El camino del hombre moderno

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18 de marzo de 2024
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El camino del hombre moderno

Independencia y recuperación patria

Por: Abog. Octavio Pineda Espinoza(*)

El ser humano, en particular el hombre es un ser de lejanías; de ilusiones, de sueños, de ideales, de sublimes anhelos y remotas esperanzas; en un ser en construcción, inacabado. Para vivir, tiene que aprender a hablar, a caminar, a comer, debe hacer, crear, construir, edificar, para ser en verdad alguien relativamente completo y realizado, es decir para vivir y no simplemente existir como los otros seres de la creación.

En su realidad cotidiana e individual, más allá del teatro, las máscaras de las que hablaba Balzac, del afán de notoriedad y de la búsqueda constante del éxito, que significa muchas cosas para todos, el hombre se encuentra irremisiblemente solo; nace unido por hilos invisibles a la muerte, que es soledad definitiva e infinita. Muere aferrado a una vida, que al final, es transitoria soledad. Mientras intenta cumplir su complejo peregrinaje por la nerviosa fantasía de la vida, busca en vano, que otras manos estrechen las suyas y otros corazones se agiten en su entorno, al mismo compás con el que se agita el propio, porque al final, no hay más helada soledad que la de vivir en medio del estrepitoso bullicio de las ciudades sin unir una soledad con la de otra persona. Los más grandes solitarios de la Historia han sido precisamente los reyes, los supuestos sabios, los dioses, aquellos que ostentan el poder y que, inadecuadamente se enamoran del mismo sin entender los límites de la existencia.

La soledad no es algo que llega desde afuera, sino que fluye de nosotros mismos, de nuestro ser interior como una red invisible que todo lo trastorna y aprisiona, que muchos pretenden llenar con los espejismos de la sociedad, las filigranas, las luces de colores, los instantes o momentos de locura, y ahora, los famosos chunches como dice a veces el editorial de este diario, todo ello, solo atenúa nuestro aislamiento, aunque todas esas cosas parecen hacernos compañía transitoria. Pero los momentos que vivimos solos son infinitamente más numerosos que aquellos en que juntamos nuestra soledad con la de otras u otros y, a veces, hasta aprendemos a disfrutar de la misma.

Cada comienzo de año, se dedica la persona alocadamente a empezar a planear la siguiente Semana Santa o el siguiente fiestón, donde hay música, regalos, comidas, expresiones de buenos deseos, optimistas augurios aunque la realidad nos diga otra cosa, la algarabía de los vástagos inconscientes de esa realidad y de esa felicidad total, entre ritmos, libaciones, abrazos y siempre muy pocas oraciones, hay minutos en los que sentimos rodar muy cerca de nosotros, anidarse en el interior de nuestro ser, esa soledad que nos acompaña aun estando acompañados y que está ahí desde el primer grito de dolor al nacer y se funde en unidad indisoluble a la hora de partir definitivamente.

La única compañía real, sin condiciones, es la presencia imperceptible para algunos de entre todas las grandezas de su poder, es la de Dios a cuya sombra benéfica huyen las sombras, las angustias, las ansiedades del alma, las vacilaciones y los momentos que definen nuestra vida. Siempre es bueno buscar de su apoyo; es saludable acercarse a él con humildad; hace mucho bien confiarle nuestras debilidades y falencias, los anhelos y los sueños, agradecerle el estar vivos y sus bondades, pedirle dirección, luz para nuestro efímero recorrido terrenal.

La modernidad nos ha traído muchas cosas buenas sin duda, sin embargo, junto con todo el bagaje tecnológico nos ha traído formas nuevas de vivir en soledad puesto que se han perdido la formas más directas de comunicar nuestros pensamientos y sentimientos, han sido cambiados por memes, mensajes cortos e inexpresivos que no pueden ser más largos de un pequeño número de palabras, cuando antes la palabra era primordial sin importar la extensión que tuviera la misma, cuando un libro era un tesoro y comentarlo con los amigos y hasta con los no tan amigos era una forma de sentirnos acompañados, de trasladar ideas con mayor expresión y seriedad que las que producen hoy los medios modernos; antes verse directamente a los ojos, darse un apretón de manos, estrecharse y fundirse en un abrazo era más significativo que una foto, un video, un reel, etc., etc., y creo que por eso, era más difícil antes oír de suicidios, depresiones y tantas otras enfermedades propias de la falta de comunicación.

Por eso, personalmente, aunque utilizo los mecanismos modernos, prefiero siempre esa relación personal con el otro interlocutor, es, además, como dije antes, una forma veraz de unir las soledades que siempre están ahí, aunque se quieran disfrazar. Y no se trata de morir por eso, no, se trata de entender ese vínculo real con el que hacemos a la vida y con el que nos retiramos de la misma, se trata de aprender, en este mundo moderno, a sobrellevar la misma, a entender la misma, a disfrutar la misma, y a valorar esos momentos que nos unen a los otros por x o y motivos.

Actuando así, podemos avanzar por la ruta de la superación, del encuentro con nosotros mismos y de nuevos estadios de relativa perfección. Ya San Pablo lo proclama, con sabiduría en Filipenses: “No que haya alcanzado aquello para lo cual fui creado, pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo al banco, al premio de la soberana voluntad de Dios”. (Reflexiones con mi padre).

(*) Abogado y Notario. Catedrático Universitario.

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