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11 de octubre de 2021
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12:03 am
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Ciudadanos

Por: Edmundo Orellana

Los derechos políticos son propios de los ciudadanos y se adquieren a la edad que el legislador estima que la persona humana posee conciencia y voluntad para asumirlos. Sin embargo, a todo derecho corresponde un deber.

Dos son los más importantes: elegir y ser electo. El principal es el derecho a elegir las autoridades que ejercen cargos de elección popular, como el presidente de la República, diputados y alcaldes. Las demás autoridades se eligen o se nombran en representación del pueblo por quienes ostentan el mandato para ello. Los funcionarios sellan ese compromiso jurando fidelidad a la República y cumplir y hacer cumplir las leyes, y los empleados, se presume, asumen su compromiso de servir al público apegados al ordenamiento jurídico.

Todo se origina cuando se deposita el voto en la urna respectiva. Es el momento en que el ciudadano ejerce directamente el poder y en el que lo delega a quien, supuestamente, posee las cualidades para ejercerlo en su nombre durante el período de gobierno. Su deber es evaluar objetivamente las cualidades de los candidatos para votar por los más confiables.

El otro derecho es a ser electo en cargo de elección popular. Quien se postule a uno de estos cargos, se entiende, conoce los deberes que implica y debe ser consciente que lo será únicamente por un período determinado. El principal deber es ser fiel a las instituciones republicanas y apegarse a la ley en el ejercicio de su cargo. Otros deberes correlativos a este derecho son, igualmente, fundamentales. Entre estos, que sus decisiones deben adoptarse con la finalidad de favorecer las condiciones económicas y sociales de la población en general.

Si el elector no examina las condiciones de quien será favorecido con su voto, corre el riesgo de entregar el poder a quien lo ejerza en su beneficio personal y en contra de los intereses de los votantes; en otras palabras, que se repita lo que el Congreso decidió la semana pasada: más impunidad y más represión.

El voto duro de los partidos no repara en estos escrúpulos porque vota sin considerar a quien favorece individualmente. No le importa que el candidato sea un corrupto conocido u otro criminal de igual o peor laya. No piensan al votar; se lanzan emotivamente a las urnas y depositar el voto se convierte en acto reflejo. Votar ya no es un acto racional, es un acto de fe, con las consecuencias que entraña. El fanatismo sustituye la tolerancia y la violencia sustituye el diálogo. De cada diez cabezas en el voto duro, parafraseando a Machado, nueve embisten y una -aunque no siempre- piensa.

El problema es cuando los independientes se asoman al abismo y ceden a su encanto, incapaces de resistirse por haber perdido la capacidad de reflexionar, y votan emotivamente. Comportamiento contradictorio, puesto que, si son reacios a militar en un partido porque ninguno los convence, resulta incomprensible que voten sin pensar. Como, cuando por miedo a la supuesta izquierda que representa Libre, votaron masivamente por JOH, sin considerar otras opciones, por estimar que este era la opción triunfadora frente al candidato de Libre. Hoy vivimos la tragedia que ese miedo provocó.

Las emociones no son buenas consejeras cuando estamos decidiendo a quien confiar nuestro futuro. Porque no nos permiten reflexionar sobre las cualidades objetivas del candidato, dejando que la simple atracción nos seduzca. Quien nos resulte divertido, agradable o nos provoque conmiseración, será el favorecido, pero no esperemos que estos sujetos contribuyan a nuestro futuro. Pregunto a los que exigen el voto en plancha: ¿qué podemos esperar de los candidatos del Partido Liberal y Libre que fueron exonerados en el último decreto legislativo porque no presentaron informes sobre financiamiento de su campaña?

No es cierto que votar selectivamente favorezca al Partido Nacional, como alegan quienes, producto del fraude masivo, hoy son candidatos. A quien favorece el cociente y residuo electoral es a los diputados de los partidos de maletín porque el Partido Liberal, Partido Nacional y Libre decidieron que el sistema responda a ese perverso diseño, por lo que es inevitable que algunos se filtren.

“Nunca extrañéis que un bruto se descuerne luchando por la idea”, sentencia Machado. No nos extraña que el voto duro ejerza el sufragio emotiva e inconscientemente, pero sí que lo emule el independiente, permitiendo, al votar en plancha, que entre “los confiables” se filtren “los indeseables”.

Ejercer nuestra calidad de ciudadanos, rechazando el voto en plancha y los partidos de maletín, asegura una Corte Suprema, un MP y un TSC que garanticen a la República, la democracia y la seguridad jurídica. Digámoslo con fuerza para que oigan los independientes: ¡BASTA YA!

Y usted, distinguido lector, ¿ya se decidió por el ¡BASTA YA!?

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