Letras del Bicentenario: Origen del cuento en Honduras

ZV
/
10 de octubre de 2021
/
12:47 am
Síguenos
  • La Tribuna Facebook
  • La Tribuna Instagram
  • La Tribuna Twitter
  • La Tribuna Youtube
  • La Tribuna Whatsapp
Letras del Bicentenario: Origen del cuento en Honduras

Froylan Turcios Canelas

Por: Nery Alexis Gaitán

Introducción General

El cuento es una de las formas narrativas que existen desde la alborada de la vida. El hombre, en su necesidad de interactuar y de dar una explicación a los fenómenos naturales, empezó a contar a los demás sus temores, sus ansias, sus deseos, su amor por todo lo que es y existe; entonces empezó a narrar, a contar el cuento de la vida.

En el proceso de contar fue desarrollando su imaginación creadora, y empezó a narrar no solo los acontecimientos dados, sino también los que estaban por venir; lo que según él podría suceder. Así nació el cuento, como parte esencial de la vida, para llevar un recuento de lo que había pasado y a la vez una expectativa de esperanza por el futuro.

Una vez satisfechas sus necesidades vitales de subsistencia, su imaginación creadora lo llevó a concebir o quizás a comprender la absoluta verdad del proceso de la creación. Así surgieron las creencias, los mitos, las religiones, los dioses como artífices de todo lo que existe; en síntesis, una explicación viable de todo lo vivo. Las historias que hablaban sobre la creación de la humanidad, es decir, los procesos divinos con un propósito definido, fueron tomando lugar en el corazón del hombre para satisfacer sus necesidades espirituales y así darle una razón de ser a la existencia, alejándolo de la amargura y del vacío de los días.

Ahora, el cuento de la vida tenía sentido, un propósito, había una explicación plausible de todos los procesos y fenómenos naturales, sociales y espirituales. El hombre, con sus necesidades espirituales satisfechas, siendo él un creador por naturaleza, podía seguir creando, inventando, contando historias sobre él y sobre otros en el discurrir de la cotidianeidad.

Así, las formas de contar fueron diversificándose y las historias se esparcieron por doquier, narrando desde las necesidades de los dioses hasta los deseos insatisfechos, incluyendo las expectativas del hombre común. El entretenimiento pasó a formar parte de la vida; los héroes, las heroínas, los villanos, tomaron su lugar en lo cotidiano; el juego del bien y del mal, narrado con emoción, hizo la vida más interesante y amena.

El cuento es eso, una relación de acontecimientos que hablan sobre la vida, con un propósito determinado; vencer el mal, obtener el amor, alcanzar el éxito, etc. El relato oral es la primera manifestación en la cual se construyen universos de fantasía con visos de realidad que edifican mundos y situaciones vitales. Después, el hombre empezará a reelaborar sus historias intensificándolas a medida que crece la complejidad sobre su visión del existir; asimismo reelaborará sus historias como divertimento. Posteriormente la diversidad de contar desembocará en relatos elaborados con intención artística, es decir, el cuento literario.

Marcos Carias Reyes

“El cuento literario implica la concepción y elaboración estéticas de una historia, es decir, su ficcionalización. El cuento «literario» o cuento «moderno», como se le ha calificado para distinguirlo del cuento oral o tradicional, es una representación ficcional donde la función estética predomina sobre la religiosa, la ritual, la pedagógica, la esotérica o cualquier otra. El cuento literario es, como dice Raúl Castagnino, un «artefacto», es decir un objeto artístico, cuyo grado de figuratividad puede variar, al igual que en las artes plásticas, pero que guarda por lo común —por el hecho de ser esencialmente la narración de una historia— una cierta relación de representación o mímesis con alguno o algunos de los ámbitos de lo real. Esto incluye —nos apresuramos a decir— desde el esfuerzo realista más depurado (que no es, por supuesto más que un tipo de representación, una forma entre otras de cartografiar la multiforme realidad) hasta las fronteras más lejanas de lo imaginario, lo fantástico, lo maravilloso, lo onírico o lo objetual” (Pacheco, 1993). Asimismo, Mary Rohrberger, plantea que “el cuento (moderno) deriva de la tradición romántica. La visión metafísica de que el mundo consiste en algo más que aquello que puede ser percibido a través de los sentidos proporciona una explicación convincente de la estructura del cuento en tanto vehículo o instrumento del autor en su intento de acercarse a la naturaleza de lo real. Así como en la visión metafísica, la realidad subyace al mundo de las apariencias, así en el cuento el significado subyace a la superficie del relato. El marco de lo narrativo encarna símbolos cuya función es poner en tela de juicio el mundo de las apariencias y apuntar hacia una rea¬lidad más allá de los hechos del mundo material (Rohrberger, 1966).

