BARLOVENTO: Radicalismo desde la “Filosofía”

ZV/2 de May de 2024/12:03 a.m.

Por: Segisfredo Infante

No es un término nuevo. Más bien se remonta a la antigüedad con un trasfondo filosófico y político más o menos actualizable, que adquirió popularidad en los contextos renacentistas y modernos de las reformas y revoluciones inglesas y francesas. Y más tarde en los movimientos políticos latinoamericanos del siglo diecinueve, que recibían los ecos lejanos de acontecimientos europeos, con reminiscencias durante todo el siglo veinte.

El problema es que los usos y abusos de tales o cuales vocablos suelen conducir hacia la difuminación conceptual, según sean las circunstancias estructurales y coyunturales en las que se instalen los pregoneros de las plataformas semánticas, ideológicas, políticas y tecnológicas. Recuerdo una broma que se hizo extensiva en la década del setenta del siglo próximo pasado. Alguien trajo del exterior dos libros raros en su maletero de viaje: uno que exhibía en su carátula el título de “Revolución industrial”, y el otro: “La sagrada familia, o crítica de la crítica crítica”. (Se repetía tres veces la palabra “crítica” que se había hecho famosa a partir de las obras emblemáticas de Immanuel Kant). En el aeropuerto Toncontín, de Tegucigalpa, le decomisaron al viajero el primer libro, por percibirlo como sospechoso de una sospecha. Y dejaron pasar el segundo, sin distinguir que la “Sagrada familia” es la recopilación de textos de una juventud muy inmadura, y cáustica, de Karl Marx y Friedrich Engels, fundadores del marxismo.
Como aquella anécdota jocosa se la autoadjudicaron tres hondureños, dos de ellos ya fallecidos, evitaremos mencionar sus nombres.
“Radical” es una palabra derivada de la lengua latina “radix”, que significa raíz, pero que se remonta a la filosofía clásica griega, conectada a los primeros principios del mundo y a “la filosofía primera”, de acuerdo con el significado profundo de una frase de Aristóteles, quien buscaba la raíz histórica y gnoseológica del pensamiento físico y metafísico. O la causa de todas las causas. Y el fin de todos los fines. De tal modo que cuando los filósofos sobrios hablan de radicalidad, o de “ser radical”, se refieren a una actitud análoga a la del “zahorí”, que es la de buscar la raíz de los hechos ocultos y de los conceptos categoriales. En este caso el término “radical” no es nada dogmático y es, por el contrario, sustancialmente distinto a como suele utilizarse en el escarpado terreno de la política y de ciertas posturas religiosas sectarias, que colindan con los extremismos. La radicalidad es más propia de los filósofos de distintas corrientes de pensamiento, y de sus lenguajes peculiares.

Lo común en nuestros tiempos modernos e hipermodernos es que confundamos lo “radical” con el “extremismo” político o religioso de agrupaciones e individuos interesados en aparecer más revolucionarios que los auténticos revolucionarios; o más fanáticos que sus propios jefes o dirigentes, mediante palabras y acciones destructoras de todos los valores existentes; o de todo lo que se cruza por sus caminos, llevándose de encuentro a sus propios amigos y compañeros. Los extremistas o fundamentalistas pueden ser de ultraizquierda o de ultraderecha. O, trasladando el asunto a una esfera diferente, se puede percibir la existencia de fanáticos de las tecnologías de punta que parecieran exhibir un estado de felicidad cuando se presenta la disyuntiva de disolver al ser humano real y convertirlo en una “nada”, en función de los intereses mercadológicos inmediatos. Deseo repetir, por enésima vez, que desde mi ángulo de observación y pensamiento, las máquinas más sencillas o más complejas deben estar al servicio del “Hombre” y de la ciencia, y jamás deberían fabricarse en dirección a disolver o destruir las naciones ni mucho menos a la especie humana, por muy permanentes que sean, o parezcan ser, dichos artefactos. Leonardo Da Vinci, uno de los hombres más inteligentes y prudentes que ha engendrado la humanidad, diseñó aparatos futurológicos revolucionarios con el único propósito de buscar la felicidad del ser humano.

Vivimos o coexistimos en tiempos de transición convulsa e incierta. Nada se puede predecir con exactitud progresista. En consecuencia, el radicalismo sólo posee racionalidad intrínseca cuando busca la raíz de los fenómenos aparentemente inexplicables, ya sea desde el punto de vista histórico, matemático o dentro de la esfera filosófica. Los extremismos, por el contrario, suelen conducir a las tinieblas de la destrucción sin sentido. Es decir, el caos por el caos mismo, sin ninguna dirección reformista o transformadora.

Radicalismo y extremismo son términos emparentados pero diferentes en sus trasfondos, desde la sustantividad de sus orígenes. En los largos procesos de transición histórica suelen entrelazarse y confundirse incluso en los lenguajes de personas moderadas o muy inteligentes. Debo hacer constar que aquí utilizo el concepto de “inteligencia” desde la perspectiva filosófica “sentiente” de Xavier Zubiri, y de su discípulo el pensador, teólogo jesuita de la liberación y negociador pacífico Ignacio Ellacuría (español-salvadoreño), quien fue víctima inocente de la guerra civil dentro de un país hermano.