Laureles a la memoria de Virginia Figueroa Girón

OM
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8 de abril de 2020
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12:44 am
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Laureles a la memoria de Virginia Figueroa Girón

Estelas del saqueo en las Ruinas de Copán

Por Óscar Armando Valladares

La admiramos, más allá del compañerismo cultivando en las aulas del “Central”; más allá de sus funciones públicas y profesionales; más allá de los principios que embanderó; más allá de estas ejecutorias, por su íntegro ser y su proverbial carácter le rendimos en vida el afecto que implica estima y agrado en grado sumo.
Con Dagoberto Espinoza Murra, su esposo, en los últimos tiempos devoramos horas -con café y pan sobre la mesa amiga- afanados los tres en buscarle salida al túnel del país, sin darle las espaldas al optimismo por más lóbregas que fueran las noticias del día y más inquietantes las sentencias del juzgado mediático.

Cuando en esas tertulias accedía Virginia a intervenir, abundaba en aciertos, lúcidos abordajes, atinadas deducciones, objetivos puntos en contrario y propuestas de buen tono. Afincada en su experiencia y capacidad lectora, no infería a la ligera ni se fiaba de las apariencias. Así la percibí siempre: en su entorno hogareño y, haciendo remembranzas, en las aulas secundarias -en las que era condiscípula aplicada- y en la residencia paterna de Ramón Figueroa y Estela Girón, punto cálido de viernes sociales en la animada presencia de sus tres hermanos: Octavio, Rosinda y Ramón.

Cursó estudios universitarios en la Facultad de Ciencias Médicas. Con su colega, el doctor Espinoza, viajó al Viejo Continente, merced a becas alemanas de especialización, apostándole ella a la dermatología y él al rango de psiquiatra. Al promediar los estudios de cuatro años, cursaron de igual manera la senda del matrimonio de estable base amorosa.

Al evocar, el pasado 26 de enero, la estadía en Alemania -medio siglo después- trajo a cuenta Dagoberto, las felices aptitudes de Virginia para el idioma teutón y su esmerada preparación facultativa, por ejemplo, en la clínica dermatológica de Heidelberg: tuvo allí “oportunidad de hacer pequeñas intervenciones quirúrgicas, lo que le valió la admiración de sus compañeros” y el aprecio muy en alto de sus jefes.

De nuevo en el país, la joven especialista se enroló en la docencia con la clase de semiología. Años después -dice su esposo- el doctor Jorge Haddad “me confió que Virginia era una gran profesora” y que los alumnos le profesaban “gran contento por su forma de enseñar”.

Con el tiempo se hizo de clientela privada, sin descuidar sus ocupaciones académicas, llegando a ser vicedecana de su Facultad. Refiere, además, el escritor y psiquiatra, “que fue siempre muy activa en política y, siguiendo los pasos de su padre, tuvo ideas progresistas; de ahí que haya militado en la corriente más adelantada del Partido Liberal (M-Líder)”. En la administración de Reina Idiáquez, asumió la Subsecretaría de Salud y, en la de Flores Facussé, la dirección del Seguro Social, “labor que ha sido considerada como muy buena, tanto por las autoridades como por el gremio médico que participó en su gestión”.

Al producirse en 2009 el cruento golpe de Estado, activó su papel beligerante en actos protestatarios y juicios críticos valientes dados a conocer en artículos periodísticos. Cuando, por otra parte, Dagoberto tuvo de pronto quebrantos en su salud, Virginia se ensimismó en cuidados y atenciones, que el paciente refería con sentido figurado: fueron mi salvavidas.

Una llamada de Elsa de Ramírez, me dio la dura verdad -que en mis adentros presentía-: el deceso, el viernes 13, de la gran amiga, en un centro oncológico de Estados Unidos… Su retorno a la patria, a la cual sirvió anchurosamente, nos produce la impresión de recibir las cenizas de una heroína, de una noble guerrera que habita a perpetuidad en el corazón de los suyos y en quienes tuvimos el privilegio de tratarla y valorar sus cualidades.

Virginia: así como agradeciste mi disposición de acompañar a tu esposo en concertadas salidas, esa disposición de ánimo se volverá más solícita y frecuente, para compensar en algo el vacío irremplazable que dejas en la amplia casona de tu hogar, en la que también conservaste un ave, un fruto, una flor.

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