¡A las urnas!, el titular que derribó a los militares y trajo la democracia en 1980

MG
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20 de abril de 2020
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05:00 am
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¡A las urnas!, el titular que derribó a los militares y trajo la democracia en 1980

La Tribuna impulsó el retorno a la democracia y así destacaba las elecciones generales de 1981.

¡A las urnas¡, titularon los periódicos esa mañana del 20 de abril de 1980. Ese día memorable para la democracia hondureña, cumple hoy 40 años en un momento que nadie quiere saber nada de política por la pandemia del coronavirus.

Pero conocer un poco sobre lo que pasó esa fecha quizá, dicen los historiadores, ayude a explicar, de algún modo, muchas cosas que pasan en la actualidad. Y no hay quien se pregunte qué hubiese sido del país de haber seguido bajo los regímenes militares y cuánto ha ganado con el retorno de la democracia.

Como sea, las intrincadas elecciones de la Asamblea Nacional Constituyente de 1980 es un pasaje fascinante de la historia de Honduras. Y como es el más reciente de su tipo, muchos de los protagonistas de entonces-algunos más influyentes ahora- pueden dar fe sobre cómo sucedieron los hechos.

“Parece que fue ayer”, recuerda el abogado Jacobo Hernández, uno de los 33 diputados nacionalistas de los 71 que integraron esa asamblea, convocado con el único propósito de redactar la actual Constitución de la República y celebrar elecciones generales en 1981 para escoger a las nuevas autoridades civiles en Honduras.

La asamblea la integraban también, entre otros, personajes de la vida nacional actual como Nicolás Cruz Torres, Enrique Aguilar Cerrato, Roberto Micheletti Bain, Dilma Quezada, Carlos Orbin Montoya y Carlos Roberto Flores. Y otros famosos que pasaron a mejor vida como Roberto Suazo Córdova, Irma Acosta de Fortín, Rafael Pineda Ponce, Mario Rivera López, Miguel Andonie Fernández, Efraín Bu Girón y Ricardo Zúniga Agustinus.

CAUDILLOS, BANANOS Y MILITARES

Si bien los comicios fueron celebrados el 20 de abril de 1980, diversas fuentes bibliográficas disponibles sugieren que el proceso comenzó a gestarse cinco años antes, empujado por diversos acontecimientos sociales, económicos y políticos, entre ellos, la caída del célebre general Oswaldo López Arellano en 1975.

Hasta entonces gobernaban los militares, que desde 1956 se habían apoderado del espacio y la influencia dejada por los caudillos políticos y el “trust” o “El Pulpo”, como se les conoció a las compañías bananeras a lo largo del siglo XX.

Desde que los hermanos Vaccaro plantaron la primera mata de banano en la costa norte en 1899, que más tarde se convirtió en la Standard Fruit Company, el poder de las fruteras aumentó en grado superlativo, quitando y poniendo presidentes a su antojo.

El general Manuel Bonilla, Francisco Bertrán, Rafael López Gutiérrez, Miguel Paz Baraona, Vicente Mejía Colindres, Tiburcio Carías Andino y Juan Manuel Gálvez, son parte de la lista de mandatarios patrocinados por las fruteras entre las que estaban además la Cuyamel Fruit Company de Samuel Zamurray y la United Fruit Company, subsidiaria a su vez de la Tela Railroad y Trujillo Railroad.

Las compañías convirtieron al país en el primer exportador de banano pero dejando el máximo beneficio del negocio para ellas, comenzando por las concesiones de las mejores tierras del Valle de Sula, Atlántida y Colón. Por cada kilómetro de ferrocarril construido, estos gobiernos les concesionaron 250 hectáreas, convirtiendo de este modo a Honduras en una “República bananera” y dejando en la ruina a miles de pequeños productores campesinos.

“Del total de 400, 000 acres en posesiones en tierra, tanto explotadas como sin explotar, por lo menos 175 mil acres se obtuvieron sin ningún costo para las compañías, como una subvención de la construcción de los ferrocarriles”, afirma Víctor Meza en su libro “El enclave bananero en la historia de Honduras”.

¡A las urnas!, el titular que derribó a los militares y trajo la democracia en 1980

Fueron los tiempos cuando una mula valía más que un obrero, como afirma Ramón Amaya Amador en su novela “Prisión Verde” o cuando cualquier levantamiento popular era aplacado brutalmente bajo la ley del encierro, destierro y entierro, especialmente, en la dictadura del general Tiburcio Carías Andino (1933-1949), según relata Thomas J. Dodd en su libro “Tiburcio Carías, retrato de un líder político hondureño”.

