Hondureño, orgullo y dignidad

MA
/
11 de mayo de 2021
/
01:21 am
Síguenos
  • La Tribuna Facebook
  • La Tribuna Instagram
  • La Tribuna Twitter
  • La Tribuna Youtube
  • La Tribuna Whatsapp
Hondureño, orgullo y dignidad

Juan Ramón Martínez

Escribo bajo dos sentimientos encontrados. Vergüenza, por un lado. Y orgullo por el otro. Lo primero, me lo produce la petición de algunos alcaldes “hondureños”, implorándole a Bukele que les regale vacunas para inmunizar a sus pueblos. Aparentemente, les impulsa el deseo de ser útiles a sus comunidades; pero detrás de ello hay tres cosas penosas: la pérdida de orgullo, la falta de memoria histórica y el ánimo de ofender al régimen de JOH. Es tan doloroso el sentimiento que me provocan sus palabras, expresadas sin vergüenza que, -ni siquiera tienen la dignidad de una mujer que vende sus encantos a cambio de dinero-, que llegue a temer que inmediatamente, iban a solicitar que Honduras se convirtiera en departamento de El Salvador y que Bukele -antes, supongo, del acto irregular cometido en contra de la ley y que ha recibido el rechazo internacional- sea nuestro presidente, por los siglos de los siglos. Soy centroamericanista. Mantengo respeto por El Salvador igual que a Morazán; pero amo a Honduras y siento tanto orgullo que, solo me arrodillo ante Dios. Y no llego a la desvergüenza de pedirle a quien nos irrespeta, se burla de nuestras autoridades, que nos regale vacunas -que no tiene- para inocular a pueblos que, los alcaldes usan como moneda de cambio, para ganar elecciones. Algunos de esos alcaldes los conozco.

Son de escasa formación histórica, poca cultura y limitados conocimientos. Además, muy politizados y que, moralmente creen que no importan los medios -por penosos que sean- con tal de obtener resultados que, para ellos, son prioritarios: ganar las elecciones porque son adictos al poder. No pueden vivir fuera del presupuesto. Igual que Garizurieta, ex embajador de México en Tegucigalpa, creen que ello es, un error. Y que, vivir en el error, mejor es morir. Los alcaldes que aparecen en un filmado que han hecho circular, tanto para engañar a Bukele, muy susceptible y vulnerable ante estos halagos, están enamorados del poder y sus beneficios. Casi todos son ilustres desconocidos. De pequeños pueblos que casi no se notan en el mapa. El único que conozco es a Amable de Jesús Hernández, que usaba Zelaya para marearlo, presentándole a Fidel Castro y a Hugo Chávez. Tenía antes de oírlo, -pidiendo tortillas amanecidas-, un buen concepto, pese a sus estrafalarias ideas políticas que, desafortunadamente comparten sus ingenuos electores.

Pero después de esta vergüenza, he recibido una carta que me llena de orgullo. La firma Ramiro Colindres, el mejor editor del país en los últimos años -los demás son impresores, artesanos de las artes gráficas- y en ella, me habla de un libro que tiene en borrador, sobre la dignidad e identidad del hondureño. Desde el período prehispánico hasta la Reforma Liberal. Dice que analiza la identidad del indígena, la reacción frente al colonialismo español, que produce un nuevo hondureño que hemos estudiado muy poco. Me pide que, al regresar de Estados Unidos, donde viaja a vacunarse, quiere reunirse conmigo y con Arturo Morales para hablar del tema y revisar el borrador. Me solicita considerar la posibilidad de escribir el prólogo. Por supuesto, mi respuesta, es inmediata. Positiva. Y como uno de mis temas favoritos es el conocimiento del hondureño, más allá de las apariencias, las falsedades y las hipocresías, he empezado a revisar los pocos estudios que tenemos al respecto. Elisa Martínez Pavetty me dijo una vez que el hondureño no es humilde. Otros me han dicho que es, taimado. Y desde afuera, nos ven: falsos, mentirosos, oportunistas y pedigüeños. Los estadounidenses no confían en nosotros. Los salvadoreños, pese a los temores que les provocamos por nuestro tamaño y capacidad de reacción frente a sus amenazas, nos temen y no confían en nosotros.

Los alcaldes pedigüeños, colegas de Amable de Jesús, no lo saben. Y se hacen los tontos. Los estadounidenses poco confían en las disciplinas ante el manejo de los fondos públicos -de los que no están exentos los alcaldes-, en nuestras lealtades y compromisos. Menos en nuestra amistad que ellos, como imperio -como todos los que existen y ha habido- no necesitan. Porque cuando quieren, que les hagamos trabajos, nos contratan como sirvientes.

Todo esto no lo saben los alcaldes de la desvergüenza que, con su conducta nos llenan de pena, porque se llevan de enfrente el honor nacional.

Más de Columnistas
Lo Más Visto