Experiencia concreta y desoladora

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20 de agosto de 2020
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12:36 am
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Experiencia concreta y desoladora

Experiencia concreta y desoladora, Por: Segisfredo Infante

La abstracción teórica es necesaria dentro del largo proceso de humanización del “Hombre”, como una necesidad de trascendencia. Ello a pesar que el filósofo alemán, Martin Heidegger, se convirtió en ateo y se pronunció, en algún momento de su discurrir filosófico, contra toda trascendencia, buscando, sin embargo, y de manera paradójica, su propia trascendencia personal, que quizás le dure varios siglos, por ciertas innovaciones del lenguaje que introdujo en la gran “Filosofía”. La búsqueda de trascendencia es el deseo íntimo, inconfeso, de alzarse por encima de los bajos instintos que experimenta cada individuo, sean éstos biológicos o mentales. Es el intento del vuelo del “Espíritu” por encima de la cotidianeidad inmanente y de las experiencias desgarradoras. De tal suerte que en este punto me pronuncio en contra de ciertos postulados e intenciones de algunos filósofos como Martin Heidegger. Habría que revisar con cuidado y detenimiento el concepto de trascendencia de Immanuel Kant, quien estuvo muy influido por el empirismo británico, pero con un esfuerzo gigantesco por superarlo.

La misma experiencia podría subdividirse en dos momentos que a veces son simultáneos: La experiencia teórica y la experiencia concreta. La primera es respaldada por la segunda y viceversa. Dentro de la experiencia práctica, más allá de la sencilla cotidianeidad recibimos, cuando menos lo esperamos, algunos hachazos desgarradores que escinden al individuo de mitad a mitad. Es, como escribía un pensador en los mediados del siglo diecinueve, una especie de “rayo que cayese de un cielo sereno”, con implicaciones individuales e histórico-colectivas. Ahora mismo la problemática de la pandemia ha estremecido y sitiado a la sociedad mundial en un momento histórico, que en términos generales ha lacerado física, espiritual y económicamente, a pueblos enteros, excluyendo a ciertos personajes oportunistas que han pretendido aprovecharse al máximo de una desgracia que les podría afectar a ellos mismos.

Pero hoy, en este artículo, deseo subrayar lo muy positivo dentro de lo altamente negativo, desde una experiencia individual concreta, dentro del actual contexto nacional y mundial: El jueves 14 de agosto del año en curso, mientras cenaba en mi casa tuve una experiencia repentina, completamente asintomática e inesperada, con una reacción estomacal fuera de serie. De hecho se trató de un episodio mortal, que describirlo al detalle sería muy poco poético o elegante. Mi familia más inmediata me auxilió al instante y me llevó al hospital del “Seguro Social”, en donde me atendieron maravillosamente en la sala de emergencias “No COVID”. Ahí me practicaron todos los exámenes necesarios, me colocaron unos sueros y unos medicamentos intravenosos, para trasladarme, casi a media noche, a una sala de observación también “No COVID”, llamada “Hemo-Dinamia”, en donde una enfermera me recibió con prisa y amabilidad gratuita. Luego otras dos enfermeras me colocaron unos electrodos, instalaron los sueros y medicamentos indicados. Así que estaba vigilado día y noche, sin poder dormir, desde luego. Y sin comer y beber agua durante más de dos días consecutivos. Previamente me decomisaron mi teléfono móvil y todas las cosas que llevaba encima. Así que durante cuatro días intensos estuve aislado, inmovilizado y desconectado del mundo exterior, sin saber nada de mi familia, de mis amigos y de mis colegas. Exceptuando a un médico internista simpático que me relató que él es oriundo de Olanchito, y que le gusta la poesía, y que además es pariente lejano del poeta José Luis Quesada (QEPD). Había olvidado que otro médico internista (sobrino político mío) chequeaba desde afuera de la sala en donde me encontraba “hospedado”, la evolución de mi salud. También ignoraba que varios de mis amigos y colegas trataban de informarse de mi repentina nueva desgracia. Digo “nueva” en tanto que en años anteriores he estado interno en hospitales públicos en dos o tres ocasiones graves. Pero ninguna tan estresante como la reciente, dada la problemática nacional y mundial.

Los médicos residentes circularon todos los días por la sala de “Hemo-Dinamia”, unos más interesados que otros por la salud de sus pacientes. A mi derecha estaban internadas tres personas con mayor gravedad que la mía. Las enfermeras, con tres turnos diferentes, se instalaban al pie de la bandera, todas eficientes y solícitas. Tengo un agradecimiento enorme para los médicos que me asistieron y para las enfermeras. Especialmente para el último residente y para el “jefe de jefes”, quienes llegaron el cuarto día. Mencionar sus nombres sería harto difícil; y además sería injusto solo nombrar algunos.

Mi experiencia fue desoladora. Tanto por las cosas que observé en las proximidades, mi angustia personal y por la revalorización de la necesidad humana del “otro”. Desde la “soledad radical” de la cual han hablado ciertos filósofos, se aprende a valorar la presencia o ausencia del prójimo. Reitero el infinito agradecimiento a mi familia y a todos los amigos que rezaron o que se han preocupado por mi salud. “¡¡Abrazos colectivos!!”.

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