Sin comunicación no hay poder

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24 de mayo de 2023
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12:35 am
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Sin comunicación no hay poder

Héctor A. Martínez (Sociólogo)

Cuando la gente escucha hablar de “comunicación” lo primero que se le viene a la mente son, precisamente, los medios de comunicación masiva, es decir, la televisión, la radio, y, en menos proporción, las redes sociales. Para las masas -incultas, desde luego-, las redes sociales se han convertido en el medio favorito para establecer una comunicación con fines de entretenimiento.

Si revisamos Facebook nos daremos cuenta de que millones de personas, sobre todo de clase media, lo que divulgan en el panóptico de la virtualidad no es otra cosa que la ostentación de poder. En este caso, poder de estatus, de adquisición y consumismo que distingue y desmasifica al que socializa su vida privada. Las clases medias siempre tratan de acercarse lo más que puedan a la clase alta.

También el poder necesita comunicarse reiteradamente con sus súbditos para parecer fuerte, efectivo y benévolo. La esencia de todo gobierno es buscar la obediencia plena de los ciudadanos para alcanzar sus objetivos estratégicos, por ejemplo, que la mayoría apruebe las decisiones sobre una ley o un decreto. Pero la obediencia se adquiere por acuerdo, no por sumisión y pérdida de la personalidad, como los judíos en la Alemania nazi, o los ciudadanos soviéticos en tiempos de Stalin. Hoy en día, existen formas menos salvajes de obediencia como el llamado “consenso”, o la “conformidad” social como le denominan los sociólogos norteamericanos a ese respeto por el sistema social.

La comunicación, entonces, juega un papel de primer orden en ese cometido. ¿De qué comunicación estamos hablando cuando nos referimos al poder? De todo tipo. Por ejemplo, el Estado, a través de las instituciones mantiene una permanente comunicación con la ciudadanía mediante la prestación de servicios, ya sea de salud, educación, comercio, relaciones exteriores, etcétera. Cuando las instituciones son bastante deficientes, como en el caso de Honduras, surge una ruptura en la comunicación entre el poder y el ciudadano. Entonces, el consenso o la conformidad mengua o desaparece.

Pero el poder siempre busca que la gente acepte sus designios. Para ello, los gobiernos echan mano de las imágenes, que construyen casi a diario para implantarlas en la mente de las masas. Piense en la frase “soberanía popular”, o “poder del pueblo”. Se trata de imágenes, nada más, que refuerzan en la psique un significado paradójico: que el poder subyace en los ciudadanos, y no al revés. Que sea cierto, esto está por verse. Hay un grafiti en la pared de una calle sampedrana que dice: “Los ciudadanos votan pero no eligen”. Se trata de una reacción bastante subversiva sobre lo que un sistema político pregona. Pero cala en la mente del transeúnte que transita a diario por ese punto.

No solo los medios de comunicación masiva sirven para implantar imágenes y controlar la voluntad popular. Por cierto, los medios de comunicación estatales no son tan atractivos como los privados. De hecho, hay canales de TV que mantienen un “rating” envidiable que ya quisiera tener cualquier gobierno en América Latina. Al no contar con la confianza popular, ni el “rating” deseado, dice Manuel Castells, cualquier poder procura otras vías para comunicar sus objetivos: acude al dinero, o a la represión, a la que ningún gobierno desearía llegar. El dinero hace maravillas: sostiene las estructuras clientelares; negocia voluntades, o compra capacidades. Pensemos en los líderes gremiales que mueven las masas, o en los intelectuales que emiten apologías a favor de un régimen. Todos pierden el honor y el prestigio cuando se parapetan detrás del poder.

La forma más execrable de un gobierno, cuando fracasa en el intento de crear consensos y conformidad, es controlar los medios de comunicación, independientes y privados, que le contradicen en sus propósitos. Algunos gobiernos deciden acudir a la represión, la forma más burda y totalitaria de comunicar por la fuerza, lo que por la vía de la disuasión resultó ser un fiasco.

Es que sin comunicación efectiva no es posible la supervivencia de ningún poder. Comunicar para ser obedecido, esa es la regla.

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