En síntesis, el cuento es una relación de sucesos, generalmente breve, que nos habla sobre la vida, la alegría, el pesar, el amor o el odio, etc., a través de una forma elaborada, artística, que refleja el discurrir del corazón humano en su ruta hacia la plenitud; o en su discurrir por el lado tenebroso de la existencia en el accionar propio de los antihéroes.

Los orígenes del cuento en Honduras

Lo oral es el inicio de toda tradición, de toda relación de sucesos, reales o imaginarios. “La narración oral existió en Honduras como una tradición de dominio popular que se transmitía de generación en generación, lo mismo que otros pueblos que tienen una cultura formada, básicamente mediante la explotación de la imaginación, como recurso de identificación y trascendencia ante la realidad que los rodea. La base de las culturas de este tipo es, primordialmente, el lenguaje (la palabra), como instrumento del arte de narrar.

Con lo anterior se explica que cuando todavía no se conocía la escritura, los hombres se transmitían sus observaciones, impresiones y sentimientos de manera oral; con lo cual podían dejar en libertad su imaginación. Al hacerlo de esta manera existe el cuento oral y, por ende, una forma de narrativa. En Honduras no se conoce ninguna manifestación de cuento oral, pero, por lo anteriormente citado, no se puede dudar de su existencia, aunque no se dieran las circunstancias históricas para que fuesen escritos.

También puede darse la posibilidad de que los cuentos orales en Honduras, supuestamente desconocidos, pudieran haber sido escritos y destruidos posteriormente, caso muy corriente en nuestras historias culturales. Sin embargo, esto no desmerece el hecho de que la narración oral sea de igual valor en la literatura nacional, por cuanto aquí es donde se encuentra el verdadero origen del cuento como género literario” (Hernández, 1993: 265-266).

“Con la introducción de la imprenta y el nacimiento de libros y órganos de publicidad como periódicos y revistas, la literatura, especialmente la narrativa, será esencialmente escrita y dejará de ser oral; aunque siempre seguirá existiendo la leyenda y el cuento popular como algo imprescindible para que los pueblos conserven su propia tradición. En adelante el cuento ya no será un producto de colectividades sino producto de un quehacer literario e individual” (Hernández, 1993: 279).

En las últimas décadas del siglo XIX, se gestó la Revolución Liberal con la llegada al poder de Marco Aurelio Soto en 1876, hasta ese momento las guerras intestinas y el caos social eran las características de la vida diaria, y como es lógico deducir, la cultura no representaba ningún papel en la vida nacional. Con la llegada de Soto al poder y su preclaro ministro Ramón Rosa, se da una apertura y renovación en la vida social y cultural del país; bajo esta influencia bienhechora del positivismo liberal se estimula la cultura. A partir de ese tiempo podemos empezar a identificar los primeros escritos narrativos en lo que a cuento se refiere, quizás no propiamente el cuento literario, sino más bien remembranzas de costumbres y crónicas emparentadas con el periodismo, ya que sus cultores eran esencialmente periodistas; así podemos encontrar algunos trabajos dispersos de Marco Aurelio Soto, Ramón Rosa con su muy conocida “Maestra Escolástica”, Liberato Moncada y otros más. En la última década del siglo XIX, Carlos F. Gutiérrez publicó la novela “Angelina”, escrita en 1884, bajo el seudónimo de Mariano Membreño, que a nuestro parecer puede ser un relato largo y que fue publicada en 1899. Esto ha creado una polémica ya que algunos estudiosos sostienen que fue la primer novela escrita en Honduras, y no “Adriana y Margarita” escrita en 1893 y publicada en 1897 de Lucila Gamero de Medina. Estos fueron, quizás, los primeros intentos formales de creación narrativa en el siglo XIX.

