Linda María Concepción Cortez

ZV
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12 de enero de 2020
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12:17 am
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Linda María Concepción Cortez

Este artículo, es un vistazo al tema de la migración desde el enfoque de tres obras hondureñas de reciente publicación; me refiero a las novelas: El regreso de una Wetback (2011) de Denia Nelson, y Travesía contra el viento (2017) de Ariel Torres Funes, junto con el poemario Ropa americana (2017) de Dennis Ávila.

Aclaro que existen otras obras literarias hondureñas que se refieren al tema, especialmente narrativa, pero me limito a estas tres que ya mencioné debido a ser muy recientes y además por la proximidad en cuanto a fechas de publicación.

Para no confundirnos, voy a ir planteando algunos aspectos importantes de cada obra por separado y al final, voy a concertar las similitudes y diferencias de forma y de fondo.

El regreso de una wetback tiene como protagonista a Alejandra Paniagua Díaz, una niña de trece años, de origen humilde, quien vive en un lugar llamado Mala Laja, un pueblo del departamento de Francisco Morazán. La historia se ambienta a finales de la década del 70, específicamente el 12 de febrero de 1978, cuando los movimientos migratorios no estaban tan marcados por factores como la violencia, narcoactividad e inseguridad. Alejandra y su hermano menor, vía aérea, son llevados por su tía a Estados Unidos en forma legal a petición de sus padres, puesto que la pobreza extrema en que viven no les permite darles una buena crianza.

Allá, después de ser apresada unos días en México, y ser rescatada por el esposo de su tía, Alejandra debe cambiar de nombre, de idioma y de identidad. Asiste a un colegio en el cual se siente extraña. Sin embargo, después de dos años, aprende a camuflarse, transformándose en alguien que no es. Alejandra pasa por todo el proceso de transculturación: es obligada a olvidarse de sus raíces hondureñas para adoptar las nuevas costumbres del país en que vive cuando debe obedecer al nombre de Mary Beth Montgomery: “-Mañana por primera vez asistirás a la escuela- dijo, luego agregó,- tu nuevo nombre será Mary Beth Montgomery, -nadie- por ningún motivo, deberá saber tu verdadera identidad… a partir de hoy eres de California, tu familia vive allá, eres americana de nacimiento… Tu madre se llama Ann y tu padre Peter Montgomery; ella es maestra de piano, él, agente de bienes raíces, trabajan independientemente.” (P. 108). La narrativa es presentada en primera persona, lo cual facilita percibir los cambios de la protagonista en su proceso de madurez de niña a mujer.

Con el tiempo, Mary Beth, ya profesional, adulta, debe volver a Honduras, pero, más que ubicarse en la geografía nacional, se ve en la confrontación de ubicación de identidad, nuevamente convertirse en Alejandra y ser aceptada por su familia y los miembros de su comunidad: “Entonces no me di cuenta que para ellos también resultaba difícil aceptarme tal como era, y que tendrían que librar una lucha por adaptarse a mí, tanto como yo a ellos. Para mis padres las diferencias no importaban en ese momento, la alegría era demasiada. Para Apolonio y Marcelina, sin embargo, me había convertido en alguien inaceptable, superficial y petulante, pensaron que fingía mi acento de español mal pronunciado”. (P. 141)

Denia Nelson plasma esta obra con mucha ternura y extrema sensibilidad. La historia, a manera de testimonio, se presenta con un sutil lamento que surge hasta el final de la trama, ya que en todo el proceso, prevalecen más la voz y la curiosidad infantil que, en forma retrospectiva observan su vida y tratan de entender a su manera el porqué de su situación y sobre todo por qué, al final, después de contar con lo que pudo ser una ventaja de ser llevada a Estados Unidos y estudiar allá, eso mismo se convirtió en el factor negativo que la margina y la condena a vivir como eterna extranjera: “Afortunadamente regresé de nuevo a mi tierra, Mala Laja; para poner los pies sobre ella con dignidad. No fui a vivir de nuevo allí, porque hay que esperar que lleguen los cambios necesarios primero para que puedan comprender las diferencias. No quiero incomodarlos con el escándalo de mis colores vivaces; aunque ya no me molesta que me miren demasiado. […] No uso un nombre falso, espero no tener que usarlo nunca más;…” (P.163). A pesar de la linealidad de la historia y de lo plano del argumento, esta novela no pierde la calidad literaria, ni la fluidez narrativa. El estilo testimonial favorece a la protagonista para contar con íntima profundidad sus sentimientos de confusión e impotencia, como la columna vertebral de la historia, al ser un personaje reducido, minimizado en un mundo estrecho. Esto se percibe en la sobreprotección que tiene la autora en su personaje central a través del insistente deseo de que su historia sea comprendida por el lector en cuanto a su pérdida de identidad y ser víctima de la discriminación tanto en Estados Unidos como en Honduras.

