La felina desnudez en la poesía de Yolany Martínez

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26 de julio de 2020
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12:22 am
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La felina desnudez en la poesía de Yolany Martínez

Por: Linda María Concepción Cortez

La poesía de Yolany Martínez (Olanchito, 1978) se caracteriza por presentar una permanente evolución desde una búsqueda interior hacia una madurez en la creación literaria y en el sentir personal de la autora, un estilo particular que sufre un cambio interno y externo en cada uno de sus libros, esto lo expongo a través de un recorrido de sus poemarios: Fermentado en mi piel (2006), Este sol que respiro (2011) y Espejos de arena (2013).
Antes de comenzar, vale señalar algunos datos biográficos extraídos del blog de la escritora: “Yolany Martínez es poeta y académica. Reside en Estados Unidos desde el año 2008. Algunos de sus escritos aparecen en las compilaciones Garage 69 (2010), Poesía Molotov (2011) editadas por Mónica Gameros y en la antología Wandering Song (2012) de poetas centroamericanos residentes en los Estados Unidos. En el 2002 fue acreedora del Primer Lugar en el “Concurso de cuento Arturo Martínez Galindo” promovido por la Dirección de Desarrollo Estudiantil de la UNAH y en el 2015 le fue otorgado el Primer Lugar en el First Annual Poetry Night patrocinado por la asociación Kappa Gamma Epsilon del Departamento de Lenguas Modernas de la Universidad de Oklahoma por el poema Pájaros de sombra. Asimismo, en el 2019 se le otorgó el Premio Nacional de Poesía Los Confines por el texto Lo que no cabe en las palabras. A esta fecha tiene en proceso de edición su libro Lo que no cabe en las palabras (2020)” (Martínez, s.f.).

Para comenzar, hay que decir que Fermentado en mi piel, es un recorrido personal lleno de poesía que emerge con una voz reposada y profunda que refleja una intensa búsqueda y afirmación de sí misma. Alejada de los gritos y protestas de la poesía social y más allá de la decadencia de las posvanguardias, encontramos en sus páginas versos de una extrema sencillez que precisamente, por ser austeros, implican gran profundidad: “Mi vientre mutilado busca un espacio/estoy preñada de leyes. (Martínez (a), pág. 22).

La principal característica de este libro es que la poeta convierte su cuerpo físico en un prisma por el que se filtra la vida y permite al lector contemplarla en toda su magnificencia. Desde la portada hasta la última página, la piel y la desnudez de ella, se prolongan como el elemento primigenio sobre el cual se imprimen los versos: “Tengo el día cabalgando en mi cintura/ en el horizonte de mi vista. Llevo espada/ mordaz y punzante/ adherida a mis rasgos faciales/ a mi inquietud./ Mi voz se agita/ comanda la batalla,/ aniquila. (Martínez (a), pág. 9). “Más allá del umbral/ de una puerta que no se ve,/ está mi retrato./ Tengo una inmensa espera/ en las espaldas/ y una danza dormida en la cintura./ El istmo que une/ el norte de mi piel/ parece sumergirse en crisis./ (Martínez (a), pág. 10)

La voz poética habla sin prejuicios, muy segura de sí misma. La piel desnuda con la que se elabora el poema proyecta el sutil intercambio erótico, natural y primitivo, en el antiguo ritual del amor sexual: “La mitad de mi vida cae/ al ver tu cuerpo vacío./ Tu rostro ha perdido la luz, la sabiduría./ Yaces/tirado, besando la mitad de mi alma, /yaces/ sin palabras, como/ culpable de un delito, como quien se resigna a la muerte,/ y yaces,/ de algún modo entre la caligrafía de mi piel,/ entre/ la idolatría de mis manos”. (Martínez (a), pág. 29). Predomina en la voz poética la sed por la piel ajena en la danza sensual, como la abeja reina, dueña impenitente de su libertad: “Acostumbrarme/al triángulo invertido de tu espalda/ al espacio obstruido por donde respiro/ al abismo en que cae mi piel/ en tus manos,/ al techo vacío/ a estar entre la tierra y tu cuerpo/ a tus labios de humo./ Hoy, rasgo esa costumbre./ Hoy, yo llevo la bandera”. (Martínez (a), pág. 25).

