Los olvidados de la frontera

MA
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19 de octubre de 2021
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12:17 am
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Los olvidados de la frontera

Guillermo Fiallos A.

Partieron hace horas, semanas, meses…; son tantos los migrantes como historias que de sus propias vidas y tragedias nos pueden relatar. Nadie les reconoce por su nombre y apellido, aunque son caminantes con rostro de pesar y de esperanza a la vez. Salieron de su patria tras la búsqueda de un sueño y huyendo de pesadillas no solo nocturnas, sino, diurnas también que les hacían de su existencia, una vereda permanente de espinas que les marcaron para siempre.

Honduras es su tierra, pero no podían sobrevivir en esta, ya sea por el crimen, el hambre y la falta de oportunidades. Dejaron su hogar, familia y amigos; emigraron hacia el norte tras la búsqueda de un horizonte que ya no les presentara la vida en blanco y negro, sino, en colores luminosos y brillantes.
Atravesaron gran parte del territorio y luego, se internaron en Guatemala y su propósito era vadear el dilatado Estado mexicano para trasladarse en balsa o sin ella por el Río Grande y, finalmente, tocar suelo americano.
Esa era y es su aspiración pero pasaron tardes, noches, días y la ansiada entrada nunca se consiguió. Están varados en la frontera del país azteca sufriendo muchas penalidades pues el hambre continúa, la falta de empleo es una constante y la inseguridad física les persigue como una cadena atada a sus pies.

Nuestros pobres compatriotas huyeron del sufrimiento, pero se encontraron con una variante del mismo. Allá en la frontera, agitan sus corazones para que la esperanza no los abandone. Han padecido mucho en esa travesía azarosa ya que nuevos peligros les asecharon y, ahora, le suman la discriminación.
Muchos han muerto antes de alcanzar la frontera y otros, se perdieron en alguna oscura avenida de una ciudad, o en las laderas de un monte solitario y mudo testigo de su final.

Quienes lograron alcanzar la frontera se enfrentan a muchos retos pues no los aceptan de este lado ni del otro. Están en el limbo. Creyeron en falsas promesas de coyotes o de personas inescrupulosas, quienes les vendieron un sueño americano que creían, estaba al alcance de sus deseos.
Sin embargo, el dolor continúa, la angustia se acrecienta y no han desaparecido los negros nubarrones. Nadie, desde Honduras, parece preocuparse por ellos; a excepción de sus familiares quienes, entre oraciones y lágrimas, ruegan para que Dios los mantenga a salvo.

Es un destino muy doloroso el que están viviendo nuestros hermanos hondureños, quienes al dejar el país creyeron en los anhelos que cargaban en sus pequeñas mochilas. Aquí nadie les ayudó y, por eso, en un acto de desesperación máxima, abandonaron su tierra, sus recuerdos y sus pesares.
Algunos de ellos, quizá, logren llegar al otro lado mediante mecanismos legales, pero serán muy pocos los afortunados. La mayoría seguirá sufriendo debajo de una estructura, cubiertos con toldos que simulan tiendas de campaña. Otros, serán deportados y retornarán a la nación con su optimismo destruido y marginado de sus existencias.

Mientras acá, estamos inmersos con tantos problemas que van desde la pandemia, la delincuencia, la falta de medios de subsistencia y pleitos e intrigas entre políticos de barrio; que nadie voltea la mirada hacia el norte y se preocupa por esos conciudadanos, quienes siguen siendo hondureños con la misma dignidad de cualquiera de nosotros.

Es una verdadera tragedia lo que está sucediendo con los olvidados de la frontera. Casi nadie los menciona y para los pocos que piensan en ellos, son una masa amorfa que está lejos y, a lo mejor, pasando penalidades, pero no se busca el tiempo ni espacio y menos recursos para auxiliarles y volver sus tristezas menos pesadas.
¿Qué puede hacer el gobierno y la sociedad civil por ellos? Quizá, las dificultades múltiples del presente, les ha hecho olvidar que su obligación también está con los olvidados de la frontera.

Es una aflicción tan grande saber que nuestra gente está sufriendo y que sus proyectos se esfumaron ante la dura realidad del cruce fronterizo. Es aconsejable que otros hondureños mediten sobre esta pesadilla para que no queden abandonados en el borde de dos naciones extrañas; pero la pregunta es: ¿qué les podemos ofrecer aquí para que no insistan en esa ilusión fallida?

La respuesta a la misma es una cuestión de humanidad.

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