Arturo Martínez Galindo

“En la literatura hondureña inicialmente existía confusión debido a que no había una preceptiva propia de este género ni se le consideraba como tal. Esto explica que los escritores hondureños de los últimos veinte años del siglo XIX, que nunca tuvieron la menor intención de escribir cuentos, no conocieran lo que era este género, y es más, jamás usaron esta palabra en sus títulos. Pero si no escribieron cuentos en propiedad sí tienen el mérito de haber intuido un género literario tan importante, difícil y trascendental de la época contemporánea. Tienen, asimismo, el mérito de haber sido los embriones en los cuales se germinó el cuento hondureño y adquirió cierta originalidad a la vez que ‘autoctonicidad’ en su génesis, libre de influencias foráneas” (Hernández, 1993: 280).

A finales del siglo XIX hubo una proliferación de periódicos, el primero fue El Diario de Honduras de 1897. Ante esta situación “el escritor ya no aparece con sus producciones cuidadosamente elaboradas sino descuidadas, consecuencia de una necesidad de satisfacer a un público lector o llenar de alguna forma un espacio de un periódico. Para esto los escritores tienen que idearse situaciones de todo tipo que desarrollan como fondo de tema amoroso, costumbrista, histórico, político o crítica de la sociedad. A veces introducen fábulas o infinidad de relatos a los cuales daban una forma. Estamos en el principio del cuento que aparece por una necesidad del periódico y periodistas ante la responsabilidad contraída con su público lector” (Hernández, 1993: 285).

“Se manifestará por ello, como constante, una cercanía muy evidente a la crónica periodística. La procedencia de esta tendencia a relatar tomando como parámetro la crónica, a nuestro entender, se debe a dos factores: el ejercicio del periodismo, al cual estaban abocados casi todos los intelectuales de la época, y la influencia (por contacto) del relato oral, en el cual, el narrador (cuentero) asume, en la mayoría de ocasiones, una posición de cronista. Acompañar la narración con comentarios es asunto frecuente” (Oviedo, 2000: 7).

Aquí es necesario mencionar a Juan Ramón Molina y Froylán Turcios, quienes son los padres de la narrativa hondureña, desde este tiempo (finales del siglo XIX) cultivaban ya, aparte de la poesía, la narrativa. Es importante destacar que la novelista Lucila Gamero de Medina, fue quizás quien primero publicó cuentos (con todas las características formales) en nuestro país en las últimas décadas del siglo antepasado, lastimosamente nunca publicó sus variados cuentos en forma de libro, solamente en diarios y revistas (exceptuando Betina de 1941, que es una colección de 6 cuentos; asimismo incluyó algunos en las novelas: La Secretaría y Amor Exótico, de 1954). Se debe a Carolina Alduvín el acucioso trabajo de investigación y la recopilación de la mayoría de sus cuentos, los que fueron publicados en 1997 por la Editorial Universitaria de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras.

Como ya se dijo, A finales del siglo XIX y principios del siglo XX, Juan Ramón Molina (1875-1908) cultivó el cuento con gran acierto, en él se encuentra ya un trabajo formal con alta calidad literaria; podemos mencionar algunos de sus cuentos como: “El Chele”, “La Niña de la Patata”, “La Renuncia del Escribiente (capítulo olvidado de una novela perdida)”, “Lloviendo” y “Mr. Black” entre otros, en donde refleja su preocupación por las injusticias que se cometen con los pobres. También refleja las características de la convivencia social de su época y una visión fatalista de la existencia, rescoldo de un romanticismo decadente. Asimismo, ya Froylán Turcios (1875-1943) cultivaba su obra narrativa.

