Recordando mi querido pueblo de Soledad

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8 de enero de 2023
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12:53 am
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Recordando mi querido pueblo de Soledad

Por: Fredis Mateo Aguilar Herrera

Un día, empecé a recordar mi querido pueblo de Soledad, en el cual nací y crecí… una de las cosas que más me acuerdo con nostalgia, son las veces que junto a mis padres y hermanos bajábamos de nuestro caserío de El Chagüitón a la feria patronal del pueblo, el 25 de enero en honor a la virgen de Soledad y por eso esta fecha era la más festiva, por llevarse a cabo los actos religiosos, entre tanto a la feria del 10 de agosto en conmemoración a la fundación del pueblo, fue menos costumbre concurrir.

Traigo a memoria que caminábamos a pie o montado en bestia y bajábamos por una hondonada, unos cinco kilómetros por un tortuoso y rocoso camino real o de herradura y desde Casa Quemada de la parte más alta del risco del Tapón a 900 m.s.n.m., divisamos el pueblo asentado a 400.m.s.n.m. al margen derecho del río Las Cañas y con mayor detalle se apreciaba su imponente templo católico, con orientación este-oeste y frente a la plaza, los techos de teja rojiza de las viviendas y el trazado de sus dos únicas calles.

Una vez llegando al río Las Cañas en las proximidades del pueblo, era natural ver jóvenes echándose un chapuzón y clavado en las aguas cristalinas de la poza de El Murciélago y seguro también aguas abajo en la poza de El Calvario. Estando ahí en el río, era bonito ver como las mujeres se cambiaban sus sandalias de hule o zapatos de trabajo y se ponían sus zapatos y medias nuevas de paseo y otros estrenos, que por lo general estos atuendos de viaje, los guardaban en casas de confianza. Las bestias de montar las amarraban en los árboles y unas atadas tras las colas de otras en los patios de las viviendas de amigos o en la periferia o plaza del pueblo.

Como no iba regularmente al pueblo, era normal el palpitar fuerte del corazón al escuchar el sonoro repicar de las campanas y ver el murmullo de gente de aldeas y caseríos. Una vez estando en el templo de color naranja medio, quedaba impresionado con su belleza, observaba que las señoras portaban sus chalinas en signo de respeto, miraba a los demás niños jugar, subiendo al campanario, pero desconocía que su estructura aquitánica contiene elementos neoclásicos bien logrados, dos torres que rematan en columnas dóricas.

Otra de las cosas que recuerdo con melancolía son las calles empedradas del pueblo, mismas que daban un toque tradicional y que atraía a propios y extraños. En ese entonces era admiración ver vehículos y cuando llegaba la baronesa de ruta, muchas personas salían al encuentro y se subían con algarabía a la parrilla, no había fluido eléctrico, la gente que bajaba por la noche a la víspera de la feria, se alumbraba con un ochol de ocote, lo que necesitaba ser diestro para que no se apagará la luz y que el humo tomará sentido contrario para evitar ahumarse o no quemarse con la brea caliente desprendida de la rajas. También por las noches de feria era necesario el uso tradicional del candil.

Para ir planchado a la feria se hacía uso de planchas forjadas de hierro o bronce, que eran calentadas en las brasas del fogón, que seguro más de alguna vez se nos quemó la camisa de feria. Además era común, la venta de ponche, pan de mujer, marquesotes, otras mascaduras y bebidas propias del lugar y no faltaba quien al calor de los tragos de guaro Yuscarán, chicha y cususa, gritaba viva el Partido Liberal y otro ya enojado contestaba viva el Partido Nacional y empezaba el bochinche… que daba origen al desparpajo de gente. Como dejar por un lado las parrandas y concursos con los mejores conjuntos de música de cuerda, que se armaban día y noche en el legendario cabildo municipal, construido con gruesos adobes atravesados de un metro, colorido techo de teja, típico artesón y con antiguas puertas, ventanas, columnas y barandales de sus corredores tallados con madera de los bosques municipales.

La entrada a la fiesta, para los varones costaba un peso, las jóvenes no pagaban y eran acompañadas de su madre… el que no llevaba novia la miraba tile porque nada más le restaba ver, en ese tiempo nadie bailaba solo como ahora… el que hacía un relajo en la fiesta, iba de paso al mamo o al bote, que está en el costado inferior del cabildo. Por cierto, siempre me llamó la curiosidad esta pequeña cárcel con su única puerta rústica y de gruesa madera con rejillas reticulares… la curiosidad no quedó ahí… sino que cuando me reclutaron conjuntamente con otros paisanos, nos echaron injustamente por seis horas a esta dura y hedionda cárcel… cuando nos sacaron, salimos medios tontos y bien mojados de sudor como que hubiésemos estado nadando en el río… desde ese momento ni me gusta ver dichas rejas…

En la feria, los negocios de venta de comida y bebidas se instalaban en champas o garitas, construidas de paredes de madera rústica o cañas de maicillo y techos con ramas de árboles o paja. Los refrescos y cervezas se enfriaban en baldes, ollas, pailas o tinas con agua y la comida para su respectiva venta se hacía en fogones provisionales.

En aquel tiempo era una dicha andar en la bolsa fichas de uno, dos, diez, veinte centavos (equivalente a un daime), cuatro reales o un tostón y algunos lempiras o pesos. Todavía me acuerdo un poco haber comprado un refresco en botella al valor de un tostón o un lempira y el tiempo de comida a 1.50 Lps. Con el comentario de estos precios, hago fácil remembranza a mis contemporáneos de edad y para las actuales y futuras generaciones les dejo de tarea indagar esta época del pasado en que se dieron dichas manifestaciones culturales y anécdotas, que enriquecen la historia y fortalecen la identidad local.

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