La soberanía erótica, así como la plenitud de su feminidad se van concretando, como un proceso de fermentación en todo el libro, una voz que habla por sí misma, en la potestad absoluta de quién y cómo es, sin arrepentimientos, causas o pretextos: “Que hablen, que me pregunten/ que critiquen, que blasfemen./ Todo cae por su peso/ y tú y yo/ por humanos”. (Martínez (a), pág. 35).

Este poemario presenta hermosas figuras retóricas propias del nivel de lenguaje literario y su función poética, tales como las anáforas: “En la acera está el otro mundo/ el submundo/ el subcielo/ el suicidio./ En la acera termina la historia de mi país,/ en la acera/ se nace/ se quita/ se muere…/ En la acera llueve por debajo/ allí el frío es aliento/ allí el humo es pintor/ allí, la poesía se viste de harapos/ y pinta de negro su sonrisa”. (Martínez (a), pág. 15). Otro recurso poético es la prosopopeya: “El verano llora/ tu despedida/ y mis ojos se hunden/ con el frío”. (Martínez (a), pág. 12). “Con tu ausencia/ los días jugaron rayuela/ en mi rostro”. (Martínez (a), pág. 13). Además, la concatenación como figura repetitiva: “las notas se quedaron/ a medias, y/ las medias se quedaron rotas,/ como telarañas/ roídas”. (Martínez (a), pág. 11). Así como el apóstrofe como figura vehemente: “Dónde te guardo tiempo/ si de tenerte en mis manos/ se me han roto./ (Martínez (a), pág. 21).

Por otra parte, en 2011 aparece el texto Este sol que respiro. En él, la poesía es extremadamente candente, ya que el entusiasmo erótico incendia las páginas con sus versos: “Despierta/ te hago mío. Llevo tus palpitaciones digitales/ por las calles de esta ciudad ERRANTE. Con pulso/ para que no te resbales. Con pulso/ para que encuentres las direcciones exactas de mis puntos cardinales. / Te abandono a medio camino, a tu suerte,/ con la esperanza de que pierdas mis huellas de humo./ Jadeante/ me encuentras; me traspasas. Mudas piel. Arrebatas mis puertas/ y te presentas como mi propia CONSCIENCIA/ Me llevas al ritmo/ de un solfeo divino./ Multiplicas las horas en tiempo luz y sales de mí/ como la madrugada del alba. /Despierta/ te hago mío”. (Martínez (b), pág. 17).

Este poemario, está dedicado a la sensualidad, como si fuera un manual del amor en el encuentro urgente de los cuerpos. Vemos que aquí el nivel de lenguaje es más llano, directo y explícito en la estructuración de los versos: “Ha caído de nuevo/ en la trampa del SUEÑO:/ yo he caído en la trampa de sus ojos negros,/ de su cuerpo tirado a mi espalda./ ¿Será que se puede amar más?/ Si amándolo amo mi piel y mis huesos/ ¿Existirá otra forma de salirme del agua que refleja mi rostro?/ Eso que llena y calma la SED/ se ha colado en mi vientre./ Ese VINO se hace verbo/ y hoy lo puedo conjugar de mil maneras…”. (Martínez (b), pág. 63).