En los inicios del cultivo del relato, está presente la influencia periodística ya señalada, por ello los cuentos tienen un sabor a crónica o a narración de sucesos. En Honduras, el año 1906 es muy importante ya que se convoca a un concurso de relatos en los Juegos Florales de Tegucigalpa, el cual es ganado por don Rómulo E. Durón, con el cuento: “La Campana del Reloj”. A partir de aquí se podría decir que el cuento es visto como un género literario independiente.

En la década de 1911-1920, encontramos en plena labor creadora a Froylán Turcios, quizás el padre del cuento en Honduras; fue un escritor que asumió su oficio con responsabilidad literaria y es digno ejemplo de superación artística, fue un gran divulgador cultural y dejó el nombre de la patria en un alto sitio de honor; su talento fue altamente reconocido por destacados intelectuales de todo el Continente. La obra de Turcios está imbuida por influencias de los simbolistas franceses, por Edgar Allan Poe, por Rubén Darío, entre otros, influjos con los que construye una obra de corte romántico-modernista. El culto a la muerte, lo trágico, lo mórbido, lo misterioso en donde los personajes agobiados por un peso moral o afectivo, ansían soluciones escatológicas, propias de un más allá que les vislumbra cierta plenitud, o que llevados por una violencia interior: la tortura del alma, ansían liberarse, o el culto a la desesperanza cuando se ha perdido el amor, son algunas características de su obra. En Turcios encontramos una visión de corte cosmopolita y no meramente regional. Su libro “Cuentos del Amor y de la Muerte”, es su obra por antonomasia; un hecho peculiar: es un texto con una gran cantidad de cuentos, 69 en total. También Rafael Heliodoro Valle (1891-1959), quizás el intelectual más completo que ha tenido Honduras, publica sus primeros libros de relatos en donde se destila un profundo amor por lo nuestro, la nostalgia del hogar, del ayer, imbuidos en un contexto romántico-regionalista.

Con la experiencia narrativa en boga de Molina y, sobre todo, de Turcios, de corte modernista, será a partir de la década de 1920 que el cuento se consolida y define a nivel formal y temático. Rompiendo así esquemas romántico-modernistas, con la aparición de los integrantes del Grupo Literario Renovación, quienes asumirán el oficio narrativo con mucha seriedad y responsabilidad, imprimiendo en él parte de sus experiencias vitales en el extranjero.

El Grupo Literario Renovación

La generación de 1924 que forma el Grupo Literario Renovación en 1926, que en su momento fue dirigido por Arturo Mejía Nieto, son los primeros que consolidan y modernizan el cuento en Honduras. “El cuento hondureño a partir de los años veinte desarrollará dos vertientes o corrientes literarias que marcarán en forma definitiva su desarrollo futuro: el criollismo, con sus variantes: costumbrismo y regionalismo; la otra vertiente será el cosmopolitismo” (Salinas, 1981). El criollismo refleja la estructura social agraria que predomina en el país; así, los narradores reflejarán la vida del campo y sus particularidades; los personajes serán campesinos que tienen mucho amor por su tierra, situados frente a injustas condiciones de vida. Manuel Salinas plantea que: “El gusto por el colorido de la tierra, por el folklore y las tradiciones, por la descripción de costumbres y formas de vida y por el habla del campesino hondureño, es una de las constantes que recorren y caracterizan a esta narrativa. Esta vertiente literaria, desde luego, es el producto de la existencia en nuestro país de una economía eminentemente agraria y de la supervivencia de estructuras latifundistas en varias regiones hondureñas” (Salinas, 1991:35). Don Marco Antonio Rosa, en una entrevista que le realiza Salinas en octubre de 1978, decía sobre su novela “Lágrimas Verdes”: “Yo intento llamar la atención del habitante urbano sobre la tragedia campesina. No es que piense que el problema sea desconocido sobre algo que reclama solución, sino que quise martillar sobre el abandono del citadino hacia los problemas del agro. Y para qué repetirlo: la vida en el campo hondureño para el hombre, para la mujer y para el niño, ha sido y sigue siendo amarguísima” (Salinas, 1991: 37).

