Abrazándose como si fueran los amantes más apasionados, los luchadores se embarran el uno al otro de sudor, saliva y — cuando se cortan accidentalmente — sangre. Los pulmones agitados, las bocas abiertas, inhalan y exhalan frente al rostro de su rival. Con sus cuerpos brillosos, es imposible distinguir los fluidos de su rival de los propios.