Clave de SOL: Roger Bacon y Umberto Eco

ZV/28 de April de 2024/12:02 a.m.

Por: Segisfredo Infante

Igual que sucede con “El Quijote” de Cervantes, el lector devoto siente la necesidad de volver a las páginas del “Príncipe Hamlet” de William Shakespeare, y de “El nombre de la rosa” de Umberto Eco. Lo que significa que uno nunca termina de leer o comprender estas obras de ancha envergadura. Igual ocurre con los textos filosóficos claves de los tiempos modernos, según lo ha sugerido un buen amigo hondureño-alemán.

Umberto Eco, consumado maestro de semiótica, pero un hombre descreído del monoteísmo, fue un infatigable estudioso de los manuscritos medievales. No es casual que se haya topado con las obras casi olvidadas de Roger Bacon, un escritor e investigador científico de la “Baja Edad Media” y amante de la filosofía, quien se consagró al estudio de las obras clásicas griegas, de la Biblia, de las matemáticas y de la alquimia. Roger Bacon (evitemos confundirlo con su paisano moderno Francis Bacon), con estudios en Oxford y enseñanzas en París, protestó en su tiempo por las malas traducciones de la Biblia, de los textos de Aristóteles y por las interpretaciones aristotélicas de Averroes. Y aunque terminó congregado en la “orden menor” de los franciscanos, por sus inquietudes intelectuales, según mi opinión, más parecía un buen militante dominico. La leyenda dice que los mismos franciscanos lo tuvieron confinado en una cárcel a causa de sus extrañas novedades y de sus incursiones en la alquimia, sospechosas de brujería.

Se podría reafirmar que Roger Bacon es fundador, en el siglo trece de nuestra era, de la ciencia experimental y de las reformas universitarias, las cuales, de acuerdo con sus propias enseñanzas, eran compatibles con la filosofía clásica, con las sagradas escrituras y con la buena teología. Se informa que sus manuscritos son vastos y que gozaron de la simpatía del papa Clemente Cuarto. Pero que tardaron en reproducirse (mediante copias manuscritas) porque su protector papal falleció tempranamente.

Roger Bacon rechazaba, además, la falacia “de autoridad” y aconsejaba aprender lenguas antiguas. Veamos lo que dice Frederick Copleston al respecto: “En la primera parte del Opus Maius, Bacon enumera cuatro causas principales de la ignorancia humana y del fracaso en la búsqueda de la verdad: la sujeción a una autoridad inmerecida, la influencia de los hábitos, los prejuicios populares y el manifestar una sabiduría aparente para encubrir la propia ignorancia. Las tres primeras causas de error ya habían sido reconocidas por hombres como Aristóteles, Séneca, Averroes; pero la cuarta es la más peligrosa de todas, ya que hace que el hombre oculte su propia ignorancia al sostener como verdadera sabiduría los resultados del indebido respeto a una autoridad indigna de confianza, a los hábitos y a los prejuicios populares.” (…) “Los hombres no reconocen el valor del estudio de las matemáticas y de las lenguas, y menosprecian así tales estudios por prejuicio.” (Editorial Ariel, séptima reimpresión, año 2009, Pág. 429).

Con estos antecedentes comprenderemos la razón de Umberto Eco de sugerir fragmentos del pensamiento investigativo medieval de Roger Bacon, mediante la recia figura de fray Guillermo de Baskerville, personaje central de la novela histórica, con sabor gótico y románico, titulada “El nombre de la rosa” (1980, 1983), que fue llevada a la pantalla grande en 1986, protagonizada por el legendario Sean Connery, una subespecie de detective medieval-moderno un poco a la manera de Sherlock Holmes. Fray Guillermo de Baskerville apela a la lógica aristotélica y a los redescubrimientos científicos de Roger Bacon, con el propósito de destapar la red de asesinatos acaecidos en los laberintos de una abadía localizada en un punto impreciso del norte de Italia. Aun cuando, en medio de todo, lo más imperativo para Baskerville era leer la segunda parte de la “Poética” de Aristóteles, misma que se había dado por extraviada desde hacía muchos siglos, y que, según la novela y la película (la ficción lo permite) alguien con mucha aut
oridad la había ocultado en los intersticios de la enorme biblioteca de la abadía, con el fin de que nadie la leyera, envenenando sus páginas y provocando muertes seriales ignoradas por un “Inquisidor”, quien prefería señalar a Baskerville como principal sospechoso de unos crímenes que él jamás cometió.

Según el supuesto autor de la novela (un tal Adso de Melk) la clarividencia aristotélica de Guillermo de Baskerville se miraba ensombrecida por su exagerada vanidad intelectual, análoga a la arrogancia del científico y filósofo británico medieval Roger Bacon, quien a veces era injusto, en la vida real, con sus observaciones respecto de otros sabios de su misma época, quienes también enseñaban en la Universidad de París. Umberto Eco se las ingenia en la novela “El nombre de la rosa” al momento de sugerir en forma entrelineada las influencias heterodoxas de Roger Bacon sobre la personalidad de fray Guillermo de Baskerville, dentro del microcosmos de aquella abadía trágica apenas esbozada por el verdadero autor.