ENRIQUE ORTEZ COLINDRES, MÁS ALLÁ DE LA ANÉCDOTA

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23 de abril de 2022
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ENRIQUE ORTEZ COLINDRES, MÁS ALLÁ DE LA ANÉCDOTA

Enrique Ortez Colindres, excanciller y expresidente del BCIE.

Óscar Aníbal Puerto Posas

Hace poco falleció Enrique Ortez Colindres. La prensa al informar su óbito, recuerda sus ocurrencias sardónicas; “El Heraldo”, titula sus exequias, así: “Dan último adiós a Ortez Colindres con aplausos y anécdotas” (EH, 31/3/22, p. 13). Al parecer, se recordó su famosísima anécdota, al asignarle el apelativo de “negrito del batey”, al entonces presidente de los Estados Unidos, Barack Obama. Por presiones de la embajada yanqui, Ortez Colindres, fue destituido de su cargo de Canciller de la República, en el interinato ilegítimo de Roberto Micheletti. Fue un error del gran jurista. La frase debió haberla dicho en un poscafé, entre amigos, al véspero del ambiente bellísimo de la “ciudad de las canteras”. No desde el despacho de un ministerio. El problema estriba en que “post-mortem”, se le recuerde por la frase contenida en una canción circense cubana y no por los múltiples beneficios que sus virtudes ciudadanas significan para Honduras.

Enrique Ortez Colindres, tenía una ilustre prosapia. Su padre Enrique Ortiz Pinel, fue doctor en Química y Farmacia, egresado de una universidad norteamericana, becado por un gobierno liberal, cuyo nombre se pierde en las lejanías del tiempo. El doctor Ortez Pinel fue liberal de abolengo. Ello lo llevó al periodismo político y también al exilio. En 1954, acompañó al doctor en medicina Ramón Villeda Morales, como candidato a la vicepresidencia de la República. El Partido Liberal, ganó los comicios, pero no obtuvo mayoría absoluta. Se rompió el orden constitucional, el 5 de diciembre del año señalado. El entonces presidente Juan Manuel Gálvez, díjose enfermo, viajó a Panamá dejando el poder a cargo de don Julio Lozano Díaz. Este inauguró lo que él llamó: “Gobierno de conciliación nacional”. Al tiempo que se autodefinía “como un sol que a todos alumbra y a nadie quema”. ¡Cáspita!

El doctor Ortez Pinel, aceptó el cargo de Ministro de Educación. Su actuación fue discreta; pero honesta. El Partido Liberal rompió con Lozano. El doctor Ortez, en tanto, permaneció impasible en sus funciones. Hasta allí llegó su liberalismo auténtico. El conservadurismo lo atrapó en sus redes… Por la línea materna, el ilustre fallecido, era hijo de doña Gallarda Colindres. Dama olanchana de buena estirpe. Hija del licenciado en Derecho, Néstor Colindres Zúñiga, quien fue figura relevante en el foro y en la política hondureña. Militó siempre en el Partido Liberal. En este connubio ilustrísimo nació en 1932, Enrique Ortez Colindres. Como su abuelo materno estudió Derecho. Fue un alumno brillantísimo de la docta Universidad Central de Honduras. Tan brillante que, fue becada para obtener su doctorado en Derecho Internacional por la Universidad de La Sorbona. Salvo pruebas en contrario, es el único hondureño egresado de aulas tan conspicuas.

A su regreso a Honduras, gobernaba Ramón Villeda Morales. El médico ocotepecano era un corazón generoso. Llamó al entonces muchacho a Casa Presidencial, le propuso el cargo de Director de Asuntos Culturales de ODECA (Organización de Estados Centroamericanos). En sustitución de don Eliseo Pérez Cadalso, quien a hurtadillas conspiraba contra el régimen de Villeda Morales. Ortez Colindres, aceptó. No era ajeno a la cultura. Al contrario, viviendo en París era asiduo visitante del Museo “El Louvre”. Fue acertadísima su decisión de aceptar ese puesto. Ahí comienza su vinculación con los organismos de integración regional. Viviendo en San Salvador hizo buenas migas con Clementina Suárez (a quien siempre apreció) y con el gran escritor cuscatleco Salarrué, entre otros; es que Enrique Ortez Colindres, fue un imán de simpatía. Sus finos modales. Su inteligencia cultivada, lo hicieron gozar del aprecio de casi todos los que lo trataron. De vuelta a Honduras, es nombrado Presidente del Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE). A sus esfuerzos heroicos se debe la permanencia en Tegucigalpa de una institución única en su género. América del Sur –aparentemente más avanzada- no tiene una entidad similar. En el BCIE palpita el ideal morazánico. No por casualidad, la estatua del paladín –en su versión de estadista- se observa en su frontispicio; obra del cincel de nuestro mejor escultor: Mario Zamora, danlidense, con estudios en México.

Enrique Ortez Colindres, abandona el BCIE en el marco del incidente que valoramos: ocupaba la Jefatura de Estado, el general Juan Alberto Melgar Castro. Impuesto por las armas. No por el voto popular. Era como un “rey romano”. De desagradable aspecto y modales groseros; dio motivo a que Enrique Ortez Colindres, al entrar a las recepciones oficiales no lo saludara. En tanto otros le rendían pleitesía. Molesto por su actitud, Melgar llamó al señor Ministro de Relaciones Exteriores, a la sazón, César Batres, y le dijo en voz baja: “¿quién es ese catrín que no me saluda?”. Batres le respondió: “El doctor Enrique Ortez Colindres, presidente del BCIE, mi general”. Melgar dispuso: “Despídalo”. “No se puede general, está en ese cargo por la voluntad de todos los presidentes centroamericanos”. “Pues visítelos, y dígales que yo no quiero que siga en ese puesto”.

Batres, que fingía ser amigo de Ortez, cumplió su ingrato cometido. Así, por un desaire a un dictador, Ortez Colindres dejó la presidencia del BCIE. No salió con las sumas fabulosas con que ahora salen funcionarios de menor importancia. Quitó de las paredes lienzos de pintores hondureños que le pertenecían. Títulos y reconocimientos, bien obtenidos en la lucha por la vida. Salió con la frente en alto.

Luego, muy luego, abrió bufete en el centro histórico de Tegucigalpa. Acudió a él una selecta clientela, la cual le permitió llevar el nivel de vida a que estaba acostumbrado. No debo mencionar su vida sentimental, porque no es asunto de mi incumbencia. Pero sí es mi deber solidarizarme con Patricia Darcy Lardizábal, la mujer que lo hizo feliz. A ella la conocí en la Escuela “Federico Froebel”. Procedía de las viejas familias de Tegucigalpa. Extiendo mi pésame a sus hijos y demás deudos. Escribo este homenaje póstumo; para que no se sigan mencionando anécdotas torpes: “el hombre del cumbo”, por ejemplo. ¿Por qué no se dice que él fue un inmenso jurista? ¿Que fue un caballero exquisito, y que amó a Honduras con ternura?

Tuvo una larga vida, murió a los 90 años. Descanse en paz. Duro fue su batallar.

Tegucigalpa, M.D.C., 31 de marzo de 2022

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