Clave de SOL: Gutiérrez, Sagastume y Rafaelita

ZV/5 de May de 2024/12:03 a.m.

Por: Segisfredo Infante

La lista de fallecidos que fueron amigos, colegas, parientes y conocidos, comienza a acrecentarse con las décadas. Tal suceso es comprensible cuando las hojas de los árboles amarillentos caen presurosas en nuestro derredor. Inclusive he sopesado, en momentos esporádicos, renunciar al arte de confeccionar obituarios o coronas fúnebres, a menos que parezca inexorable, en tanto que aquellos que murieron, de una u otra manera, llevaron vidas intensas, escondidas en las fisuras del anonimato histórico.

Uno de esos casos es el de José Roger Gutiérrez Henríquez, más conocido como “El Primo”, por su manera de tratar a los varones. No recuerdo la fecha exacta en que lo conocí, pero tuvo que ser en la segunda mitad de la década del setenta. Fuimos, durante decenios, compañeros de trabajo en la Editorial Universitaria de la UNAH. En un momento fugaz me invitó a tomar un par de copas de vino, en la hoy desaparecida cafetería “Marbella”, con el fin de confesarme una frustración. Me dijo que además de “comunista” él siempre había anhelado “ser un escritor” y que le era difícil “hasta redactar un telegrama”. Con el objeto de consolarlo le expresé lo siguiente: “No sufra Primo, Usted tiene sus propios dones, ha vivido en México, es pintor y además es un buen fotógrafo”. Si, me replicó, “pero en México perdí el tiempo porque me dediqué a bailar danzón cubano”. La verdad es que, en la tierra de los mexicas, tlaxcalas y mestizos, “El Primo” Roger estableció relaciones con grandes pintores de aquel país en los mediados del siglo veinte. Aparte de ello en Honduras fue asistente de Álvaro Canales al momento de pintar el mural del Auditórium Central de la UNAH.

Una vez “El Primo” Roger me invitó a su casa, en la Villa de San Antonio en Comayagua, con el propósito de visitar a sus padres. Ahí me enteré que su madre, de apellido Henríquez, era originaria de Catacamas. En los años subsiguientes, manipulado por dos personas, “El Primo” Roger me agravió una sola vez. Felizmente se retractó en forma pública y privada. A partir de aquel instante comenzó a transferirme pinturas de su propia manufactura, lo mismo que fotografías. Recuerdo que me obsequió retratos de personajes de mi más alto aprecio: los poetas y ensayistas José Antonio Domínguez, Medardo Mejía, Edilberto Cardona Bulnes, Antonio José Rivas y Jorge Luis Borges. En sus últimos años de jubilado nos reuníamos en unas cafeterías del centro de Tegucigalpa, y entonces me regaló una pintura y me dijo: “Este es Usted”. Le respondí: “pero si no se parece conmigo”. No importa, “así era Usted cuando tenía unos dieciocho años”. Al final el único sentimiento que guardo hacia Roger Gutiérrez es el del cariño fraterno recíproco.

Pocas semanas después falleció el doctor René Sagastume Castillo, quien apoyado por la derecha y por un sector de la izquierda, se convirtió en rector de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Sagastume Castillo era un hombre de actitudes extrañas o desconcertantes: era bonachón, de carácter afable, desconfiado pero abierto a distintas posturas de pensamiento. Con el objeto de mostrar unos ejemplos aislados, él autorizó la primera edición de “Honduras, una crisis en marcha, una salida” (1995) de Cecilio Zelaya Lozano y Miguel Ángel Funez Cruz, de tendencia antineoliberal. Zelaya Lozano había fungido como rector universitario en los comienzos de la década del setenta. También autorizó la publicación de un libro de una pedagoga cubana visitante cuyo nombre por ahora se me escapa; y le concedió un doctorado honoris causa (justificado o injustificado) a la guatemalteca doña Rigoberta Menchú. Igualmente era amigo personal, desde sus tiempos mozos, de Jorge Arturo Reina.

Creo mantener deudas morales con el amigo René Sagastume Castillo. A veces pasaba visitándolo en su finquita allá por “Río Frío” en el valle de Amarateca. Solíamos conversar durante muchas horas. Un día de tantos me propuso, en las elecciones generales pasadas y en nombre de dos dirigentes olanchanos, en su propia residencia, que escribiera un documento programático en contra del gobernante anterior, que dicho sea de paso era de su propio partido político. Le sugerí que les explicara a sus dos amigos (de partidos diferentes) que yo estaba retirado y desencantado de la política vernácula hondureña. Hombre inteligente, comprendió de inmediato mi franca respuesta.

Ramón Efraín Figueroa me presentó a Doris Rafaela Sosa Martínez Nazer (oriunda de Olanchito) cuando ella era joven, sonriente, distraída y guapa, allá por el barrio El Bosque de Tegucigalpa. Después trabajó en la oficina de Cómputo de la UNAH y se hizo sindicalista, y entonces mi entrañable amigo y maestro Roque Ochoa Hidalgo, se enamoró de ella y le escribió poemas muy tiernos. Yo se los entregaba en sus manos. Ojalá que el nombre de “Rafaelita” sobreviva frente al vendaval de los tiempos duros e inéditos.