Matías Hernández, guerrero

MA
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17 de agosto de 2021
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12:35 am
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Matías Hernández, guerrero

Juan Ramón Martínez

La guerra que libramos contra El Salvador en 1969, fue uno de los actos más dolorosos del siglo XX. Pero, ha sido poco estudiado. E incluso, algunos, atrapados en los juicios sectarios, menosprecian lo que hicimos, el desempeño de los guerreros y la forma de como aquella acción militar, desquició el desarrollo regional e interrumpió las relaciones de cooperación con los salvadoreños. Pasando por alto, el recto y patriótico desempeño de los hondureños, la valentía de nuestros guerreros y las propuestas teóricas que, desde la UNAH, hiciera Virgilio Carías, para defender mediante estrategias de desarrollo de la franja fronteriza, de forma que pudiera preservarse la soberanía nacional. Y cumpliendo, el hábito más arraigado de la cultura -destacado por Rafael Heliodoro Valle- referido a hablar mal de nosotros mismos, rechazar que seamos capaces de acciones valerosas y significativas. En una palabra, falta de voluntad para construir un imaginario que, consolide el orgullo nacional y reduzca la dependencia emocional que manejamos frente a los extraños.

Fui testigo de esa guerra. Sufrí el miedo y la ansiedad ante un bombardeo aéreo. En una ciudad indefensa, escuché el retumbar de dos bombas caídas muy cerca de donde residía. Por ello es que, cuando conocí a Matías Hernández, que acaba morir víctima de un ataque cardiaco, me impresionó mucho la humildad del valiente guerrero, la falta de arrogancia para narrar lo que, para él, fue el simple ejercicio de una actividad para la que había sido entrenado. Era Hernández, vecino de Lepaterique, donde hasta septiembre del año 2020, pasaba con mi familia los fines de semana. Ferviente católico, era obligado verlo ayudando al sacerdote durante la misa, con su rostro generoso y su discreta sonrisa con la cual me saludaba. De forma que, cuando Cesar Elvir estaba escribiendo su libro sobre la guerra de las cien horas, nos reunimos con Hernández, para que nos hablara de dos acontecimientos que fueron cruciales: el puente aéreo entre Tegucigalpa y Santa Rosa; y de allí hasta El Portillo, en donde se había situado la retaguardia nacional, porque detenidos Medrano, Lobo y d´Aubuisson en La Labor, era el lugar adecuado para emboscarlos. Hernández narró que el encuentro de las Mataras, fue un choque de una tropa que esperaba y otra que avanzaba, despreocupada porque -habiendo huido los soldados del Tercer Batallón de Infantería- podían llegar sin problemas a Santa Rosa de Copán. Hernández, entonces un capitán de la Brigada Guardia de Honor Presidencial, narró que ellos habían montado la emboscada; pero que un soldado del CES, nervioso, disparó su fusil y puso en alerta, lo que pudo haber provocado más daños a las tropas salvadoreñas.

Como conocía la carretera muy bien, le pregunté al coronel Hernández por qué, una vez detenido el convoy salvadoreño, él no ordenó la explotación del éxito, como se conoce en teoría militar; y, persiguió a los salvadoreños que dieron vuelta y se regresaron a Ocotepeque, la que habían ocupado el 16 de julio, perdiendo un día que les habría permitido avanzar e impedir la reacción hondureña de movilizar tropas desde Tegucigalpa hasta El Portillo. Me dijo: “no teníamos con qué perseguirlos; ni hombres, transporte y menos municiones, licenciado”. Confirmándome lo que sabíamos: que los salvadoreños, mejor equipados, con tropas que triplicaban las nuestras, solo fueron detenidas por la incompetencia de sus mandos, la falta de información, el valor de los soldados hondureños, el respaldo popular y las ventajas geográficas que, hacen difícil la conquista de Honduras, por cualquiera potencia mediana de la región.

Matías Hernández, era de baja estatura, con una humildad natural, de fuerte voluntad de servicio y con el estoicismo de la gente de la etnia lenca, generosa en la victoria; pero disciplinada y valiente en el combate. Simpático, hacía amistades fácilmente. Conmigo compartimos muchas conversaciones e incluso, en algún momento, manejamos la idea de la pavimentación de la carretera de Tegucigalpa a Lepaterique, prolongando la brecha que, durante el 69, los militares construyeron, para unirla con el kilómetro 84 del Canal Seco, con la intención de ubicar desde El Hatillo, una unidad de artillería para detener cualquier avance salvadoreño futuro. Por supuesto, no pasó de un sueño; pero que, incrementó nuestra amistad y cariño.

Ante su muerte, unas flores blancas sobre su tumba y un abrazo para su esposa y demás familiares, compañeros y amigos del guerrero singular.

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