LETRAS LIBERTARIAS: Para descifrar el enredo

ZV/4 de May de 2024/12:03 a.m.

Por: Héctor A. Martínez (Sociólogo)

Poco después de la caída del comunismo, Peter Berger, en una antología llamada “El desafío neoliberal”, llegó a dos conclusiones que ratificaba el pensamiento que imperaba por aquellos días: una, que “el socialismo nunca funciona”; y dos, que “el capitalismo frecuentemente funciona”, poniendo énfasis en que el crecimiento generado por una economía de mercado favorecía más a los pobres, que las políticas redistributivas de los socialistas.

No hubo académico de izquierdas que negara tres situaciones que se avecinaban impetuosamente: la obsolescencia de los principios marxistas, la entronización del capitalismo como único sistema para organizar las relaciones de producción, y -enlazada a los cambios económicos-, la democratización de la sociedad.

A pesar de todo, y aunque el capitalismo sigue siendo la única vía para generar crecimiento económico, asegurando una mejor distribución de la riqueza -favor preguntar a los miembros del Politburó del Partido Comunista de la China-, las cosas se fueron por otro lado, a grado tal que la gran crisis política de América Latina germina, en buena parte, debido al fracaso de los gobiernos de integrar a sus respectivos países en la carroza de la economía de mercado y la inclusión social.

Y, aunque muchos empresarios y políticos conservadores hablaban con altiva convicción cuando se referían al nuevo orden, su gran error no fue tanto ignorar los paradigmas, sino adaptarlos a la lista de sus eternos beneficios. Tan grande fue la histórica soberbia que ahora no saben qué hacer con la papa caliente. Tras las primeras lluvias en el desierto del fracaso, los viejos revolucionarios, que guardaban en el armario el oráculo marxista, reverdecieron triunfales, restregándoles el desastre en la cara a las derechas latinoamericanas que, según sus cuentas, representan el xilema y el floema del capitalismo fracasado.

Epítetos como el “fracaso del modelo neoliberal” y la “lucha antimperialista”, forman parte del caldo de cultivo de donde retoña un “reformado” socialismo reivindicador, cuyas raíces, irónicamente, aún asientan las viejas consignas que Hugo Chávez trató de edulcorar con vehemencia renovadora. Su objetivo ideológico no son las masas, ni la clase obrera ni los campesinos, sino el grupo, la élite, el círculo. De hecho, quien aparece en su presupuesto ideológico no es la democracia liberal, sino un autoritarismo asentado en la concreción de un proyecto de larga vida. Ahí está Maduro dando la batalla.

A decir verdad, la ideología es lo de menos: basta con seguir los preceptos de los partidos que dicen representar la “buena nueva”, y alinearse para seguir las instrucciones, en caso de llegar al poder. Se trata de una izquierda que sí entiende el juego del nuevo orden, no porque la razón les asista, sino porque proscriben la batalla de ideas y las posturas diferentes, virtudes del sistema democrático liberal. Su organización comienza a tomar sentido global: se configura desde el nivel local, hasta la conformación de bloques regionales y mundiales. Esa es su mayor virtud.

Las élites conservadoras, por su lado, no saben cómo descifrar el enredo. Sin las guías racionales de los grandes pensadores como De Maistre, Bonald o Burke, nadan en un mar de confusión teórica, mientras le apuestan a una providencial solución histórica y moral; a las tradicionales luchas parlamentarias y al respaldo legalista de los organismos supranacionales para que les saquen las castañas del fuego.

O sobrevivir uniéndose a un enemigo que, a lo mejor, no es tan fiero como lo pintan y les permitan seguir el camino.