El Mallol

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13 de junio de 2021
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12:03 am
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El Mallol

Algo más sobre la numismática

Por: Mario Hernán Ramírez
Presidente vitalicio “Consejo Hondureño de la Cultura Juan Ramón Molina”.

La presencia y connotación histórica que el puente Mallol reviste para Tegucigalpa refleja claramente la importancia que esta comunidad tuvo para los españoles desde que en 1578 comenzó su conformación urbanística como caserío, aldea, villa, provincia, ciudad y hoy capital de la República.

Esta joya urbanística es el mejor testimonio de que Tegucigalpa siempre ocupó un primerísimo lugar en la colonización, porque se dieron cuenta que en sus entrañas había oro y plata en cantidades navegables, por lo que la minería pasó a convertirse en el patrimonio principal de la población que andando el tiempo fue confundiéndose entre los llamados “indios” de Comayagüela y los “aristócratas” de Tegucigalpa, ya que el puente Mallol sirvió precisamente para evitar las incomodidades de conexión entre ambos lugares, ya que en aquella época el río Grande era un verdadero potencial acústico que impedía la fácil comunicación entre unos y otros. Debe recordarse que el río Grande que divide las dos ciudades, está conformado por el Guacerique que se une al Choluteca en las inmediaciones de los barrios Guacerique y La Bolsa a los que se les une el río Chiquito, precisamente en la entrada al puente Mallol, por lo que juntos forman el caudaloso afluente, al que con tanto amor y orgullo le cantó nuestro irrepetible Juan Ramón Molina a comienzos del pasado siglo, cuando este disfrutaba de las bondades que la madre naturaleza le había dotado, lleno de limpias aguas en las que se albergaban miles de especies de diferente naturaleza, propias de ese ambiente en el que predominaban los peces llamados congos, chacalines, cangrejos, anguilas y muchas más que constituían una fuente alimenticia para los habitantes de ambas ciudades, independientemente de la enorme importancia que el mismo representaba para la salud de los capitalinos, ya que sus frescas y transparentes aguas eran el sitio ideal para el baño diario y la lavandería de la ropa que también era una fuente de trabajo y diversión.

Los que tuvimos la oportunidad de disfrutar de semejante placer no podemos olvidar jamás los diferentes recodos que, a manera de balnearios, la intuición humana había seleccionado para recrearse en familia, sobre todo los fines de semana en que en las llamadas excursiones compartíamos las delicias de los almuerzos saturados de deliciosas bebidas y la exquisitez del sol y el agua que aquellos añorados tiempos nos proporcionaban.

El tema fundamental de nuestro trabajo de este domingo se refiere específicamente a la importancia que el viaducto conocido como Mallol tiene para Tegucigalpa y Comayagüela en este año de gracia en el que conmemoramos el Bicentenario de la Independencia centroamericana y por ende igual cantidad de años de la inauguración de este majestuoso puente que ha resistido durante dos siglos los embates furiosos de las aguas del río que lo cruza cuando en tiempos de lluvia se han desatado ciclones y huracanes que han hecho destrozos por todos lados. El puente Mallol llamado así en memoria de su principal inspirador, el último alcalde español que tuvo Tegucigalpa don Narciso Mallol, ha resistido todas las envestidas del río Grande, merced a la presencia de un centinela permanente conocido como “diamante” que es, en el que chocan los árboles, rocas y demás objetos pesados cuando hay inundaciones; ese reten precisamente sirve también de apoyo al puente Carías, conocido también como “puente azul patas coloradas” ya que fue iniciado y levantadas sus columnas en la administración del doctor Vicente Mejía Colindres y finalizado en el siguiente gobierno del abogado Tiburcio Carías Andino e inaugurado en 1937.

Pero regresemos al Mallol, el que está cumpliendo sus dos siglos, dos centurias que merecen el mayor reconocimiento de las autoridades edilicias y de la comisión nacional encargada de la celebración del Bicentenario, para lo cual debe utilizarse la mejor imaginación posible para que el Mallol vista sus mejores galas, cambiándole el rostro que actualmente presenta, por uno nuevo, embelleciéndolo mediante las técnicas de la arquitectura moderna y colocando en alguna de sus entradas o en el centro un enorme arco que puede ser iluminado por las noches en el que puede escribirse la leyenda siguiente: “Puente Mallol en el Bicentenario de su inauguración” que según el arquitecto e historiador Ricardo Calderón Deras fue precisamente en el mes de junio de 1821 cuando fue solemnemente inaugurado y puesto al servicio de las diligencias o carruajes, carretas de bueyes y jinetes que por entonces existían en Tegucigalpa y Comayagüela.

En aquella época ni remotamente se soñaba con el enorme parque vehicular conque hoy día Tegucigalpa cuenta, siendo el puente Mallol el mejor referente de la visión y estructura conque fue construida esta monumental obra a la que se han agregado un poco más de veinte viaductos alrededor de los más de 500km2 que conforman el territorio capitalino.

Estamos a tiempo. Eso sí, a tres meses justos para la magna celebración, los encargados de esta ceremonia que se repetirá posiblemente dentro de un siglo, nuevamente, tienen que imprimirle todo el dinamismo, interés y valor histórico que el puente Mallol reviste para esta cuatro veces centenaria capital de la República que sin duda alguna como lo ha venido haciendo el actual rector de la comuna y aspirante a la Presidencia de la República señor Tito Asfura debe ponerse pilas para que los capitalinos y los hondureños en general lo recuerden siempre, tal como se recuerda a don Narciso Mallol doscientos años después.

Hay tiempo, personal capacitado y recursos suficientes para embellecer el Mallol y ubicarlo en la categoría que le corresponde en su bicentenario de fundación.

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