Sin recursos disponibles, sobrevendrá el caos

ZV/21 de April de 2022/12:05 a. m.

LETRAS LIBERTARIAS
Por: Héctor A. Martínez
(Sociólogo)

Millones de hondureños han perdido las esperanzas de alcanzar una vida plena y realizada, mientras nuestro sistema político sigue prometiendo que, con cada cambio de gobierno, las cosas se pondrán mejor. Que tengamos fe y paciencia.

Pero la fe y la paciencia se agotaron hace años. Solo basta con mirar detenidamente nuestro entorno -si no residimos en una de las burbujas urbanas perimetrales-, o viajar por las diferentes comunidades para darnos cuenta de que todo se trata de un embuste; que nada de lo predicado en las teorías de desarrollo -y que repiten los políticos como loros-, ha encontrado respaldo en la realidad. En otras palabras, el tiempo se ha agotado.

¿Y qué si se agota? ¿Cuáles son los efectos sociales de esa desesperanza en vista de las pocas opciones que nos ofrece el sistema bajo el cual hemos nacido? La respuesta es muy obvia, pero los hondureños hemos aprendido a ver la miseria como un fenómeno natural; hemos creado una especie de anestesia frente a las penurias de los otros, porque sentimos que ya bastante tenemos con las nuestras. Pero las consecuencias de lo pésimo que se maneja la política y la economía en Honduras, ya las comenzamos a ver, pero nos atrevemos a decir que esto es apenas el inicio de lo que se nos viene encima.

Hay una explicación subyacente al fenómeno. Como miembros de una nación, el sistema social debe ofrecernos opciones para que decidamos vivir la vida como nos plazca: educación, religión, empleos, recreación, política y negocios. Cada sistema social posee su propio modelo para que la gente encuentre la prosperidad de acuerdo con sus capacidades. Todo lo demás queda a nuestro libre albedrío en la medida que nos vamos desarrollando en lo biológico y en lo social.

Existen sociedades -como la norteamericana, por ejemplo-, que garantizan el bienestar de sus miembros ofreciendo la mayor cantidad de recursos para que los individuos se desarrollen dignamente como seres humanos. Por recursos entendemos un trabajo digno, oportunidades emprendedoras, un buen sistema de salud o una educación de primera, sin dejar de lado las opciones espirituales y culturales. Pero no solo basta con que esos recursos existan “per se”, sino también que su disponibilidad pueda llegar a la mayor cantidad posible de la población. Es lo que los tecnócratas de los organismos internacionales de desarrollo, en sus imposibles análisis denominan la “cobertura” de los servicios ofrecidos por un sistema político y económico.

Para disfrutar en plenitud de esos recursos se requiere de cierta obediencia o “conformidad” del ciudadano con el sistema social, lo que significa que debemos respetar las leyes y seguir los valores inculcados para que el poder o la autoridad pueda ejercer su mandato sin alteraciones de ninguna especie. Es la manera en que los ideólogos del Estado invocan a la paz social, o lo que los sociólogos conocen con el nombre de “equilibrio social”. Se trata de una relación recíproca entre el poder y los ciudadanos, una relación que exige justicia y respeto en doble vía.

El sistema político y económico hondureño ha roto el acuerdo con sus ciudadanos. Mientras los recursos escasean, la respuesta ciudadana es el torcimiento de los valores y las normas, que se expresa en varios fenómenos con los que convivimos cotidianamente: la delincuencia, la corrupción estatal, la emigración de los más pobres y la economía informal, de cara al galopante desempleo. Y aunque las estadísticas ya expresan este rompimiento contractual, no basta con leerlas para exclamar asombro: hay que palparlas en la cotidianeidad, en la vida común de los hondureños.

De modo que no podemos esperar por la paz social, mientras el sistema y su “modelo” político y económico -desconocidos, por cierto-, mantiene una relación de injusticia, de apocamiento en la disponibilidad de los recursos, y vendiendo esperanzas fallidas. Ni podrá mantenerse en equilibrio a costa de promesas. Pero un buen día, las crisis se acentuarán, de tal manera que hará falta algo más que promesas y propaganda oficial para imponer el orden y el respeto.

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