Desarrollo económico: sostenidamente cuesta abajo

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15 de junio de 2022
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12:16 am
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Desarrollo económico: sostenidamente cuesta abajo

Por: Héctor A. Martínez (Sociólogo)

Ningún país puede alcanzar el desarrollo económico sin un empresariado visionario, innovador y previsor frente al futuro. Nosotros carecíamos de una empresa privada como la que tenemos hoy en día, hasta que la Organización de las Naciones Unidas, a través de la CEPAL, pretendió conducirnos hacia el desarrollo allá por los años 60 del siglo pasado a través de una estrategia conocida como Industrialización por Sustitución de Importaciones. Para nuestro pesar, ese proceso se quedó como me gusta la carne a las brasas, a término medio, y jamás alcanzó los niveles de países como México o Argentina, por citar dos casos en América Latina. Todo eso prueba que cuando se agarra a un país como laboratorio, nunca se sabe lo que va a pasar en el futuro. Son las consecuencias imprevistas de las acciones humanas.

El empresariado y el Estado hondureño, digamos que nacieron el mismo día, en la misma sala cuna. Son hermanos y siempre se han llevado bien. La fraternidad la han mostrado a través de los negocios: “tú me das ciertas ventajas de explotación comercial y yo te doy parte de mis ganancias para que puedas mantener esa enorme burocracia” deben haber acordado un día los titanes del progreso económico. El mejor diseño sistémico para mantener estable el ambiente de los negocios fue el bipartidismo, es decir, gobernar bajo un mismo esquema con dos banderas diferentes, una roja y otra azul: la alternancia no provocaría ninguna disrupción en las transacciones. La contribución del leviatán catracho se ha reflejado a través de “acuerdos” especiales en las compras y en las adquisiciones; en un “laissez faire” aduanero, en poner trabas a los productos extranjeros, y en otorgar exenciones, subsidios y otras mercedes. Sin embargo, ese mutualismo, aunque se da muy bien en circunstancias cuasi monopólicas u oligopólicas, no basta para alcanzar un alto nivel de competitividad o para generar crecimiento económico sostenido, sobre todo en mercados tan cerrados y de escasa competencia en calidad y en precio.

El objetivo de los organismos de crédito es que se amplíen las inversiones y las exportaciones, pero si la rentabilidad se mantiene inalterable en el circuito local ¿qué sentido tiene -dirán los empresarios-, poner en riesgo el patrimonio familiar acumulado si así estamos bien? ¿para qué firmar Tratados de Libre Comercio que puedan poner en peligro las inversiones locales? El proteccionismo estatal ha jugado un papel fundamental en todo este rollo de la productividad nacional. Hasta en lo ideológico, como cuando nos dicen que hay que consumir lo que el país produce.

El otro día, escuchábamos en un foro televisado a los representantes del COHEP que aseguraban que la contribución de la empresa privada al PIB del país superaba el 80 por ciento, y no dudamos que así sea, pero volvemos al mismo punto muerto: una empresa privada preciándose de generar empleos e ingresos fiscales, mientras el Estado vocifera con la eterna cantaleta del bienestar social. Después de sesenta años de hermandad, la sumatoria (Σ) de la ecuación es la siguiente: un pírrico crecimiento económico = desempleo sostenido + una pobreza en meteórico ascenso.

El titán del capitalismo mundial, los Estados Unidos, nos ha prometido traer la inversión local con nombres y apellidos para dinamizar el mercado y hacer lo que otros no pueden o no quieren hacer, aunque todo forma parte de una estrategia de contención de las caravanas de migrantes, que no se detendrán mientras no alcancemos mejores números empresariales a nivel local. Mientras tanto, el discurso del empresariado organizado -el mismo de la administración Biden-, es que se deben crear las condiciones jurídicas para atraer las inversiones, siempre y cuando -pensarían en el COHEP-, sean del tipo maquila o “startups”, que gozan de regímenes especiales de explotación, pero que no compiten con las empresas locales.

Pero debemos ser francos: mientras no exista una alta competitividad como producto de la expansión empresarial; mientras no tengamos un crecimiento económico en ascenso, las cosas seguirán como siempre: cuesta abajo y sostenidamente. Por más que hablemos bonito sobre el desarrollo.

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