22 años después

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10 de noviembre de 2020
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12:18 am
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22 años después

Juan Ramón Martínez

22 años después, las cosas siguen, iguales. O casi iguales. Los modelos de urbanización, sin aprender las lecciones del Mitch, siguen aprobándose irresponsablemente. Pasando por alto la necesidad de proteger vidas y bienes. El desajuste de los modelos de vivienda, colocándonos de espaldas, a las que funcionaron en el pasado frente a los riesgos climáticos. En cambio, se construyen urbanizaciones en las zonas bajas en SPS, que es la ciudad en donde son más notorias las irresponsabilidades. De la misma manera los bordos de contención, –que les permitieron a los bananeros enfrentar las inundaciones–, siguen sin conservación, ampliación y mejoramiento. El dragado de los ríos Ulúa, Chamelecón y Aguán, obra iniciada en tiempos de Callejas, nunca se continuó. De forma que los ríos azolvados, siguen disminuyendo la velocidad de conducción de las aguas al mar.

Y la resistencia de las aguas de este, no han sido objeto de estudio para el establecimiento de bombeos mecánicos para neutralizarlas. Y las carreteras, los ingenieros, las construyen con los mismos códigos, en la creencia que lo que ocurrió, no se repetirá. Se siguen las mismas rutas, con alcantarillados diseñados para cargas mínimas y, sin anticipar, escenarios que pongan al límite las capacidades de los procedimientos de control de las aguas. En fin, las universidades –poco estudiosas de las realidades nacionales, porque tienen reducido interés en la investigación científica– no aprenden de las realidades y tampoco diseñan modelos alternativos que, eviten que lo que ocurrió, se vuelva a presentar. Los derrumbes, que en otras sociedades han controlado en un alto porcentaje, son desconocidos por los ingenieros, especialmente porque están interesados más en la ejecución de obras, que en su duración.

Cada puente que se cae, demuestra la incompetencia de los ingenieros que forma la UNAH, especialmente, de forma que cuando se inunda Ciudad Planeta, la entidad cuestionada es la Facultad de Arquitectura. Y tan doloroso es el problema que, los colegios profesionales, solo sirven para publicar notas de duelo; pero no para garantizarnos calidad de las obras. Las firmas supervisoras que, en otros países serían enjuiciadas, todavía siguen un comportamiento típico de las formas más primitivas de comparezco mercantilista.

Pero, no solo allí está el problema. Hasta los sucesos de Olancho en 1975, teníamos la mejor organización de la población. De forma que movilizarla, para alejarla de los peligros, era más fácil. La falla de 1969, se debió a los defectuosos sistemas de información que tenía el gobierno para entonces. Y por la idea de López Arellano que, nunca creyó que los salvadoreños se atreverían a invadirnos. Ahora, tuvimos tiempo suficiente para evacuar a la población de las zonas bajas; pero no lo hicimos. Por falta de capacidad de las autoridades, por resistencia cultural y poca capacidad de auto organización de la población afectada. Las muertes de compatriotas y algunos que todavía tienen amenazadas sus vidas, perfectamente, pudimos evitarlas.

Este no es un ejercicio para buscar culpables. Lo que nos interesa es, darle sentido al cambio del país. No podemos seguir lamentándonos cada veinte años, pidiendo limosnas internacionales y ratificándole al mundo que, somos unos haraganes que no se prepara para los malos tiempos. Hace 22 años, pedimos que se revisaran los códigos de construcción. Y no se hizo nada. Claro, una golondrina sola no hace verano. Y, mucho menos, cuando se lucha contra intereses privados, para los que, la vida humana interesa menos que un pepino magullado. De lo que se trata es de insistir de nuevo, para aprender de las lecciones dolorosas que nos da la vida. Y cambiar actitudes y comportamientos, para de ese modo, proteger el capital social y cuidar de las vidas humanas.

Y aunque debemos reconocer que, hemos tenido mejoras en los sistemas de salvamiento e información temprana, no privilegiamos el profesionalismo, sino que la lealtad partidaria cuando se trata de operarlos. Los hondureños tenemos que cambiar. Esta cultura de la dependencia, que la autoridad nos tiene que sacar chineados de las casas inundadas, debe ser sustituida por otra en la que, cada uno de nosotros sea responsable de su vida y de la protección de las propiedades que haya acumulado para vivir mejor.
En fin, debemos ponernos de pie. Dejar de llorar y empezar a cambiar, para que, en los próximos 20 años, no nos mostremos, tan frágiles como ahora.

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