Hasta pronto Lillian Judith López Carballo

MA/17 de March de 2021/01:03 a. m.

Armando Cerrato
Licenciado en Periodismo

La parca implacable blandió de nuevo su guadaña y le arrancó la vida a la maestra de generaciones e ícono del periodismo nacional, Lillian Judith López Carballo el sábado recién pasado.
Con la maestra López Carballo nos conocimos en febrero de 1970 al iniciarse las clases en el Centro de Estudios Generales (CUEG), al que ingresamos a iniciar estudios de periodismo, ya ella trabajaba en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, como encargada de la planta telefónica, e hicimos la carrera estudiando juntos con Raúl Barnica López (Q.D.D.G), Reinaldo Amador, Juan Ramón Durán, Luis Ronaldo García Rodríguez, Lidiett Brenes, Águeda de Charpentier.
Entablamos una amistad entrañable que mantuvimos hasta el momento de su deceso, aunque últimamente y debido a mi incapacidad física solo manteníamos comunicación por teléfono y la última vez que estuvimos juntos fue en un acto de conmemoración de los 50 años de la Escuela de Periodismo, en que las autoridades actuales honraron a los que a lo largo de ese período fuimos directores de la misma y profesores de muchas generaciones.

Lillian en su desempeño profesional fue directora del periódico El Agricultor y jefa de la unidad de Relaciones Públicas del Instituto Hondureño de Seguridad Social (IHSS), donde también realizó una publicación impresa y en la Escuela de Periodismo se especializó en la materia de Relaciones Públicas, Publicidad y Propaganda.
La fatal noticia me llegó a través de la televisión, donde dijeron que había fallecido al no soportar una cirugía de corazón, falla cardíaca de la que yo no tuve noticias, hasta que se produjo su deceso.
La última vez que la vi fue mientras yo reposaba en una camilla, tras la amputación de mi pierna derecha y luego durante un homenaje que me ofreció la Asociación de Jubilados del Instituto de Previsión de la UNAH (INPREUNAH), de la que ella era directiva, y propuso y preparó el homenaje y se me otorgó, por la defensa a ultranza que hice de la organización ante una intervención ordenada por el gobierno de Juan Orlando Hernández Alvarado, a la sazón en busca de fondos para el financiamiento de las dos torres del Centro Cívico Gubernamental y que gracias a la publicación de mis artículos no se concretó la vil intención. Y los interventores más bien lograron mejorar las inversiones de la institución.

Perdí contacto con ella al perder también la visión en ambos ojos y solo pude escuchar su voz un tanto debilitada y temblorosa, al referirse a su gestión como directora de la Escuela de Periodismo, durante el homenaje que se hizo a los exdirectores Juan Ramón Duran, Ramiro Sierra Rodríguez, Armando Cerrato, la propia Lillian, Miguel Carías, Miguel Martínez, Delia Azucena Mejía, Noé Leiva y Javier López.

Su voz lucía entrecortada, lo atribuí no a un padecimiento letal sino a su quebrantamiento emocional ante la reciente muerte de su hermano, el ingeniero Roberto López Carballo, quien era tan apegado a ella que la visitaba casi todos los días en su oficina de la Escuela de Periodismo, solo alcancé a preguntarle cuál de sus hermanos era el que había fallecido, por un momento creía yo que había sido el general retirado Daniel López Carballo, quien fue jefe de las Fuerzas Armadas de Honduras y al igual que su hermano Roberto, muy buen amigo mío.
La noticia del fallecimiento de Roberto me dejó casi tan frío como ahora el deceso de Lillian, pues con este ingeniero nos conocimos siendo ambos estudiantes, él militando en el Frente Unido Universitario Democrático (FUUD) y yo en el Frente de Reforma Universitario (FRU) y pese a las posiciones ideológicas antagónicas logramos hacer una amistad muy sincera.

Con Lillian nos apoyamos mutuamente en nuestra gestión al frente de la Escuela de Periodismo, recordando siempre nuestros avatares como estudiantes y manteniendo un respeto absoluto a nuestras ideas y posiciones políticas universitarias y ella recordó que yo llevé las primeras máquinas de escribir a la Escuela de Periodismo para el armado del primer taller de redacción, utilizando viejas máquinas manuales, que desechó el Banco Central de Honduras al hacer una renovación tecnológica del equipo y que su presidente de aquella época, Gonzalo Carías me vendió 20 por un lempira cada una.

Después siguiendo mi línea de mejorar la redacción, Juan Ramón Durán cambió esas máquinas viejas por unas más nuevas, pero siempre manuales y al llegar yo a la dirección introduje 20 computadoras, y luego Lillian al llegar a la dirección gestionó una donación con la Embajada Americana y las sustituyó por unas más nuevas y de más avanzada tecnología, contratando además para la administración de la red al experto en informática Irán Ayestas, quien muy acertadamente administró el laboratorio, utilizando los fondos que ingresaban los alumnos para comprar más equipo, darle mantenimiento y mantener suficientes insumos para su consumo.
Con Lillian también fuimos condiscípulos en un diplomado de educación superior universitaria, servido por la sección de Pedagogía de la UNAH, y luego participamos como compañeros en la especialidad de diseño y gestión curricular, servido por doctores de la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona de la Habana Cuba. Así durante 51 años mantuvimos una sincera amistad, por lo que la recordaré siempre con cariño, aprecio y respeto, deseándole a sus familiares especialmente a su querido y único hijo, que el bálsamo del consuelo les llegue y lleven su recuerdo en el corazón mientras la tierra le sea leve y Dios reciba su alma… Hasta pronto compañera de siempre.