DOMINGO DE RAMOS

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24 de marzo de 2024
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12:51 am
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DOMINGO DE RAMOS

ES un principio enarbolado en los comienzos de la revolución francesa, y abandonado poco tiempo después por aquellos mismos revolucionarios, tal vez porque en el fondo los instintos del ser humano, a pesar de los avances de la civilización y la cultura, continuaban atrapados en el tribalismo prehistórico. Sin embargo, el principio de fraternidad universal entre los hombres y entre todas las naciones, continúa vigente y seguirá afianzándose, a pesar de las enormes sangrías, los errores garrafales y las adversidades que se vayan proyectando hacia el futuro.

Las enseñanzas sobre la justicia, la misericordia y la fraternidad, han sido pronunciadas a lo largo y ancho de los siglos por personajes históricos de primer nivel, en los tiempos antiguos, medievales, modernos y contemporáneos, tanto occidentales como orientales. Inclusive forman parte del canon escrito relacionado con el “espíritu de la ley”. Pero ha sido demostrado que el discurso más enfático y más reiterado sobre el amor y la hermandad entre los seres humanos, salió de los labios de un sabio y humilde carpintero de Galilea, quien al final se ofreció en sacrificio total, y propiciatorio, a fin de limpiar, todas las veces que fuera posible, nuestros pecados y errores continuos, reiteradamente antifraternos.

Precisamente, en un “Domingo de Ramos”, es válido recordar el discurso de las Bienaventuranzas pronunciado, muchos meses antes de la “Semana de Pascua”, en las proximidades del Mar de Galilea o Lago de Kineret, frente a una multitud de personas provenientes de diversas nacionalidades del Cercano Oriente. En aquellas palabras sublimes y divinas se encuentra el fondo y trasfondo de lo que debiera ser una auténtica civilización histórica, en cuyo contenido se subraya la importancia de los pobres, de los mansos de corazón y de los que lloran por causa de las penurias y de las injusticias que acechan por todas partes. Se elogia a “los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia”; a “los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”; y a “los que buscan la paz porque ellos serán llamados hijos de Dios”.

La novena bienaventuranza es preciso citarla completamente, utilizando un castellano clásico: “Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos.” Más claro y más hermoso es imposible encontrar otro discurso cargado de misericordia, caridad y esperanza hacia el prójimo, sin importar la época de que se trate. Sobre todo en los tiempos en que Roma solía exhibir terrible impiedad frente a los pueblos sometidos que anhelaban un amplio margen de autonomía, ya fuera en su religión o en sus formas de expresar sus pensamientos.

Por otro lado, del discurso de las Bienaventuranzas se desprende que es casi imposible que alguien sea un buen cristiano (seguidor del Rabino de Galilea) si acaso se dedica a promover intrigas entre las personas o a desatar guerras desalmadas hacia adentro o hacia afuera de las naciones. Por eso uno de los elogios sublimes es para los mansos de corazón y para aquellos que buscan siempre la paz, a pesar de las circunstancias.

No se trata de banalizar el lenguaje del Nazareno sino más bien de profundizar en su contenido trascendente, en donde el amor o la caridad conducen a la verdadera hermandad entre los hombres y mujeres, sin importar la nacionalidad, el color de la piel y las creencias particulares. Cuando rezan los verdaderos cristianos lo hacen pensando en sus familias y sus amigos; pero también en el presente y en el futuro de la humanidad entera, en tanto que todos pertenecemos a la misma especie del “Homo Sapiens”.

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