Sin embargo, este libro demuestra el estado activo de transición de la escritora en su labor de producción poética, ya que vemos un retroceso hacia rasgos posvanguardistas debido a que vuelve a los caligramas y las imágenes visuales, que además, presentan el surgimiento de cierta angustia que comienza a asfixiar a la voz poética, empieza a aparecer la soledad existencialista, aunque de forma idealista: “El peso de la vida/ se mide en quilates de ausencia/. Agonía de vacíos que a ZANCADAS/ abre la edad./ Es el límite de la PALABRA, donde lo agudo/ del llanto permanece en estanques verdes. Donde el SILENCIO pincha todo el cuerpo./ El grito ha perdido la fuerza/, la PALABRA su nombre./ Una razón nauseabunda de la existencia absorbe la explicación. Corroe/ el ánimo./ La humanidad y mi universo han perdido los hilos que las ataban”. (Martínez (b), pág. 73).
Ese sentimiento de angustia, se presenta como el resultado de la experiencia de la vida y del paso de los años. Marca un cambio en la autora, que quizá sea provocado por situaciones como la vida en pareja y la maternidad. Aquí, la piel se une a las piedras, los soles y las palabras como los instrumentos que se usan para hacer los versos: “No tienes que buscar/en los SOLES insistentes de mi cara/ ni en estas PIEDRAS,/ que ya han borrado sus inscripciones,/ la historia de esta voz que aún remienda la PALABRA/. Desvela el manto que llevo atado a la carne./ Río de costumbres,/ retrato del tiempo. Que sean tus ojos el reflejo de los míos./ Ventanas donde pueda discernir mis constelaciones”. (Martínez (b), pág. 57).

Finalmente, Espejos de arena es un poemario de corte amoroso en el cual se refleja el anhelo de la autora por sus seres amados a quienes extraña ya que viven en la separación obligada por su viaje y residencia en Estados Unidos. Este libro, se diferencia de los anteriores porque sus versos son de mayor extensión, más narrativos, pero también más cavilosos. En él se marcan variados puntos de la existencia misma de la autora, entre la distancia del amado, el ir y venir del amor, pero sobre todo una insistencia en la negación de lo que existe, en una valoración introspectiva sobre el mundo y las cosas: “No es la flecha lanzada/ la que estampa el beso de la muerte./ No es el frío que azota los huesos,/ el que hace temblar el cuerpo entero./ No es el veneno que mina la sangre/ el que desgarra la vida exacta de un individuo/ ni es el sol oculto en las dunas de la carne/ el que causa la ceguera”. (Martínez (c), pág. 33).

La piel y la arena se funden como en un reloj vivo y desértico que marca el paso del tiempo y que guarda en su entresijo todos los secretos de la humanidad: “Espero que salga el sol/ que se ha consumido/ en un punto medular del día/ para iluminar/ los montículos de palabras en la arena movediza./ Las arañas tejen su discurso contra el tiempo./…/En mis manos / le libro que alimenta mi sed/ en este De.sierto. In.cierto/. (Martínez (c), págs. 37-38).

La experiencia de vivir en un país extraño, lejos de sus raíces, de su familia, reiteran la lejanía como el doloroso tema que se aprecia en cada poema, distancias que se ondulan como jorobas de arena en cada página: “La voz acuchillada en la garganta/ está resuelta/ a no pronunciar/esa frase/ que nunca he querido/ que siempre he repugnado a propósito./ Madre/ me golpea esta forma de no estar/ de no abrazar lo que pertenece. “(Martínez (c), págs. 45-46). “¡Ahhh!/ Cómo arde la voz en este exilio/ la palabra de trueno/ de presencia iluminada”. (Martínez (c), pág. 44).

El marcado erotismo propio de la autora es expuesto en sus versos, pero, esta vez con mayor moderación que en los textos anteriores: “No necesito hacer un retrato/ ni dibujar con palabras/ la longitud del placer que me adivinas./ No necesito aniquilar los orgasmos/ con piedras de palabras soeces/ ni decirte “Subordinado”/ para crecer en mi estatura/ una estrella brillante de placeres simultáneos”. (Martínez (c), pág. 23). “Tu cuerpo/-árbol aserrado/en simétrica belleza-/ muslos torneados/ en astutas contorsiones./ Cadenas adánicas… herradas en el fuego/ que producen los espamos/ de mi piel contra la tuya” (Martínez (c), pág. 20).

