Haití: el mejor ejemplo

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20 de marzo de 2024
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12:35 am
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Haití: el mejor ejemplo

Por: Héctor A. Martínez (Sociólogo)

No importan los ojos con los que pretendamos ver el fracaso institucional de Haití, si desde la Economía, la Ecología o la Sociología. En cualquier caso, todos esos afluentes positivistas caerán en un depositario común del que no podemos abstraernos, y del que tenemos mucho que aprender en nuestras sociedades latinoamericanas, a saber: la debacle del sistema social cuando los gobiernos, los partidos y las élites ven en el poder nada más que un objetivo personal, sin importar las condiciones de vida de la población.

Los sociólogos funcionalistas le denominan “Anomia” a esa peligrosa situación donde los individuos dejan de ver el sistema como un medio para alcanzar sus objetivos personales a través de los medios legales, optando por otras vías que transgreden las normas y los valores tradicionales. Para el funcionalismo, el “Déviant” es el extraviado social, el que no aprovecha los medios o recursos institucionales para lograr ser exitoso, solo en el caso en que tales medios sean garantizados por el sistema.

Lo de Haití sucede cuando el Estado no puede proveer esos recursos que la población requiere para alcanzar sus ideales más queridos. Se trata, en pocas palabras, de una sociedad fallida, donde las instituciones, en lugar de promocionar la movilidad social ascendente, hacen todo lo contrario. Dado que todos los individuos tenemos aspiraciones y objetivos que cumplir, la mejor manera de alcanzarlos es a través del seguimiento de ciertas normas y valores culturales que se disponen para que todos las respetemos. A cambio, el Estado, a través de sus instituciones, facilita este camino, este ascenso hacia la cúspide del bienestar material.

Cuando la economía, en cambio, viene en declive, los servicios de salud y educación son una bagatela, y persiste el desempleo y la inseguridad, la gente suele buscar alternativas no muy santas que digamos. Dadas las precarias condiciones de vida, los haitianos se ven obligados a destruir el medio ambiente, emigrar o formar parte de una pandilla, donde el esfuerzo se compensa mejor que luchar honradamente. Es decir, en la estrechez material se anida el germen de la anarquía y la insubordinación a las leyes cuando no existen alternativas de supervivencia. En tal situación, es natural que los grupos delincuenciales controlen los espacios urbanos, estableciendo sus propias reglas, mientras los cuerpos de seguridad no pueden cargar contra ese monumental problema.

¿Puede haber estabilidad social en tal extremo de desgracia? La culpa no es de Ariel Henry, ni de Aristide, ni de “Papa Doc” Duvalier, sino de todos los que han pasado por la silla presidencial concentrando el poder, deshaciéndose de sus enemigos y haciendo negocios personales a costa del Estado. Todos los que creyeron que el poder funciona sin tener un proyecto nacional con visión de largo plazo; todos esos que prefirieron la política mediática que los asuntos del crecimiento económico, el medio ambiente y la efectividad institucional, y se pasaron la Constitución por los cojones, sentaron las bases para que un maleante como Jimmy “Barbecue” Cherizier, elevado a la categoría de mesías, tomara las riendas del país, a falta de políticos inteligentes.

Abandonada a su suerte por la comunidad internacional, la misma que ve con impunidad el abuso cotidiano de los dictadores latinoamericanos sin mover un dedo, Haití es el mejor ejemplo para los políticos que creen que el poder es eterno, que los límites no existen, y que la paciencia de los súbditos es infinita.

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