Teodoro Gómez, obispo auxiliar

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21 de mayo de 2021
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12:03 am
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Teodoro Gómez, obispo auxiliar

Por: Juan Ramón Martínez

La prensa nacional le ha dado poca atención al hecho. Como si careciera de valor para Honduras y los hondureños. El Papa Francisco ha nombrado a Teodoro Gómez, sacerdote diocesano, como obispo auxiliar del arzobispo de Tegucigalpa, Cardenal Óscar Andrés Rodríguez. El cargo estaba vacante después de la renuncia de monseñor Pineda. Teodoro Gómez, es el segundo obispo originario de la zona sur del país y el primero, fruto de la acción pastoral de los “javerianos” en Honduras. Hasta su consagración como obispo auxiliar, monseñor Gómez, se desempeñaba como director del Instituto Santa María Goretti, fundado hace muchos años en la ciudad de Choluteca.

El hecho tiene una singular relevancia. Monseñor Gómez, es hijo de una familia de campesinos sureños: Julio Rivera y Vicenta Gómez. Nació en El Banquito, aldea del municipio del Corpus, el 7 de mayo de 1963.Y es el primer miembro de la Celebración de la Palabra que, escogiendo el camino sacerdotal, llega a obispo. Su ordenación episcopal, ocurrió el 15 de mayo -fecha dedicada a San Isidro Labrador- para confirmar con ello, su origen campesino, su vocación de sembrador y, su misión, de humilde servidor de los demás.

La Celebración de la Palabra es posiblemente, el movimiento eclesial más importante creado en el continente americano. Es una obra de monseñor Marcelo Gerin, con la que se atienden las necesidades espirituales de las comunidades que no tienen sacerdote. Campesinos entrenados, predican cada domingo la palabra de Dios en sus comunidades, animan las acciones comunitarias para resolver los problemas locales y actúan como consejeros entre sus hermanos. No son sacerdotes descalzos, sino que líderes eclesiales que, fuera de la jerarquía -como se imaginó inicialmente- hacen una labor evangélica ejemplar. Este movimiento fue creado antes que las llamadas Comunidades de Base y, también de la discutida Teología de la Liberación, y que no echa mano de ninguna fórmula sociológica externa, sino que se inspira exclusivamente, en el evangelio. Desde el sur de Honduras, monseñor Gerin vio extenderse su movimiento por todo el país, del continente y en el mundo. Su popularidad tiene mucho que ver con su finalidad de suplir a la falta de suficientes sacerdotes, con una metodología que involucra a los pobres en sus esfuerzos por transitar los senderos de la ruta de la salvación y porque, en la práctica, involucra a los afectados en la solución de sus comunes problemas y con su propio instrumental. De este movimiento renovador, la Iglesia Católica hondureña, cosecha el primer fruto, mientras miles de campesinos han mantenido su fe y preservado su compromiso, con la misión de servir a los demás, dentro de un espíritu de fraterna hermandad.

Monseñor Gómez, al cual he llamado para felicitarle y ofrecerle mi apoyo en sus tareas, tiene muy clara la dimensión de las tareas que le han sido confiadas. Sabe que la Iglesia Católica ha sido dañada en los últimos años, por grupos interesados en la disminución de su importancia; y que, además, internamente, entre algunos sacerdotes, se observan divisiones de carácter ideológico, diferencias que, a nuestros juicios carecen de sentido. La fuerza de los “evangélicos” en la vida colectiva ha aumentado en los últimos años, especialmente en las diócesis de la costa norte y la presencia de muchos pastores integrados en el poder público, ha trasmitido a algunos, la impresión que el evangelio puede estar al servicio del gobierno central. Pero si hay algo que caracteriza la visión de monseñor Gómez, es que su misión es de servicio; que nos es “príncipe” de la iglesia, sino que un pastor que está obligado a sembrar la semilla del amor entre la feligresía, y en su vida personal, oler a oveja, a las que se debe y a las cuales, ha consagrado su vida. “Me siento un sembrador”, me dice. Por ello agrega, “en mi escudo episcopal, el arado resalta mi compromiso de forjador de conciencias que, deben evolucionar dinámicamente en el encuentro con las realidades específicas de cada comunidad eclesial”.

Lo conozco desde hace muchos años. Recuerda que, en su formación, aporté visiones de la realidad nacional, en varias conferencias en que me escuchó, mientras se formaba en el Seminario Mayor. “No fue mi profesor”, me dice. Y le hago sentir que, me habría gustado serlo, porque entonces, estaría más contento y orgulloso, de lo que me siento.

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