Hambre visual; o sed de paisajes

ZV
/
12 de julio de 2020
/
12:06 am
Síguenos
  • La Tribuna Facebook
  • La Tribuna Instagram
  • La Tribuna Twitter
  • La Tribuna Youtube
  • La Tribuna Whatsapp
Hambre visual; o sed de paisajes

Por: Segisfredo Infante

Por regla general, cuando me he referido a este vidrioso tema, con apariencia de poesía externa, se trata del hambre de conocimientos sólidos en países en donde escasean tales basamentos intelectuales. O de épocas con indigencia espiritual en donde se ha impuesto, mundialmente, la ligerísima superficialidad de algunos nuevos sofistas; o prestidigitadores de hipotéticos conocimientos. Tal como ha ocurrido en los últimos treinta años, en que aparentemente se impuso, en forma unilateral, un nuevo “pensamiento único”: El de aquellos que han endiosado el mercado sin ninguna perspectiva histórica; ni mucho menos humana. Y que seguramente lo seguirán endiosando.

Aquí, cuando hablamos del capítulo del hambre intelectual, tampoco olvidamos el hambre concreta de decenas de millones de personas hambrientas y enfermas, que a veces mueren por inanición. Con mayor énfasis en nuestros días en que ha quedado evidenciado como nunca antes, que el más reciente submodelo económico dejó por fuera la salud vital del “Hombre” de todos los estratos sociales pero, principalmente, de los pobres en general y de los adultos mayores en particular. Este submodelo debe ser revisado a fondo para darle paso a un comercio internacional equilibrado y justo; a nuevas formas de producción; a sistemas sanitarios robustos; y a una redistribución de las riquezas nacionales y mundiales que vayan en un sentido contrario a los intereses inmediatos de aquellos archimillonarios que parecieran ser los únicos beneficiarios del nuevo submodelo agonizante. Desde luego que la distribución justa de la riqueza tiene que ver con los aparatos productivos crecientes, con la libertad individual y colectiva, y con una buena dosis de racionalidad económica.

Pero en un necesario viraje coyuntural de ciento ochenta grados, a lo que deseo realmente referirme, en este breve artículo, es al hambre de paisajes; o a la sed espiritual que hemos experimentado en esta época de necesarios “confinamientos”. Me imagino que los hombres de tierra adentro, sobre todo los que viven en las montañas o cerca del mar, experimentan una relativa libertad de movimientos sin tanto temor a contagiarse con el famoso “virus” que ha sitiado al Distrito Central, a San Pedro Sula y sus alrededores, y que nos ha puesto en peligro a todos, por aquello de la incultura, de la improvisación y del retraso de la “OMS” en declarar la famosa alerta roja mundial.

Estamos hartos de tanta “información” negativa que circula en las redes sociales; y hastiados de tantos consejos contradictorios encaminados a “caotizar” esta desgracia virológica casi total. Aquellos que ponen en circulación el cúmulo de mensajes falsos y pesimistas, les infieren un daño gigantesco a los pueblos. Es rarísimo encontrar un mensaje esperanzador para los posibles lectores y escuchas que necesitan un poco de ilusión para subsistir cada día. La tendencia si dirige a exagerar las desgracias ya desgraciadas en sí mismas. O, como decía el “Barbudo de Tréveris” en sus años de juventud, convierten la infamia en algo más infamante al pregonarla. Inclusive, algunos seudopolíticos nada saben de estrategia política. Pues hasta el sentido común aconseja priorizar necesidades en cada momento histórico. En este punto recuerdo la respuesta de Mahatma Gandhi cuando algunos de sus allegados le aconsejaron atacar a Inglaterra en el contexto de algunas de las grandes guerras mundiales. Él respondió algo más o menos así: Nunca se ataca al adversario en momentos de tragedia. Y un buen estratega oriental aconsejaba identificar al “enemigo principal” que varía en cada momento histórico. Pero claro, algunos de nuestros políticos oportunistas nada saben de estrategia ni mucho menos de “Historia” universal.

Como contrapartida del párrafo anterior, aquellos que todavía estamos cuerdos soñamos con viajar hacia los pueblos del interior, para absorber paisajes múltiples y degustar los platos típicos de las abuelas y matronas. En mi caso particular me encantaría visitar la laguna que se encuentra en la entrada de la ciudad de La Esperanza, en el departamento de Intibucá. O visitar la Bahía de Tela. La ciudad de Santa Rosa de Copán o algunos pueblecitos de Olancho o del sur de Francisco Morazán. Me encantaría aproximarme a las montañas de Celaque. Y observar en la lejanía las ranuras geológicas del tiempo. O las pequeñas fogatas en torno de las cuales los paisanos se reúnen a contar historias inverosímiles.

Otra opción es leer buenos libros. El problema es que cuando cunde el desánimo ni siquiera deseamos leer nada. Pero debemos recordar que Jean-Paul Sartre escribió y publicó su libro “El Ser y la Nada” en el fragor de la “Segunda Guerra Mundial”. Hans Georg Gadamer siguió escribiendo y dando charlas sobre la filosofía de Platón y Aristóteles a pesar que los nazis sentían un gran desprecio hacia los filósofos. La señorita Ana Frank tuvo el coraje de escribir su diario íntimo en medio de la oscuridad y aislamiento provocados por la persecución implacable de los nazi-fascistas.

Más de Columnistas
Lo Más Visto