Adaptarse a los cambios con inteligencia

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31 de mayo de 2023
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12:47 am
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Adaptarse a los cambios con inteligencia

Por: Héctor A. Martínez

Cuando en el mundo ocurren fenómenos estrepitosos que alteran las estructuras y el funcionamiento de las sociedades, los gobiernos y los líderes de las naciones están obligados a buscar los medios para ir acomodándose a las circunstancias. Es como dicen: pensar en lo local poniendo la mente en lo global, para no sufrir las consecuencias que, como las estaciones del año, llegarán inevitablemente.

Las alteraciones provocadas por cualquier fenómeno de duración prolongada traen consecuencias de toda especie, desde las políticas hasta las económicas; desde las crisis que generan los conflictos armados -como el de Ucrania y Rusia-, hasta la polarización geoestratégica que supone la adhesión de un estado a un conglomerado de naciones que buscan un objetivo común. No existe un fenómeno -político, económico o ecológico- de alcance multidimensional, que no afecte, directa o indirectamente, a poblaciones distantes del epicentro del fenómeno.

Pues bien: esas “explosiones” del mundo, suscitadas en comarcas distantes, son portadoras de situaciones insospechadas que caerán sobre nuestras vidas, desde el momento en que su ola expansiva alcanza nuestro barrio y el seno familiar. Adaptarse a los cambios -repentinos o pausados- conlleva una serie de incomodidades, respuestas graduales, o equivocadas, miedos, y hasta contiendas no deseadas. Ocurre lo mismo con los fenómenos demográficos, como la migración o el crecimiento poblacional desmedido. Ninguna sociedad espera que de un día para otro, los flujos de migrantes lleguen a alterar la tranquilidad de las comunidades, o a competir por los escasos recursos.

A muchos países les ha costado adaptarse a la globalización, a tal grado que se han generado conflictos desde comienzos del siglo XX, porque existe la idea errónea de que la cooperación internacional no es necesaria, y que el nacionalismo es primero antes que nada. Incluso, los nacionalismos extremados conducen a los imperialismos que, desgraciadamente para la paz mundial, siguen prevaleciendo en nuestros días.

Hoy en día, asistimos a un estremecimiento del orden mundial, de los tantos que se han visto en los últimos cien años. Se trata de un cataclismo de insospechadas consecuencias al que hemos respondido de la misma manera que aquella generación que presenció los horrores de la Primera y Segunda Guerra Mundial. Y de la Guerra Fría, es decir, con miedos, odios y amenazas. Es normal, pero no lógico. De repente, el horizonte se muestra nebuloso en un mundo cada vez más confuso, y por confuso, portavoz de pánico ante lo desconocido. A esos cambios hemos respondido con esquemas viejos y desfasados; con ideologías y prácticas que creíamos muertas, pero que han sido resucitadas a falta de inteligencia.

Anquilosamiento liberal, resurrección de socialismos y fascismos. Y ahí tenemos: un desgaste de un liberalismo que tanto aporte le ha dado a la humanidad, mientras la moral contestataria se presenta con la misma pinta ideológica de antaño. Por un lado aparecen los mismos actores del pasado enarbolando los viejos estandartes causantes de desprecios, desesperanzas y de campos de exterminio; por el otro, el empecinamiento de las añejas oligarquías aferrándose a la creencia de la eternidad, donde todo cambio es bueno, solo si representa ganancias para el grupo en el poder: desde la política hasta el futbol.

No: estos cambios del mundo necesitan inteligencia, cooperación, e integración. La adaptación a este nuevo orden consiste, es verdad, en integrar un mundo donde siempre habrá poderosos y débiles; en renovar las circunstancias que han provocado la esclerosis del sistema económico y político. Pero no a costa del encono, ni la enjundia por destruir al otro diferente. El mundo está cambiando a una velocidad increíble, mientras en países como el nuestro, en lugar de adaptarnos con inteligencia, hacemos todo lo contrario. Y la adaptación, manejada bajo aquel precepto que dice que “Para hacer el bien, hay que hacer el mal”, ha dejado cicatrices visibles, y heridas que nunca se cerraron.

Siempre que las sociedades se equivocan de camino, la historia se encarga de llevarlas al mismo punto del que partieron.

(Sociólogo)

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