¡Nos estamos quedando, sin patria!

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11 de junio de 2021
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12:04 am
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¡Nos estamos quedando, sin patria!

Por: Juan Ramón Martínez

Hay que hacer un esfuerzo singular, porque duele reconocer que, nos estamos quedando sin patria. Que Honduras cada día que pasa es, más pequeña, menos influyente, más irrespetada desde el exterior, con menos oportunidades, con un pueblo desesperanzado; y un liderazgo sin compromiso, para defender su existencia. No es simple nostalgia o deseo de afirmar que todo lo que ocurrió antes, fue mejor. Es que, cuando éramos menos habitantes, teníamos más capacidad para alimentarnos; nuestras fuerzas productivas eran mayores. A principios de la década de los treinta del siglo XX, eran más sólidas las instituciones públicas: el Congreso era más respetable, y preservaba su independencia ante al Ejecutivo y aunque existía la misma pobreza que ahora nos amenaza, la desigualdad entre pobres y ricos, era menor. Ahora, nos movemos entre los extremos: la abusiva riqueza, que apena a los más indiferentes, convive con la pobreza y la miseria que algunos usan, para provocar compasión. Y extender la mano. Y cuando vemos el control de nuestra casa -la única que tenemos- observamos que ahora, intervienen en nuestros asuntos internos, no solo los vecinos centroamericanos, sino que la OEA, la ONU y la Unión Europea. Los hondureños, nos hemos debilitado tanto que incluso, no intervenimos en el manejo de los asuntos de Honduras. Hasta para aprobar la Ley Electoral, nos dan órdenes de afuera. Todo ello, sin disgustarnos. Nunca antes, habíamos visto una malsana unanimidad: la intervención externa, es útil, inevitable, para enfrentar los problemas, porque hemos perdido el coraje para manejar nuestros propios asuntos.

La nación, entendida como el sentimiento de pertenencia a un espacio común, que compartimos un pasado similar; en consecuencia, un futuro común, cada día se vuelve tenue. Los jóvenes no se sienten comprometidos con Honduras y los adultos, especialmente los políticos, no la imaginan como un altar al que entregarle sacrificios, sino como un pedestal para elevar sus menguadas figuras ante un pueblo cada día más pequeño. Honduras como nación, no es un fin, sino que un medio, para lograr mezquinas satisfacciones y mostrar las peores pretensiones utilitarias.

La palabra patria, no aparece en el lenguaje cotidiano. Apenas se repite, en las fiestas de independencia, reduciéndola, al ejercicio de bandas musicales y a la exhibición de muchachas que le sonríen -sin saber los riegos que entraña- a geófagos hambrientos que quieren como el lobo violar la ingenua “Caperucita Roja”. “La patria, como tierra natal o adoptiva, ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos” como la define el diccionario de la RAE, es un concepto sin carne en las emociones de los hondureños. El odio político ha roto los afectos. La conciencia histórica inexistente, no crea vínculos solidarios. Y el cumplimiento de la ley, en vez de unirnos, nos separa porque, solo lo tontos e impotentes la cumplen. Los fuertes la evitan. De modo que no nos sentimos emocionalmente ligados o hermanados, llamados a pelear juntos por la tierra común o trabajar unidos para desarrollar la utopía de la casa común, fresca y cómoda para todos.

Nos estamos quedando sin patria. Clamamos porque el extranjero venga a hacer por ella, lo que no hemos sido capaces de construir. No nos sentimos comprometidos y orgullosos de vivir aquí. La mayoría quiere que Guatemala nos deje pasar. Los desesperados prefieren la muerte en el desierto de Texas, ante que el fin lento que, inexorablemente, nos imponen aquí, la pobreza y la miseria.

Lo grave es que, sin esperanza, perdemos la confianza en el futuro. Estamos convencidos que aquí no se puede vivir. Y que antes que el cielo se desplome, huimos hacia donde dicen que hay sombras seguras en donde pasar un rato, para preservar la vida, porque la autoridad no nos protege y los políticos ni siquiera imaginan la forma de construir pequeños paraísos de felicidad. Por ello, no sentimos la patria y cuando alguien la menciona, decimos que no es nuestra, porque no la gobernamos, desde fuera nos ordenan los muebles y dicen de qué color pintar los techos de nuestras casas.

Ignoramos que no se puede vivir sin patria. Sin ella, somos parias donde vayamos; estorbos para los allá establecidos y basura para los que ya no quieran explotarnos. Por eso duele, saber que, nos estamos quedando sin patria.

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