Resentimientos y frustraciones de hoy

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27 de marzo de 2024
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Resentimientos y frustraciones de hoy

Héctor A. Martínez (Sociólogo)

El resentimiento y la frustración imperan en el mundo de hoy. Cualquier cosa generan estos malestares del espíritu: desde esa publicación en Facebook de alguien que se la pasa mejor que nosotros, el deterioro de nuestro poder adquisitivo, o ese empleo bien remunerado que aún no llega, pese a los méritos adquiridos. Resentimientos a escala masiva: ¿cómo no tenerlos después de andar por el mundo sin alcanzar “un vale de ilusión” o “un cacho de alegría”, como dice el tango de Juan Tavera?

El resentimiento y la frustración son las respuestas de mi generación y de las nuevas, ante los cambios vertiginosos del nuevo orden mundial, de esta “era de la rupturas”, como dice Hobsbawn, provocadas por la incertidumbre y la inseguridad frente al futuro, sobre todo cuando vemos pasar los años y se acerca el día de la muerte. “De lo único que podemos estar seguros es de la incertidumbre”, decía Zigmunt Bauman, reflejos, todos ellos, de una era de interfase histórica, de un interregno temporal de desorden y desorganización global que nos ha tocado vivir, pero que la entienden mejor los viejos por haber experimentado la quietud del ayer y los miedos del ahora, que parecen ser eternos.

En buena parte -sino la mayor-, el resentimiento y la frustración provienen de la reducción de las posibilidades materiales; del fracaso del Estado y de las políticas públicas, y de un sector privado cada vez más exigente y menos humanizado. Los empleos, por ejemplo, ya no son a largo plazo, como antaño, cuando el número de hijos podía programarse porque la estabilidad laboral estaba garantizada. Eso se llamaba “certeza”. Hoy día, los jóvenes prefieren el sexo sin reproducción, ante el miedo de perderlo todo, el día menos esperado.

A los jóvenes de hoy les toca lidiar con contratos y salarios recortados, o conformarse con el “freelance” o el empleo por hora, si pretenden hacer algo adicional en sus vidas. Para aumentar las penas, las universidades siguen produciendo profesionales a granel bajo la promesa del éxito por cuenta de un título, mientras los empleos que llamamos “dignos” son una posibilidad remota.

Las respuestas, como es lógico, no se hacen esperar: los jóvenes prefieren romper las puertas que garantizan el acceso a los escasos recursos, verbigracia: el fraude por internet y los servicios en línea, desde sexo hasta la asesoría “Fitness and Healthy” de los presumidos “influencers”.

Para esos males no hay remedios. Ante el vértigo producido por tanto caos, los expertos y académicos apenas reaccionan, limitándose a describir los fenómenos sin proponer una interpretación de los tiempos que ayude a los políticos a integrar estrategias de largo alcance. Otros se aíslan en sus añejas atalayas del saber pretendiendo iluminar desde ahí al mundo, mientras en sus aposentos de erudición reina la fetidez propia de la senectud gnoseológica. De ahí la moda literaria de volver al estoicismo a falta de guías espirituales. Los gobiernos, por su lado, prefieren contratar ideólogos y asesores desfasados que aconsejan concentrar el poder para evitar tanta anarquía de pensamiento y acción, pero este es un juego peligroso; es como fumar en un cuarto lleno de dinamita pura.

Al final, toda esta alteración del mundo de hoy está creando más resentimientos, más odios, y una intensificación de la acción violenta que se traduce en intolerancias, xenofobias, atalayas de poder y el odioso fascismo que ha vuelto por sus fueros.

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