Morazán, más allá del laurel y la espada… el Hombre

ZV
/
3 de octubre de 2021
/
12:02 am
Síguenos
  • La Tribuna Facebook
  • La Tribuna Instagram
  • La Tribuna Twitter
  • La Tribuna Youtube
  • La Tribuna Whatsapp
Morazán, más allá del laurel y la espada… el Hombre

¡Liberales! La victoria se construye la derrota también

Por: Luis Alonso Maldonado Galeas
General de Brigada ®

Morazán, aquel General victorioso, que hacía una lectura racional del entorno, que evaluaba las circunstancias a favor o en contra, que con visión estratégica diseñaba el plan de campaña, de la batalla, del combate, de la capitulación, que aceptaba los riesgos calculados, que al galope marchaba al frente convencido que tal vez, sería su último acto; aquel General en jefe, con seguridad tenía tras de sí o en sí, una armadura, un fuego interior que impulsaba sus sueños, que fraguaba su ideal. Aquellas decisiones de estadista que elevaron la libertad a expresiones concretas en el pensamiento, en la expresión, en la prensa, en la locomoción, en el culto; aquellos giros acertados en la conducción de la República Federal, en la búsqueda permanente de la unión de los pueblos de los estados centroamericanos recién creados, el acto de desenfundar la espada cuando así lo exigían las amenazas externas e internas, el ejercicio intachable del poder en apego irrestricto a la Constitución, la conducta ciudadana ejemplarizante, el verbo reflexivo, desafiante, demandante y prospectivo contenido en el Manifiesto de David y la palabra sentida, firme, indulgente y esperanzadora de su testamento, evidencian que detrás de todo ello, hay un hombre, en el sentido integral de la palabra.

El hombre y su causa, sus virtudes y defectos, la valoración de la divisa: Dios, Unión, Libertad, el alcance de su ideal en la historia, la conciencia de una realidad que requería de profundas transformaciones, solo posibles por el vigor, determinación y constancia de un espíritu de suyo revolucionario. El laurel, la espada y la victoria, tuvieron así una justificación valórica.

El honor, el valor más preciado, maximizado en su estructura genética; así se evidencia el 4 de diciembre de 1829, en el manifiesto a los hondureños al volver a su tierra, invitándolos a la paz y a superar las discordias. Exhortaba Morazán: “Conciudadanos: Las ideas de persecución, de intolerancia, de fanatismo político, de sangre, de destrucción, están lejos de mí. Jamás han sido abrigadas ni alimentadas en mi pecho, que solo amo la concordia, la unión y la paz, y que por conseguirlas he expuesto tantas veces mi vida, y lo que es más caro, mi honor”. Destacaba además su vocación pacifista.

Leal sin medida, a la Bandera, a la República, al pueblo, a los soldados, mantuvo la marcha sin cambiar el rumbo de su loable propósito, hasta el fin de su existencia. Sella su fidelidad reafirmando “Declaro que mi amor a Centroamérica, muere conmigo”.

Muestra sus rasgos de grandeza de ánimo, justicia y generosidad, cuando en 1828 en la hacienda de San Antonio, El Salvador, persuadió al enemigo para que capitulara, en cuyos términos se acordaba “Entregar las armas y quedar prisioneros”. En estas circunstancias, Morazán los dejó en libertad para que volvieran a Guatemala, les suministró el dinero necesario para el sostén del soldado, así como armas y municiones para su propia seguridad. El héroe magnánimo.

En el drama de su vida, el sacrificio fue una constante, tanto por el tiempo dedicado a cumplir con su objetivo como por los riesgos frecuentes que ello implicaba. El 16 de septiembre de 1839, cuando su familia es capturada en San Salvador, sus captores enviaron comisionados a Morazán para excitarle a que depositara el mando en don Antonio J. Cañas, de no hacerlo “su familia sería pasada a cuchillo”. Después de una breve reflexión Morazán contestó: “Los rehenes que mis enemigos tienen en su poder son para mí sagrados y hablan vehementemente a mi corazón; pero soy el Jefe de Estado y mi deber es atacar; pasaré sobre los cadáveres de mis hijos y no sobreviviré un solo instante, este escandaloso atentado”. Una gran lección para despejar el dilema ético entre el deber y el sacrificio, ¡vaya hombre!

Es en su testamento, donde el hombre nos muestra su fe, la nobleza de sus sentimientos y la grandeza de su espíritu, al invocar al Dios Todopoderoso en el preámbulo de su última declaración, es cuando su corazón limpio de rencores contra sus asesinos, se purifica aún más al perdonarlos y desearles “el mayor bien posible”. Escaso e inusual en la mayoría de los humanos, en Morazán era una norma conscientemente internalizada.

Y antes de morir, mantenerse firmes, ordenar a los tiradores del pelotón de fusilamiento: “apunten bien, hijos”, corregir una puntería y exclamar: “ahora bien, fuego” contra sí mismo, es un acto que nos muestra la templanza, la serenidad y el valor en su máxima prueba. No pidió clemencia, no se tome como soberbia, es entereza y dignidad.

Nicolás Raoul, jefe del Estado Mayor del Ejército Aliado Protector de la Ley, describe un paralelo entre Napoleón y Morazán al decir:

“Napoleón buscaba su propio engrandecimiento y el de Francia; Morazán exclusivamente el de su patria”.

“Napoleón solo tiene fe en la fuerza, Morazán solo reconoce la fuerza del derecho”.

“En materia de virtudes, Napoleón no puede sostener el paralelo con Morazán”.

Tantos sueños, valores, ideales, virtudes y anhelos, son propios de los grandes hombres que han trazado y andado caminos de victoria, y dejado en los renglones agradecidos de la historia, las huellas que habremos de seguir los pueblos que amamos y defendemos la libertad. Morazán es uno de ellos.

El laurel perderá su color o se marchitará, aun en el bronce, la espada no resistirá los golpes del tiempo; pero la virtud encarnada y el ideal que motivara el sueño del héroe, serán imperecederos. Mientras tanto, la misión continúa.

Aunque la victoria es propia del General, la gloria detrás de las estrellas, humildemente le pertenece al hombre.

Más de Columnistas
Lo Más Visto