Sobre lo que queremos

ZV
/
8 de enero de 2021
/
12:04 am
Síguenos
  • La Tribuna Facebook
  • La Tribuna Instagram
  • La Tribuna Twitter
  • La Tribuna Youtube
  • La Tribuna Whatsapp
Sobre lo que queremos

Por: Juan Ramón Martínez

Muchos han perdido la esperanza. No creen que Honduras se pondrá en pie, algún día. Y que los hondureños, con la frente levantada, mirando de frente, podamos construir un destino mejor. Se muestran rendidos. O en disposición de hacerlo. Enfadados, amargados. Conductas que son explicables. Muchas generaciones han fracasado en el intento, porque Honduras sea la mejor nación de Centroamérica. Otras, –la mayoría– han sido cómplices de las razones por las cuales, pese a que relativamente hemos sido favorecidos por las circunstancias, no hemos podido salir de la pobreza, forjar sólidos lazos de fraternidad y hacer del trabajo, la fuente del bienestar. La historia del país está llena de errores y maldades que, debemos evitar. Estudiarlos no es para repetirlos, sino para identificar sus causas y suprimirlas. Por ello, más que ejercicios académicos, que solo sirven para unos pocos y las polillas que los acompañan, y justifican la criminal inactividad, hemos escogido el camino de la identificación de la realidad, para transformarla, mediante la acción valiente. Luchando en contra de los que viven de la indolencia de una parte de los hondureños que, creen que solo basta con maldecir las cosas, desde la hamaca, porque gritando, desde lejos, vendrán otros a resolver nuestros problemas.

Hay que ir a las raíces del mal. No hemos sido educados para respetar la ley; para crear instituciones que frenen los apetitos individuales y grupales. Y, no hemos podido entender que la corrupción no tiene color político. Que, es una amenaza en contra de todos, porque nos afecta y nos ofende colectivamente. Es difícil hacer una nación cuyo pueblo no cree en la democracia. En el interior de la mayoría de los hogares hondureños, lo que se ha impuesto es el padre arbitrario, que ofende a su mujer y degrada a sus descendientes. El autoritarismo paterno, el machismo que enseñan algunas mujeres, y la obediencia que otras predican para que sus hijas bajen la cabeza frente a la arbitrariedad de sus maridos, no nos han permitido un hondureño respetuoso de la dignidad humana. Que los delincuentes crean que, pueden hacer cualquiera cosa; que haya delitos que nunca han sido esclarecidos; y, en consecuencia, sus autores no han sido castigados, es una prueba que tenemos una sociedad disfuncional, imperfecta, que debemos corregir, si no queremos que el país se nos deshaga entre las manos temblorosas e irresponsables. Tampoco el clientelismo político es algo que, nos enorgullece. Todo lo contrario. Debe avergonzarnos. Mis ideas –religiosas y políticas–, mis votos en las elecciones y mis opiniones, no se venden; ni son propiedad de los caudillos que, algunas veces, muchos heredaron de sus padres irresponsables.

Debemos luchar por la libertad. Sin miedo a la muerte, cuya presencia segura y exacta, le da sentido y plenitud a la vida. Hay que buscar una ética que privilegie el trabajo, que valorice lo mejor y de calidad, para no conformarnos con las migajas que caigan de la mesa de los epulones que han vendido su conciencia, al mejor postor. Para ello, necesitamos ser mejores que, lo que hemos sido hasta ahora. Hay que cambiar. Todos. Porque si no cambiamos y seguimos manejando los mismos rencores, durmiendo con la mentira; y celebrando a los que nos irrespetan pensando por nosotros, Honduras no cambiará. Más bien correrá el peligro de desaparecer. Lo estamos viendo en Estados Unidos. Los males están en la sociedad y en sus miembros. Y solo falta que, un caudillo estrafalario, nos use, para ir a la pelea de unos en contra de los otros, por el color de una bandera, por un discurso insulso; o por un espectáculo criminal y vergonzoso.

Un grupo de compatriotas, entre los que me cuento, queremos cambiar las cosas, reconstruyendo al hondureño. Por ello, convocaremos a los mejores de entre nosotros, para que escriban la historia de Honduras, en la que los niños, jóvenes y adultos, aprendan de los errores, diferencien a los buenos de los malos; y para lograr desde la formación democrática –que debe empezar en el hogar– sacar a los mercaderes del templo que, bajo dos banderas partidarias nefastas, han descuartizado la de las cinco estrellas, impidiéndonos el goce de los beneficios de la libertad, la democracia y el buen gusto para hacer una Honduras mejor. Muchos lo desean. Nosotros también.

Más de Columnistas
Lo Más Visto