Por su parte, Travesía contra el viento, surge de las entrevistas hechas a niños migrantes no acompañados retornados durante su estadía en Casa Alianza. En forma de mosaico, se van presentando historias separadas de diversos personajes, para finalmente, al estilo de la novela contemporánea, unificarse en una línea coherente. En este sentido, encontramos a un anciano norteamericano pedófilo que hace la travesía contraria, pues sale de Estados Unidos hacia México como prófugo de la justicia, también a dos niños Josué Ortega de San Pedro Sula y Ever Romero de Santa Rosa de Copán, quienes en forma separada viajan por Guatemala y México con el propósito de trabajar en Estados Unidos, pero, por cuestiones del destino se quedan en México. Cada uno, vivió su propia experiencia, junto con miles de personas de otras nacionalidades del mundo, en cuanto al contexto que los unifica: el viaje en autobús y luego en los trenes llamados “La bestia”, la espera, el hambre, los asaltos, las violaciones, los mareros, el trabajo mal pagado, dormir en la calle, comer en los albergues: “¡SUJÉTATE FUERTE GÜERO!, grita Melvin. Ever se sostiene reciamente de la barandilla y cierra los ojos. Teme que el final pueda acercarse. Imagina perfectamente el tren estrellándose contra el umbral del túnel. Se persigna. El ruido de la máquina se embaúla y acentúa los gritos de la gente. Oscuridad total”. (P. 181) El estilo de Ariel Torres Funes, se caracteriza por la agilidad narrativa típica del cancheo en el periodismo de investigación. Escueta en retórica, la historia va fluyendo por sí misma a través de las vivencias de los protagonistas. Su habilidad descriptiva, hace que quienes nunca hemos vivido ese tipo de experiencias, sintamos el cansancio, el hedor, la angustia y la adrenalina de viajar en aglomeración, en condiciones infrahumanas, expuestos a cualquier peligro. “Josué toma su alimento. Pero el hedor del lugar le ha quitado el apetito. No es para menos. Una vez encerrados, hay quienes ante los retortijones de las tripas o la vejiga, evacúan sus necesidades en las esquinas de los cuartos;…”(P. 157). Esta novela, más que enfocarse en los sentimientos, actúa como un mapa que indica las rutas a seguir en el camino de los ilegales: “Ahora es más difícil, lo que se hace es caminar desde Tapachula por lo que quedó de las vías. Yo, luego de un par de ocasiones, me juré que no volvería por esa ruta. Te asaltan un montón de veces, se te hacen ampollas en los pies, cortadas en la cara de tanto sol, y la boca se reseca. De la sed que llegás a sentir hay quienes se toman hasta sus propios meados. Es cierto, no es paja-clara. Pero lo peor es una zona que le dicen La Arrocera; queda ahí por la salida a Huixtla”. (P.88)

Ambas novelas, creadas a partir de testimonios reales, son desarrolladas con tal ficcionalidad y verosimilitud que ya no se distingue dónde termina la realidad, dónde comienza la ficción. Es importante hacer notar que en cuanto al proceso creativo, que a pesar de lo sensible del tema, y de que los protagonistas son niños en riesgo social, ninguno de los autores cae en el melodrama, en escenas desgarradores, patéticas. Ambos escritores nos presentan a personajes concretos, en situaciones cotidianas que si bien es cierto son preocupantes o deprimentes, aun así no son nada nuevo para muchos hondureños que están leyendo, tanto quizá por experiencias de algún familiar, amigo, o conocido, o por las vivencias propias como migrantes.

Las diferencias en cuanto a elementos literarios, son bien definidas por su estilo: Denia Nelson, escribe acerca de una niña que viaja en la década del 70, en avión, hacia Estados Unidos donde convive con una familia de clase media, ahí se prepara profesionalmente. El motivo de esta historia es poner en evidencia los sentimientos de confusión y pérdida de identidad que pueden surgir en los niños que son obligados por sus padres a irse del país. Ariel Torres Funes por otro lado, entrelaza varias historias en las que sobresalen los detalles sobre la geografía, el dialecto regional y la gastronomía mexicana, así como el funcionamiento del sistema de apoyo al migrante. Predomina la carga sensorial de imágenes del paisaje mexicano, puntos clave para migrantes, rutas, olores y sabores que motivan los sentidos físicos del lector. Sus personajes son varones y sus vivencias son hechos donde no se determinan los sentimientos, sino que meramente las acciones.

