DE LO DICHO A LO HECHO

MA
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7 de octubre de 2020
/
12:25 am
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DE LO DICHO A LO HECHO

GANADORES Y PERDEDORES

EL 31 de diciembre reportan a la OMS los primeros casos de neumonía detectados en Wuhan. En enero cierran el mercado de mayoristas de mariscos de Huanan bajo sospecha que los animales salvajes vendidos allí pudieran ser la fuente del virus. En los primeros días de enero se dan cuenta que el virus no es cosa vieja, sino un nuevo coronavirus. A mediados del mes reportan la primera muerte. Varias semanas transcurrieron desde los primeros casos de la enfermedad en China, hasta que la autoridad sanitaria a nivel mundial detectara que se trataba de alarmantes niveles de gravedad. Allá, en los inicios del mes de marzo la OMS sonó las bocinas de alarma. La peste –anunció el etíope– es una pandemia a nivel mundial. El encierro declarado por los países para evitar la aceleración de contagios provoca una severa contracción de las economías.

Los mercados comienzan a desplomarse. Primero en Asia y Europa hasta que el virus cruza los mares, llega a puerto seguro y se esparce en occidente sin miramientos o contemplaciones. Entre lo que alumbra el rayo y el estallido del trueno el mal se vuelve global. Cuando finalmente, después de varias semanas, las cabezas más iluminadas del mundo –y los que no ocupan mucha luz para deducir– recapacitan que la crisis va para largo y lejos de menguar empeorará, convocan al cónclave del G-7. El grupo de los países más ricos del mundo se muestra favorable a aplazar el pago del servicio de la deuda de los países más pobres. Sin embargo, de lo platicado nada se ejecuta. Se supo después que el Grupo del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI) exhortaron al Grupo de los Veinte (G-20) a extender moratorias de deuda a los países pobres más allá de comienzos del 2021. Allá por el mes de julio el Banco Mundial advierte a los países miembros del G-20 sobre la necesidad de dar una segunda extensión de alivio de deuda a los países de menores ingresos. Sin embargo, como de lo dicho a lo hecho hay tanto trecho, peor tratándose de la poco creativa, parsimoniosa y abúlica burocracia internacional, a estos pintorescos paisajes acabados aún no llega ni la sombra de lo ofrecido. Ahora, ya casi con el año recorrido del virus encima, nuevamente los grandes van a otro cónclave. “El alto endeudamiento de los países pobres y en desarrollo será uno de los temas que acaparará la agenda virtual de las reuniones de otoño del Banco Mundial y el FMI”. Mirándose por las pantallas los directores de las finanzas y bancos centrales de los 189 países miembros del FMI se conectarán desde distintas partes del planeta.

A ese lento pasito de la pachorra que no conoce de apuros ni de urgencias, regresan a los diagnósticos fatalistas y a los análisis de lo inasible. Sin duda que la tertulia abundará en vaticinios apocalípticos de los expertos. Ello es así porque hasta ahora, el sistema multilateral no sale de su soporoso estado de perplejidad al campo de las acciones. De la estupefacción por lo sucedido a las soluciones de la crisis. Esta es la pregunta que cuelga en los portales digitales de las aves agoreras. ¿Cuál es el factor más importante para poner fin a esta tendencia de acumulación de crisis de deuda? La pregunta tiene cuatro opciones: “Aumentar la transparencia en materia de deuda; asegurar que los derechos de los acreedores no sean más preponderantes que los intereses de los ciudadanos de los países altamente endeudados; fortalecer las prácticas de gestión o destino de los endeudamientos; y proporcionar alivio de la deuda a los países más pobres”. Y el amable público, ¿cuál opción sería la que escoge como prioritaria?

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