“LA OLLA DE GRILLOS”

ZV
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8 de julio de 2021
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12:08 am
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“LA OLLA DE GRILLOS”

CAPITALINOS Y EL AEROPUERTOLO DOMÉSTICO Y LA SOLIDARIDAD

VOLVEMOS a ventilarlo porque el espantajo no deja de reaparecer como persistente alucinación en la telaraña mental de algunos sectores políticos. Como decíamos ayer, la ocurrencia de Piñera de obsequiar otra Constitución a destiempo, como salida apurada a un problema coyuntural, no es modelo alguno que deba imitarse sino todo lo contrario, evitarse. Más bien es un ejemplo de lo que no debe hacerse. No tarda en percatarse de la encrucijada a la que ensartaron el país. Lejos de solucionar el conflicto que motivó su decisión, el nuevo texto constitucional va a exacerbarlo. Montó un gobierno paralelo. Un poder recién estrenado que quisiera encasillar desde el gobierno, fijándole sus limitaciones –ello es ningún otro oficio que no sea escribir el texto constitucional– mientras la convención constituyente piensa otra cosa. Cree ser un ente autónomo con facultad de dar desde amnistías hasta decidir la “refundación del país”.

Ello ocurre por que todo ese proceso es postizo. El soberano, ello es, la suma entera de la voluntad popular, es la fuente originaria del poder constituyente. Las constituciones son un pacto político y social de los habitantes de una nación, como culminación, digamos, de un proceso de independencia o como consecuencia de una conflagración, de una guerra civil o de una revolución. O cuando ya habiendo ley fundamental se rompe el Estado de Derecho –por vía ilegítima, violenta o mediante el uso de la fuerza– en cuyo caso es menester restaurarlo o reconstruirlo. La Constitución presupone entendidos tácitos o explícitos de las inmensas mayorías. Dentro de un ambiente de amplia coincidencia sobre lo que debe hacerse, o de la casi totalidad de la voluntad popular respaldando su contenido. Sin embargo –como decíamos ayer– concebir un texto constitucional en medio de la polarización y de la disparidad de los varios sectores confrontados, lejos de ser la solución a una crisis, atrae el conflicto, precisamente al contexto de lo que se está redactando. En Chile la convención constituyente es una olla de grillos operando como órgano paralelo al gobierno, dentro del Estado de Derecho que no se ha roto. ¿Quién manda allí? Cada uno de los pedazos –disonantes unos de otros– que integran esa convención constituyente van a querer meter al texto constitucional la óptica de su particular interés. El conjunto de minorías que hacen una mayoría no necesariamente hablan por la voluntad entera del soberano. ¿Es el gobierno que quedó deslegitimado por el conflicto? ¿O es un cambio total al sistema lo que va a devolver el entusiasmo a los sectores indignados que provocaron la prolongada crisis?

¿Y el conjunto de quejosos que participaron en los molotes, era la totalidad del país, o solo algunos grupos inconformes? Si fuese el gobierno el que ya no puede manejar el país y ha perdido el control de los que no obedecen a la autoridad que representa, lo que habría que cambiar, entonces, es el gobierno, no la Constitución. Y si se trata de disgusto con el sistema –uno que llevó a Chile al umbral del primer mundo, con sus obvias inequidades sociales, que tampoco van a corregir cambiando el texto de una ley– lo que tocaría hacer es reformarlo, no volverlo a inventar. Bien puede ser que –con la inclusión de cambios poco ortodoxos y hasta peligrosos– en el intento de reinventarlo acaben por arruinarlo del todo. ¿Y de dónde sacan que la olla de grillos que integra esa asamblea sea expresión entera de la voluntad popular? ¿Qué garantía tienen que sectores tan dispares, convengan en algo que armonice la nación, no la confronte? ¿Qué certeza hay que legisle para todos, no con inclinado desvío a una tendencia? ¿Qué serena sensación puede brindar que vaya a resolver los asuntos que trata, en paz, sensatamente, equilibradamente, no obedeciendo a la presión de cada protesta en la calle, al plantón de hoy o la marcha de mañana, o al bochinche de pasado, o a la gritería que haga más bulla, o influenciados por el relajo de once mil vírgenes de las redes sociales? El conflicto que se les viene encima a los chilenos no ocurriría si en vez de ilusionarse con espejismos le hubiesen hecho caso a Ferdinand Lassalle: Si la Constitución fuese fruto “de los factores reales de poder, a aquellos que rigen una sociedad determinada y son fuerza activa y eficaz que informa todas las leyes e instituciones jurídicas de la sociedad en cuestión, haciendo que no puedan ser, en sustancia, más que tal y como son”. Ayer decíamos que tarde o temprano podrían requerir de los buenos oficios del Sisimite. Cuando el parto de la olla de grillos no encaje cómodamente, como traje holgado, a toda la sociedad. O cuando lleguen al punto final del texto escrito y se den cuenta que el destino de los pueblos lo define la gente y su modo de ser y actuar, no lo que a un puñado de representantes que no hablan por todo el país se le antoja poner en un pedazo de papel. Como aquí no hay chunche ajeno que no lo quieran copiar. Ni se les ocurra. La inviolabilidad de la Constitución prohíbe convocar constituyentes para derogar la vigente o sustituirla por otra.

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