Por otra parte, el poemario Ropa Americana (2017) de Dennis Ávila, contiene 46 poemas, cuya versificación está elaborada en un lenguaje simple, preciso, directo. Este estilo de poesía urbana habla por los marginados, los desposeídos, los invisibles. De por sí, es un conjunto de alegorías agrupadas en único poli-eufemismo, ya que la connotación se refiere al “bulto”, lo que en Honduras conocemos como la ropa clasificada que viene en fardos desde Estados Unidos, y que se caracteriza por ser de segunda, ropa desgastada y barata en los famosos “agachones”. Así es visto el ser humano migrante, en calidad de bulto, como cosa sin valor, mano de obra barata y desechable: “De día paseo perros/en la noche/ lavo platos en un restaurante.” (P. 68) “solo tengo que cocinar/lavar y planchar/cuidar a un niño/cuando vuelve de la escuela…/(P.72) Esta propuesta poética nos lleva por el recorrido tan famoso y a la vez mortal del desierto mexicano en el lomo de la bestia: “Su respiración inyecta/un sonido nuevo al viaje./ Somos iguanas/ en el filo de sus vagones”. (P. 49) Este poemario se caracteriza por incluir todos los elementos comunes en el tema de migrantes en busca del “sueño americano”: La Green Card, el río Bravo, las fronteras, la distancia, las remesas, pero sobre todo el sentimiento propio de quien se va ilegal a buscar trabajo para mejorar su nivel económico y sacar adelante a su familia: “En nuestros países fuimos ingenieros./Aquí somos mecánicos/almorzando a las cinco de la tarde/con las manos sucias de aceite y mostaza”. (P. 63) La voz poética refleja los niveles de subvaloración del obrero víctima de la explotación laboral y la principal característica del sistema capitalista donde todo se reduce a ganar dólares: “Sé levantar paredes,/construir techos/a las viviendas de otros./Cuando reúna los dólares/ arreglaré la casita de mi madre/ o llamaré a mis hermanos/ y les diré por dónde entrar./ No tienen que pagar/ ningún coyote,/solo deben traer/ un mapa/ en el corazón”.

Hay que destacar también el hecho de que recientemente han aparecido como figuras en la literatura los mareros, como una pieza del engranaje en el contexto migratorio y ya también como elemento cultural de la región norte y centroamericana. Dennis Ávila los describe así: “Toman el pulso del camino./ Dominan las arterias hacia el norte./ Se comunican con señas/ que hacen con las manos,/ y son expertos en crear/ la angustia que precede/ a la escena de un crimen./ Nos quitan el poco dinero que traemos./ Se burlan si nos cae encima una pared./ Su presencia es más fuerte/que un cable de alta tensión./ Aparecen sin avisar/como balas perdidas”.(P. 48)

El estilo del poeta por momentos subyace en el romanticismo típico de la poesía urbana en cuanto a su obstinación por el deseo de libertad, la defensa de la nacionalidad y la oposición al sistema en defensa de los ideales de la colectividad; por ejemplo en el poema “Últimas palabras”: “Juro/que saldré de mi país/las veces necesarias./ Mi cuerpo/ es un pasaporte/sellado/ con las cicatrices/ de estas páginas”. (P. 31) Y en el poema “Honrada Sepultura”: “¿Qué será mejor?/ ¿Vivir en Estados Unidos/sin dominar un idioma/en esta selva de cosas/ que le pertenecen a otros?/ ¿O estar frente a la milpa/ viendo morir/ a cada uno de tus perros/ con decencia?” (P. 78).

La migración como el hecho social y la gente que migra en forma ilegal, se vuelven un estorbo para la sociedad, algo incómodo para todos. Desde la literatura y la relación entre el lenguaje y la realidad encontramos la incomodidad en los despectivos como los “wetback” o “traseros mojados”, abundancia de adjetivos como “indocumentado” “deportado” “ilegal” en referencia a quienes hacen el recorrido por su condición de inaceptables en un mundo de pobreza extrema y cuyo existir se da en condiciones de vida miserables. Ya se sabe que el viaje hacia el norte de América se hace con el objetivo de ganar dólares para enviarlos a la familia en Honduras. El valor del ser humano se mide, por lo tanto, en forma cuantificable, en cantidad de horas de trabajo y de dinero que ha ganado y ahorrado después de exponerse a ser secuestrado, violado, deportado, etc. Los temas en común en estos textos que he presentado a ustedes son la pobreza, la violencia, la discriminación, el maltrato, el convertirse en estorbo, la pérdida de la identidad nacional y del valor como seres humanos.

Para finalizar, me parece muy importante el hecho de que estos jóvenes autores son ganadores de premios literarios nacionales e internacionales: Denia Nelson (1963), ganó el Premio de Literatura de “Terra austral Editores” en Sidney Australia con la novela El regreso de una wetback en 2004. Ariel Torres Funes (1984), recibió el premio de libertad de expresión y periodismo “Escribir sin miedo” de la asociación PEN-Internacional en 2016; y Dennis Ávila (1981), obtuvo el premio único en el Certamen de Cuento de la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán en 2005 y la Mención Honorífica en el Premio de Narrativa Hibueras en 2006.
Estos tres autores, a través de sus creaciones artísticas, presentan las realidades e interioridades de infinidad de personas en todo el mundo, no solo de Honduras. Las historias de viajes y de viajeros son parte vital en la formación de nuestra memoria colectiva e individual. He ahí entonces la importancia de la literatura como fuente de consulta para las futuras generaciones.

Linda María Concepción Cortez, es máster en Estudios avanzados en literatura española e hispanoamericana, por la Universidad de Barcelona. Licenciada en Letras con orientación en literatura, Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Es docente del área de Letras del Centro Regional Universitario de Occidente UNAH.CUROC. Contacto [email protected] . Celular 96735116.

Referencias
Ávila, D. (2017). Ropa Americana. Madrid: Amargord.
Nelson, D. (2010). El regreso de una wetback. Tegucigalpa: Guardabarranco.
Torres Funes, A. (2017). Travesía contra el viento. Tegucigalpa: Guaymuras, Casa Alianza.

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