Mucho qué celebrar

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18 de septiembre de 2021
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12:19 am
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Mucho qué celebrar

Por: Edgardo Rodríguez
Politólogo y Periodista

En estos meses y días del Bicentenario de la Independencia se escuchan voces de personajes políticos de la oposición radical y de algunos que se autodenominan dirigentes populares, dicen que “no hay nada qué celebrar” en esta efemérides centroamericana. Su explicación es que somos un país dependiente, pobre, sin soberanía y plagado de personajes de gobierno vinculados a supuestos actos ilícitos. Esta es la esforzada argumentación teórica que enarbolan los intelectuales del odio y la división social, para demeritar dicha conmemoración. Claro, es lógico suponer, que únicamente cuando ellos se enquisten en el poder y se queden allí a sangre y fuego, al estilo Daniel Ortega, solo en ese momento seremos independientes, libres y soberanos.

Para ciertos fanáticos del grito y la violencia, desde 1821 a la fecha no ha pasado nada, imagino que según ellos no existió un Francisco Morazán, Valle y Cabañas. Tampoco se realizó una Reforma Liberal que marcó el inicio del Estado nacional, tampoco ha existido ningún avance en la producción, en el crecimiento poblacional, profesional, productivo, cultural, en infraestructura. En fin, en sus pequeñas mentes Honduras es un montón de ruinas, únicamente porque su partido aún no llega al poder y su desprecio al partido gobernante los lleva, torpemente, a comparar al gobierno con el Estado y la nación.

El Bicentenario está sobre Juan Orlando o “Mel” Zelaya, más allá de izquierdas o derechas, o como dijo alguien, esta es una celebración de los hondureños que no nos pueden arrebatar, porque es parte del orgullo patrio, de la identidad de nación, lo que somos y seguiremos siendo. Celebramos los triunfos y los fracasos, las alegrías y tristezas, la dura realidad y la esperanza. No se trata de esa manipuladora frase de que no somos independientes, que es obvio que no lo somos y que así como va el mundo la independencia es cada vez más relativa. En otras latitudes, como México, Costa Rica o Colombia, para solo mencionar algunos países, nadie cuestiona sus celebraciones patrias por el hecho de ser o no ser independientes o soberanos. La patria se ama, se respeta y se siente en el corazón, no porque sea perfecta, no porque sea rica en dinero, no, se le quiere porque es nuestra casa, nuestra familia, el único sitio donde no somos extraños, nuestro inicio y destino final.

Debemos enfrentar en todo tiempo y lugar a esos derrotistas de oficio, porque Honduras, en especial la juventud, adolece de una débil identidad nacional, porque hay gentes como esas que dicen que “no hay nada qué celebrar”, que en lugar de formar más bien deforman y porque para desgracia de varias generaciones de hondureños que estudiaron o estudian en el sistema educativo público, muchos de sus maestros son o fueron mediocres y analfabetos por convicción, que solo pasan pensando en exigir aumentos salariales o buscando otros trabajos adicionales, descuidando el que ya tienen, porque en ese nadie los toca. Hay excepciones, claro que las hay, pero cada vez son menos, la revolución de la ignorancia gana terreno.

Tenemos mucho qué celebrar en este Bicentenario, porque está viva una vasta herencia precolombiana, cuya cúspide se manifiesta en la imponente civilización maya. Y en la era de postindependencia se desata un enorme torrente intelectual, desde Lucila Gamero hasta Clementina Suárez, grandes artistas plásticos, músicos, teatristas y connotados deportistas. El desarrollo de la academia, desde los grados básicos hasta las universidades. Grandes científicos que han descollado en el mundo, grandes pensadores desde Valle, Paulino Valladares, Froylán Turcios, Ramón Amaya y Ventura Ramos, solo para mencionar unos pocos. Tenemos una economía que pese a las dificultades se abre paso firme en la agricultura, donde somos de los principales productores del mejor café del mundo. También poseedores de una pujante industria maquiladora, acompañada con una vasta pequeña y mediana empresa del campo y la ciudad. Nacimos en un país hermoso de norte a sur, rodeado por dos océanos, tapizado de montañas, recursos naturales y exuberante belleza. Y lo más rico de esta nación es su gente, diversa, matizada de diversidad de edades, razas, talentos, de espíritu generoso y luchador. Gente alegre, hospitalaria y de fe. Claro que tenemos mucho qué celebrar, aunque a algunos eso les duela, y no se trata de un optimismo bobalicón, sino que pese a los múltiples problemas que tenemos hay esperanzas en que los superaremos, tal como lo hicimos en los pasados doscientos años. Que viva el Bicentenario.

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