Paciencia

MA
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20 de octubre de 2021
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12:44 am
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Paciencia

Carlos E. Reina Flores

El día feriado el campesino baja a la ciudad. Sentado en el parque, escuchando música alegre, de pronto se le presenta una mujer con un tierno. Reconoce su cara de inmediato. El feriado anterior, nueve meses atrás, en medio de la borrachera, juntos celebraron la ocasión.

La mujer, no de buenas pulgas, le entrega el niño en sus manos y le dice “te toca”. Se da la vuelta y se marcha. El hombre, que en la ronda acostumbrada ya había empezado empinándose la pacha, de un solo pencazo se le bajan los tragos que se le habían subido. Es una niña que tiene en sus brazos. No sabe su nombre, ni la fecha exacta del nacimiento, en fin, no sabe nada de ella.

Como hombre “síncero”, que no huye de su responsabilidad, acude al registro civil a inscribir la criatura. Ingresa a las oficinas administrativas y manifiesta su intención de inscribir a la niña. El empleado que lo atiende, apenas despega la mirada de su teléfono celular y le dice: “Paciencia”. Tiene que esperar porque hoy estamos de feriado y aquí no se trabaja. El campesino no puede hacer más que regresar a su aldea y esperar.

Vuelve a la semana siguiente a cumplir la tarea. Esta vez, sin tentación alguna de tomarse un solo trago, consciente de lo delicado del emprendimiento, acude nuevamente a la oficina registral. Se acerca al mismo muchacho que lo atendió la vez anterior y le dice, “aquí estoy, ya regresé, a asentar a la niña”. “Paciencia” -le responde el mequetrefe, esta vez sin siquiera voltear a verlo, atareado viendo quien sabe qué papada tan importante en su teléfono celular. “Necesita prueba de que la niña es suya”. El campesino sale resignado a indagar dónde hay una clínica en aquel lugar.

Alguien lo orienta, señalándole que dando la vuelta a la esquina hay una clínica. Entra y se dirige a una señora vestida de blanco y le indica que desea hacerse un examen de sangre. La doñita, que anota sepa que Judas en unos papeles que lee, le dice que tome asiento y espere turno. Cuando han salido todos los que estaban sentados en la salita, se aproxima otra vez al mostrador y vuelve a preguntar si ahora le pueden hacer el examen. “Paciencia” -le responde la doña vestida de blanco- tiene que esperar unas semanas ya que los doctores que realizan ese tipo de muestras de sangre están de vacaciones. Él, cargando la niña, le da el pepe y la arrulla para que no se le despierte y agarra otra vez rumbo a su aldea.

Pasadas las dos semanas regresa a la ciudad esperanzado. Cuando ingresa a la clínica a indagar si ya regresaron los doctores, le preguntan que si tiene la firma de confirmación. “¿Cual firma de confirmación?” inquiere. “La que se saca en el batallón”, le responden. Agarra el bus que hace escala en el cuartel militar y apurado baja con la niña en brazos a indagar con quién se entiende para que le den la confirmación. Un soldado que hace guardia en los portones le dice: “Paciencia”. “Fíjese que a nada vino hoy, porque no está mi mayor, anda de misión en la ciudad capital. ¿Y cuándo regresa su mayor -inquiere el campesino- para así no venir de balde? “No se sabe -le contesta el soldadito- porque con las elecciones encima andan en diligencias de la votación; pero tal vez en dos semanas”.

Se devuelve a la aldea el campesino a esperar las dos semanas. Deja pasar otra por si las dudas. Regresa al cuartel y después de hacer antesala el día entero, consigue la firma del mayor. Se dirige otra vez a la oficina registral. Pero esperando en el batallón se le fue toda la tarde. Cuando llega, las oficinas están cerradas. Se queda la noche durmiendo en una pensión y al siguiente día de madrugada, regresa para ser el primero en fila a la oficina registral. En la administración le dicen “paciencia”. “De momento no hay nadie en la oficina, y los que registran no van a venir porque andan en la capital recibiendo instrucciones”.

Se va de vuelta a su pueblo desalentado, pero sin perder la paciencia, dispone al mes regresar. Llega temprano, antes de las 8 en punto cuando abren las oficinas. Ingresa y le instruyen que tenga paciencia, que espere que no han llegado los registradores. Ve que empleados van llegando, uno a las diez de la mañana y el otro más tarde como a las once. Vuelve a preguntar si alguno de ellos lo puede atender.

“Espérese, -le dicen- tenga paciencia que es hora del almuerzo. Se fueron y regresan a las 2 de la tarde”. Allá como a las 3 pm, le hacen un señita con el dedo, que pase, “ya lo va a atender aquel muchacho”. Se levanta del asiento, meciendo la tierna para que no se le sofoque. Parado frente al registrador, entrega los exámenes de la clínica y los papeles que le dieron en el batallón. “Todo en regla -le confirma el registrador- solo falta que nos dé ¿cuál es el nombre de la niña?”. “Paciencia”, responde el campesino, y sin pensarlo dos veces escribe en un papel el nombre de la niña: “Burocracia”.

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