Alejandro Castro

Manifestando preocupaciones sociales, pertenecerán al grupo que cultiva el criollismo, Federico Peck Fernández, narrador y periodista (1904-1929) que en su obra critica las oligarquías y la influencia extranjera (sobre todo norteamericana) que se hacía sentir ya en el país, y Marcos Carías Reyes (1905-1949), que en su obra se marca una fuerte tendencia a la denuncia político-social, a las injusticias y a las guerras intestinas que sangraron al país.

La vertiente cosmopolita, que se caracteriza por el tratamiento y ambiente urbanos, en donde los protagonistas son citadinos, aborda problemas propios de las grandes urbes; esta corriente será el resultado de las vivencias en el extranjero de los creadores, quienes ostentaron cargos diplomáticos. El cosmopolitismo será cultivado por:

Arturo Mejía Nieto (1902-1972), en donde se vislumbra que en algún momento arrastra situaciones propias del criollismo, pero lo trasciende y entra a la corriente cosmopolita, abordando temas universales del comportamiento humano; renovando así el cuento a nivel temático.

Arturo Martínez Galindo (1903-1940) que maneja una visión cosmopolita, diríamos casi universal sobre las inquietudes del alma humana. Asimismo, en sus cuentos también aborda temas erótico-amorosos, hasta el momento no trabajados en nuestra narrativa. Algunos de sus relatos asimismo están estructurados bajo la influencia del regionalismo.

Marcos Carías Reyes, también ingresa a la corriente cosmopolita abordando temas citadinos e inquietudes de carácter universal; además de cultivar el regionalismo.

Aunque el historiador José González aclara que “Aquí hay que corregir un error histórico. Manuel Salinas Paguada coloca como integrantes del Grupo “Renovación” a Arturo Mejía Nieto y a Marcos Carías Reyes, los cuales nunca integraron el grupo. El listado completo del mismo, lo brinda el Dr. Adolfo León Gómez, en un artículo llamado “La Desesperanza en los Cuentos de Arturo Martínez Galindo”, aparecido en La Tribuna del sábado 2 de noviembre de 1997” (2009:12). Creemos que aunque estos dos escritores no formaron parte del Grupo “Renovación”, sí los unió el deseo de sistematizar la narrativa hondureña y, sobre todo, sus visiones del mundo fueron muy similares, lo que dio como fruto el cultivo del cuento tanto criollista como cosmopolita.

Bibliografía

Hernández R. 1983. El Origen del Cuento en Honduras. IN: Español; antología. Herranz, A. (comp.). Tegucigalpa. Edit. Guaymuras. 302 p.

González J. 2009. El Mar Junto al Oleaje (ensayos literarios). Tegucigalpa, Honduras. La Musa de Molina Editores. 85 p.
Oviedo, J. L. 2000. Antología del Cuento Hondureño. Tegucigalpa. Editores Unidos. 167 p.

Pacheco, C. 1993. Del Cuento y sus Alrededores; Criterios para una Conceptualización del Cuento. Caracas. Edit. Monte Ávila Latinoamericana.

Rohrberger, M. 1966. Hawthorne and the Modem Short Story: a Study in Genre. The Hague, Mouton and Co.

Salinas, M. 1981. Breve Reseña del Cuento Moderno Hondureño. Touluosse, Francia. In: Separata de la revista Cahiers du Mundo Hispanique Luso-Bresilien No. 36.

Salinas, M. 1991. Cultura Hondureña Contemporánea. Tegucigalpa, Honduras. Editorial Universitaria. Tomo I. 323 p.

Umaña, H. 1999. Panorama Crítico del Cuento Hondureño (1889-1999). Guatemala. Edit Letra Negra y Edit. Iberoamericana. 521 p.

 

Más de La Tribuna Cultural
Lo Más Visto