterva de revolucionarios de nuestro continente, afiliados más por los comics de Rius, que por “Das Kapital”, y que anduvieron buena parte de su vida ignorando el absolutismo de las oligarquías amamantadas por Moscú, y los horrores cometidos por el estalinismo en nombre de los desposeídos. La salvación de la humanidad quedaba postergada para otro momento, mientras el partido sustituía a los profetas del Materialismo Dialéctico. Todos conocemos el desenlace que provocó la mentira moral más grande la Historia del siglo XX.

Con el paso del tiempo, las ideologías se convierten en recetarios fáciles de entender para un público medianamente cultivado, de modo que las intenciones de los líderes políticos puedan entenderse sin problemas. En el vulgo, esa fe errática se dispensa porque, como bien lo decía Shakespeare, “En la amistad y en el amor, se es más feliz con la ignorancia que con el saber”. De haber conocido el funcionamiento de los partidos, el gran dramaturgo habría agregado: “Y en la política también”.

Ahí comienza la desvalorización ideológica: las doctrinas pierden su esencia mientras que la realidad cambia vertiginosamente. Fue exactamente lo que pasó con el marxismo. Los comités centrales de los partidos comunistas adulteraron la substancia moral de Marx y Lenin hasta degenerarla en fórmulas sencillas encapsuladas en consignas que las masas proferían sin ponerle mucho seso.

Llega un momento en que los idearios de los partidos, concebidos con buena intención por mentes visionarias, se diluyen porque ya no son necesarios para los grupos oligárquicos que detentan el poder de una organización. Eso pasa en América Latina: los partidos conservadores apelaron a los nacionalismos para conjuntar corazones bajo el estandarte del patriotismo, mientras los liberales apostaban por una trasformación institucional con vistas a insertar a nuestros países en la modernidad del Primer Mundo. Ya nada queda de eso.

Honduras no fue la excepción. Tanto el Partido Nacional como el Liberal, viciaron no solo sus idearios, sino también el ejercicio democrático. Se engolosinaron con el poder y vieron en el andamiaje constitucionalista la vía más accesible para consolidarse en la silla presidencial por más de una década. La alternabilidad bipartidista que parecía una forma de obediencia democrática no es más que un artificio para asegurar la perpetuidad de los mismos grupos, a través de varias generaciones.

Al abandonar la doctrina, los partidos tradicionales de Honduras se transformaron en espectros insustanciales desvinculados de las verdaderas necesidades de la sociedad. Ni el “bien común” del PN, ni la “voluntad del pueblo” que proclama el PL se transfiguran en la realidad material. El escalamiento en la estructura piramidal es el credo del militante, y la movilidad social, el símbolo de la militancia partidista. Lo que queda de los partidos políticos ya no son los principios morales surgidos de aquellas mentes preclaras del siglo XIX y XX que insuflaron ánimo a las doctrinas. Lo que queda en los partidos son chamberos, demagogos y comerciantes de la política.

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