Patria, calidad y responsabilidad

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23 de marzo de 2021
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12:22 am
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Patria, calidad y responsabilidad

Juan Ramón Martínez

Bajo el fuego de la irracionalidad, en la pasión desbocada de la política, se confunde la patria con el gobierno, con el gobernante, con los partidos, con las élites e incluso, con los delincuentes. La patria solo es comparable a, sí misma. Es singular. Y por ello, más que propiedad de unos pocos, es el único manjar que prefiere nuestro gusto. La única casa en donde el calor nos protege y el único espacio para preservar la esperanza. Sin ella, embrocados bajo sus escombros; o en manos de los ladrones, somos huérfanos, sin un espacio siquiera sobre el cual descansar nuestra cabeza.

La patria es de todos. Todas las instituciones están a su servicio y ninguna es superior a ella. Incluso la existencia de las mismas, solo se justifican, cuando la sirven, la honran, la engrandecen y la aseguran por los siglos de los siglos. Herederos de una estúpida decisión, en la que, los caudillos optaron en favor de Maquiavelo –para el que el poder era un precio para los que lo alcanzaban– renunciando al pensamiento de Tomás de Aquino, los caudillos creen que son dueños de la patria, que sin ellos, no puede sobrevivir. Y que todos los ciudadanos, tenemos el deber de querer, obedecer y respetar. Ferrera creyó que él era la patria. Juan Lindo, la consideró un juguete para sus trapisondas; Medina la convirtió en la primera hacienda presidencial, manejada desde Gracias; Carías Andino siempre imaginó que Honduras no podía sobrevivir después de su muerte y ahora, algunos políticos, enamorados del poder, sostienen que, si dejamos de hacer las cosas como ellos, aquí nos llevará el diablo a todos. Falso. Honduras es singular, única y propiedad de su pueblo. Nada más. Sus gobernantes, son sus mandaderos, sirvientes que deben rendir cuentas, cada vez que les mandamos a hacer encomiendas en los alrededores. Los dueños de este país, somos los ciudadanos. Los únicos en los que, reside la soberanía. El que, por fallas mentales, deficientes formativas o descalabros emocionales, no ejerzan esa soberanía o la hagan mal, no la pierden jamás. Por ello, cuando votan y eligen a los peores, no tienen que venir otros a escoger a sus sirvientes-gobernantes, sino que obligarlos a corregir, a cambiar a los que no hacen las cosas bien, a satisfacción de sus órdenes y sus gustos.

Las elecciones, no son ferias para repartir premios o canonjías. Son ejercicios para distribuir responsabilidades, para entregar a los que tengan más voluntad de servicio, mejores habilidades para dirigir a los demás sirvientes, honradez y vergüenza, los destinos del país. Las elecciones no son ferias ni piñatas, en donde premiamos a las más bonitas, a las que se exhiben desnudas, a los jugadores de fútbol, a los analfabetos y a los que es más notoria la acreencia de sentido común y amor a Honduras, con escaños en el Congreso, sillones en las alcaldías, cargos ministeriales o espacios en los cementerios de los elefantes, como es conocido el Parlamento Centroamericano. Tampoco le damos a los elegidos, un cheque en blanco. Son mandaderos nuestros, a los que hay que examinar en la entrada y en la salida, para evitar que usen el poder para enriquecerse. Como mandaderos, debemos saber todos, cuánto ganan, para que al salir de los cargos, nos rindan cuentas y nos demuestren que, no se enriquecieron. Ni ellos, sus familias y mucho menos sus amigotes. Además, no los elegimos para que hagan de Honduras sus haciendas particulares, utilizando a los soldados para que les mantengan sus fincas, a los ingenieros para que les pavimenten por donde circulen y que, tampoco, organicen una corte de aduladores que los aísla, para simular que son superiores a sus jefes, los ciudadanos.

Ignoramos quiénes son los electos. Cuando lo sepamos, los investigaremos para conocer qué tienen, qué saben y qué ignoran. Lo primero, para estar seguros que no son ladrones. Lo segundo, para asegurarnos que usarán los recursos nacionales para el bien de las mayorías; y lo tercero, para nombrarles instructores o institutrices. Los estúpidos, solo hacen estupideces. Los ególatras se creen superiores. Manuel Bonilla, tuvo muy poca escuela. Pero conocía sus deficiencias. Por ello, escogió a los mejores y gobernó muy bien. Desde el Congreso, debemos aprobarle al gobernante, los secretarios de Estado. Es necesario hacerlo. No elegimos a un rey.

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