No obstante, la voz poética se vuelca hacia la contemplación interna de su propia autorrealización como mujer que no depende de nada ni nadie para ser quien es: la ama de sus decisiones, de su cuerpo, de su universo: “Nadie puede ignorar/ los símbolos que te acompañan/ ni el resplandor de tu silueta/ detrás del cuerpo oscuro de la historia./ Nadie puede negar/ que no solo tu carne es razón de existencia/ ni tu espíritu el que transmite otras realidades./ Nadie puede cerrar/ la puerta que conduce al infinito./ Mujer tierra, agua, fuego”. (Martínez (c), pág. 52). “Esta mujer que ves aquí/ envuelta en un exilio/ atemporal/ quiere hoy tu renuncia./ Esta primera vez que lo digo es la última/ P.S.-No esperes recordatorio”. (Martínez (c), pág. 60). La voz poética se reivindica en su autonomía creadora, que no necesita lamentarse ni auto-compadecerse por la ausencia del amado: “Hoy quiero ir al mar/ a reclamar todo lo que este río no ha guardado/ a reconstruirte/ a inventarme una forma/ de traer conmigo/ cada gota de agua que almacena un nosotros”. (Martínez (c), pág. 63).

En conclusión, la poesía de Yolany Martínez es emergente, retadora con gran audacia felina, elegante y a la vez sencilla. Es una poesía que se construye a partir de la visualización interna que la autora tiene de ella como potente creadora, sin importarle el mundo o el qué dirán. Ella, mujer emancipada y firme, nos presenta poesía libre de tabús, estridencias, banalidades o causas sociales.

Hay tres Yolanys distintas en estos tres libros, lo que demuestra la versatilidad de la autora, su paso por la vida y su madurez poética: la primera, aquella joven cándida y fresca que se busca a sí misma en una constante observación de sus sentimientos en el inicio de la exploración del camino de la vida; la segunda, la que experimenta la libertad de sentir y de ser ella misma, que no tiene miedo a nada, ni a la vida, ni los tabús sociales en la experimentación sensual, en la novedad del encuentro sexual y del conocimiento de su propio cuerpo, de los vaivenes de la vida sin golpes duros, pero, que empieza a caer en la melancolía originada por el paso de los años y la distancia geográfica con su familia; la tercera, la que ha aprendido a seguir siendo ella misma a pesar de tener que adaptarse a los cambios, ha enfrentado retos y los ha superado, por lo que, de forma más serena, está dispuesta a continuar hasta el final, firme como piedra, cálida como arena, suave como la piel e irrebatible como la palabra.

La poesía de Yolany Martínez tiene tremendas características de independencia, versatilidad, con un sello muy personal, donde ella se plasma como un autorretrato. Ella como su propio cuadro, en el que su piel y su ser mismo, quedan expuestos, en un desnudo metafórico para los ojos del lector. Recuerda mucho a la pintura de Frida Kalho, en el sentido individualista y a la vez universal de cada obra. Es importante la labor que está haciendo, ya que está marcando grandes diferencias que deben incluirse en los referentes de la literatura hondureña y que deben ser leídos por la presente y futuras generaciones. La poesía es el instrumento real que utilizan los artistas para autodefinirse, auto-realizarse y forjarse en nuestro mundo.

Linda María Concepción Cortez, es Máster en Estudios avanzados en literatura española e hispanoamericana, por la Universidad de Barcelona. Licenciada en Letras con orientación en literatura, Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Es docente del área de Letras del Centro Regional Universitario de Occidente UNAH.CUROC, Santa Rosa de Copán. Contacto [email protected] Celular 9673-5116

REFERENCIAS
Martínez (a), Y. (2006). Fermentado en mi piel. Pez Dulce.
Martínez (b), Y. (2011). Este sol que respiro. Pez dulce.
Martínez (c), Y. (2013). Espejos de arena. Letra negra.
Martínez, Y. (s.f.). consultado de Poesía.Prosabreve.autores: https://yolanymartinez.wordpress.com/about/

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