SEIS POEMAS DE EDUARD HERRERA (*)

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24 de marzo de 2024
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01:04 am
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SEIS POEMAS DE EDUARD HERRERA (*)

Pesadilla Centroamericana
El cielo se tiñe de rojo.
Los buitres extienden sus alas con orgullo
Mascotas de la muerte, mensajeros del futuro
Su graznar suena en el eco.
¡Silencio!: idioma de la muerte
Tierra húmeda, joya carmesí que refleja los rayos del sol
Miseria, pobreza
Pies descalzos luchando por comida con los mensajeros de la muerte.
Los caminantes van por los caminos pavimentados con cráneos
Orgullosos se elevan los castillos del amo
Sobre los cimientos de cuerpos desnudos, agonía de esclavos.

Desde los ventanales del castillo –rey con sus ojos de búho observa –
El placer baila en sus retinas
La enorme mesa del banquete se extiende hasta su ego
Cerdos y las ratas llenan sus entrañas; ríen, beben y fornican con placer desmesurado.

La basura es acida y pútrida, pero es alimento
Hordas de niños se rebuscan en mares de plástico,
Luchando unos contra otros
Pesadilla sobre la tierra roja
Oscuridad que se extiende como sabana sobre el cielo.

Antes que el castillo se elevara
Esta tierra era rica
Verde, llena de vida
Creación de mayas, dioses del maíz
Pero un caballo blanco comenzó su carrera por los valles:
Traía muerte, adicción y locura
Tras de sí, la sangre humedecía con espíritus de desgracia
El sueño se transformó en pesadilla
Los reyes llegaron con sus promesas, ius primae noctis con la esperanza y vírgenes
Lenguas bífidas escupiendo falacias
Construyeron sus reinos sobre los muertos
Extendieron la mano al jinete, que los lleno de riquezas.

Hicieron soldados de los cementerios de asesinos
Mataron, violaron, se convirtieron en duques de sombra
Alimentándose de los desnudos y famélicos sobrevivientes.

Muchos sin embargo, orgullosos de su miseria
Protegen el castillo de su amo
Y besándole las pesuñas del tirano
Ofrecen su sangre a cambio de las migajas del banquete.

Pesadilla centroamericana
Pesadilla latina
Tierra olvidada
Páramo de esqueletos.

Monedas de oro llenan los sacos de los ricos
Cuerpos putrefactos pueblan las tierras de los pobre
Injusticia
Falacias
Desesperanza
El triángulo de fraternidad se invirtió;
La pesadilla se mantiene de sol a sol
Nadie revivirá a los muertos
El castillo nunca caerá
Todos estamos dormidos
Todos manchados de sangre
Los buitres vuelan detrás del jinete, el caballo blanco desaparece
Y mi tierra, muere y muere.

Muertos vivientes
Una horda de muertos abandona los pueblos el clamor de tantas cosas, se murmura en sus labios avanzan con aplomo de tristeza.
Los guían esqueletos, tocando un son de lastima, escarbaron sus tumbas huyendo de la muerte las plantas de sus pies se derriten en el asfalto; agua, agua, gritan al unisonó.
Cadáveres de toda edad, de todo brillo, huyen de la desolación apocalíptica avanzan a las tierras de los amos donde; las hordas se ven en sembradillos infinitos, trabajando sin dedos, bajo un látigo de desdén e injusticias.
Los rellenan con drogas y los lanzan sobre los muros la bestia los arrolla esparciendo sus tripas en las interminables vías se convierten en monedas, objetos sexuales en burdeles necrófagos.
Un cadáver en tierra ajena, de lujos, fingida humanidad, se consumen, se pierden ¿Se puede morir en la muerte?

Infinito
¡Pueblos! Plasmados en versos que sufren y mueren en espasmos eternos, ¡pueblo! Palabra con sabor a ceniza, imagen de manos sucias y pies descalzos.
Pueblo y hambre pueblo y asesinato pueblo y muerte, todos sinónimos pétreos.
Lápidas llamadas con ese nombre se extienden en un mar de tierra roja que se desliza soterrando millones de almas, un pueblo muere hoy de la manera más a su nombre.
Pero mañana, en otro poema, en otra pared y en otra historia, nacerá un pueblo nuevo, cargando la enorme cruz, que no trae otra suerte, en ese nombre.

A mis padres
¿Cómo podría explicarles? Que su nación se redujo a cenizas que la tierra en la que mi padre dejó sus manos ya no produce, ni siquiera sueños que en los ríos donde mi madre, lavaba y nos cuidaba, ahora es un vertedero.
¿Cómo podría explicarles? Que los bosques se convirtieron en cementerios que niños ya no corren con sonrisas en sus rostros, que ni calles y plazas son seguras ellos lucharon y murieron con el futuro amanecer, tatuado en sus ojos con la idea de que mañana era sinónimo de felicidad.
Ya no queda nada en estas tierras, los perros se ahorran sus ladridos para no caer agotados de hambre, que te matan por gritar libertades a los vientos, y el hambre aprieta, mucho más que antes.
¿Cómo explicarles? que sus nietos no conocen su historia, la que yo mismo olvido todos los días que su bandera es solamente un adorno de lo que alguna vez anhelo ser que los días están contados y que el futuro ya llegó, pero olvido tocar nuestra puerta.

Reminiscencia
He muerto tantas veces, que camino sobre mis propios cadáveres, viendo mis yoes descomponerse en mis plantas.
He muerto tantas veces, que cráneos y esqueletos se aglomeran como colillas de cigarros por doquier en cada esquina.
He muerto tantas veces, que el lenguaje de los muertos no me es ajeno.
Porque me veo muerto y vivo tan vivo y tan muerto como amaneceres y ocasos.
Moriré hoy viviré hoy, desapareceré en la mañana y naceré con la eternidad.

Eterno
La noche más larga, dura una hora cadenas que aparecen desde el cielo portando púas oxidadas.
Cada segundo es un grito de guerra, las armas chocan, la sangre corre ojos abiertos en brea, viendo hacia la nada.
Grillos y la tonada del silencio golpean los oídos, no hay un arriba o un abajo.
La noche más pesada, cruza impune durando más o menos lo mismo pero la agonía se extiende hasta un amanecer.

(*) Eduard Herrera, nació en Tegucigalpa 1992, poeta y narrador hondureño, ha participado en más de una decena de antologías nacionales e internacionales, así como en festivales internacionales en representación de Honduras, ha ganado múltiples concursos nacionales e internacionales. Cuenta con dos obras publicadas que son Pánico 2022 editorial Malpaso y Espeluznante 2023 Proyecto Editorial La Chifurnia.

 

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