Un consejo y una alerta al pueblo de Valle de Ángeles

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18 de junio de 2021
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12:05 am
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Un consejo y una alerta al pueblo de Valle de Ángeles

¿Vuelven los oscuros malandrines del 80?

Por: Óscar Armando Valladares

A cuarenta minutos de Tegucigalpa sobresale el municipio de Valle de Ángeles, adscrito al departamento de Francisco Morazán y en colindancia o cercanía con otras tierras de entraña minera: Santa Lucía, Cantarranas, Morocelí, San Antonio de Oriente, Villa de San Francisco, Talanga y Tatumbla. De acuerdo a datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), posee una extensión territorial de 107 Km2 y una población -a 2019- de 19,992 personas, las que a la altura de 2021 pueden cifrarse en 22,000. Conforme al censo poblacional de 2013, registra 7 aldeas y 46 caseríos, y su categoría de municipio data de 1862, año en que fray Juan de Jesús Zepeda le puso el nombre que lleva (antes era El Cimarrón).

Su cabecera -de idéntico nombre-, se ha convertido en un pintoresco y concurrido paraje turístico, cuya fama y nombradía reside principalmente en las artísticas artesanías que confeccionan sus connaturales. Quienes en son de visitantes acudimos con cierta regularidad, observamos el apiñamiento de negocios y vehículos en los alrededores del parque y calles aledañas, saturación que nos da pie para insinuar la conveniencia de descentralizar y expandir sus actividades -comerciales, industriales, turísticas, recreativas- en consonancia con el relativo proceso de desarrollo y modernidad que, en lo personal, hemos visto en otras comunidades como Tatumbla y Linaca, y en el sitio aldeano de Lizapa, municipio de Güinope.

Unida a la ciudad capital por un buen trayecto carretero, Valle de Ángeles experimentó el efecto recesivo del virus pandémico; pero, de a poco, ha ido recuperando su carácter de centro turístico privilegiado, y si bien la situación del país alcanza dimensión de crisis -por el mal manejo de la cosa pública-, el empuje y emprendimiento de sus habitantes y autoridades sabrán seguir adelante y a buen seguro accederán a nuevas y mejores actividades productivas, no en el casco constreñido, reiteramos, sino en espacios desconcentrados, en donde puedan abrirse, por caso, viveros, parques botánicos, librerías, bancos, farmacias, otros servicios de interés, amigos del medio ambiente y, desde luego, generadores de fuentes de trabajo y de ingresos públicos de beneficio local.

Antes de que la inversión foránea -revestida falsamente de zonas de empleo y desarrollo económico (llamadas ZEDE)- le dé por tomarse el control edilicio, las tierras y el rico patrimonio, por lo cual asumió la categoría de “Ciudad Turística de Valle de Ángeles” (en 1996), es menester anticiparse y promover decidida y decisivamente el desarrollo tanto de su cabecera como de sus aldeas y caseríos, con el aporte de legítimos empresarios hondureños, respetuosos del régimen municipal, del proceso electivo de sus autoridades y deseosos de ayudar a paliar las necesidades esenciales de los moradores, en lugar de empobrecerlos más y hasta reducirlos a estatus de vasallos de un régimen semejante al feudal, en el que señores todopoderosos imponían sus leyes y hasta sus caprichos en las remotidades de la Edad Media.

Esta alerta viene al caso, en vista de que voceros asociados a las ZEDE anunciaron la intención de establecer un número de 50 zonas de semejante envergadura en sitios escogidos del departamento de Francisco Morazán, intencionada amenaza de la que no están exentas comunidades turísticas de relieve -Ojojona, Santa Lucía, Valle de Ángeles-, por cuanto el capital voraz de tal cuño y condición busca de preferencia adueñarse de lugares con un patrimonio en firme o de tierras y recursos explotables, en virtud de las ventajas y privilegios con que opera. Roatán, Trujillo y Choloma, para solo citar tres puntos neurálgicos, están siendo desplazados por enclaves zonales que han logrado a la diabla entronizarse.

A apurar, entonces, propias y apropiadas iniciativas e incentivar las obras productivas que el verdadero desarrollo requiere, para que las tierras de Valle de Angeles y su boyante turismo no sean acaparados por la voracidad de mala ley, y su población no termine en manos de un poder extraño, con capacidad de expropiar y extraerles sus vitales recursos en provecho de inversores e invasores de cuello blanco y mente anegada de sucia avidez.

En expresión popularmente refranera: vale más prevenir que lamentar, pueblo y ediles de Valle de Ángeles.

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