ASCENSO Y CAÍDA DE LOS MILITARES

Tras el fin del mandato de Carías y después de la gran huelga de 1954 muchas cosas comenzaron a cambiar en el país. Los hombres del fusil se apoderaron de la vida política de Honduras con el derribo del dictador Julio Lozano Díaz en 1956.

Más tarde hicieron lo mismo con el liberal Ramón Villeda Morales en 1963 y con el nacionalista Ramón Ernesto Cruz en 1972, ambos electos en las urnas. “Era un poder real y efectivo partido político armado”, señala Juan Ramón Martínez en el prólogo del libro “Gobernantes Hondureños Siglo XIX y XX. Tomo II” de Argentina González.

En la junta militar de 1956 había un teniente coronel que hablaba inglés y se había graduado en una escuela de aviación de los Estados Unidos. Se llamaba Oswaldo López Arellano (OLA), quien determinó la vida de la institución castrense y del país hasta su caída en 1975 cuando renunció luego que un periódico estadounidense acusara a su gobierno de recibir un millonario soborno para no cobrarle impuestos a una de las transnacionales fruteras del país.

Tras gobernar entre 1965 y 1971 y 1972 a 1975 y no dejarse auditar sus bienes como parte de la investigación del soborno, López Arellano entregó el poder a sus colegas militares y se retiró de la escena pública. Vivió sin perturbaciones- más que el ajetreo de sus multimillonarios negocios, entre ellos, un banco- hasta su muerte en 2010, convertido en una leyenda.

DEMOCRACIA OLVIDADA

Hasta 1975 casi nadie hablaba del retorno al orden constitucional con excepción de la iglesia católica y las organizaciones campesinas, pero sus protestas eran aplacadas por los militares. “En aquel momento, los jefes eran como una especie de presidentes en cada región y eran ellos los que decidían”, señala el ex diputado Ramón Velásquez Názar, quien en aquel momento activaba por la inscripción del Partido Demócrata Cristiano de Honduras (PDCH). Los partidos históricos, Liberal y Nacional, se habían replegado y una buena parte de su liderazgo hacían co-gobierno con los militares. La dirigencia del PINU, que se había inscrito por esos años, tenía un poco más de beligerancia, pero su base social era muy débil.

Estos jefes militares eran la réplica de los Comandantes de Armas de Carías a los que Amaya Amador llamaba sicarios en su novela por su manera fría de matar a los contrarios del régimen. De cara a la constituyente, Honduras seguía conservando las estructuras de la “República bananera” aunque el gobierno de Villeda Morales y el segundo mandato de López Arellano dieron algunas luces de un estado moderno.

El concepto de “República bananera”, se usaba en ese entonces para describir a un país pobre, inestable, corrupto y poco democrático. Y Así era Honduras con 2.5 millones de personas, la mayoría rural, analfabeta, desocupada y carente de los principales servicios básicos. el banano y el café seguían siendo los principales cultivos de exportación. El dólar se compraba a dos lempiras y la deuda externa no alcanzaba los 250 millones de dólares. Completaban este contexto socioeconómico del país, varios bancos, uno de ellos fundado por las fruteras en 1933, cinco periódicos, tres editados en Tegucigalpa y dos en la costa norte, dos radios con penetración nacional y una carretera principal que unía a Tegucigalpa y San Pedro Sula, los dos polos de desarrollo.

BALAS POR VOTOS

Con todo, el camino a la constituyente de 1980 tampoco se puede comparar con el de antaño cuando los caudillos alcanzaban el poder “a punta zancadillas” y balas en vez de votos.

Es famosa la rebelión contra sus propios correligionarios de Policarpo Bonilla, el fundador del Partido Liberal en 1891, para llegar al poder en 1894, apoyado por el gobierno nicaragüense.

¡A las urnas!, el titular que derribó a los militares y trajo la democracia en 1980

Igualmente, en 1904, su ex correligionario, Manuel Bonilla, fundador del Partido Nacional en 1902, se convirtió en presidente con el uso de las armas e instaló una constituyente para alargar su periodo hasta 1911, cuando murió. Más tarde, en 1924, otro liberal, Rafael López Gutiérrez, provocó la mayor guerra civil de la historia con el afán del continuismo y en el teatro de la guerra participaron marines de los Estados Unidos con el pretexto de defender los intereses de las fruteras.

La siguiente constituyente, en 1936, fue instalada por Carías Andino para prolongar su mandato hasta 1949, después de ganar las elecciones limpiamente en 1932 a José Ángel Zúniga Huete, conocido como el “León del liberalismo”. Las siguientes constituyentes de 1956 y más la de 1965 se dieron con brindis entre golpistas y golpeados, según lo recuerda constantemente en sus columnas, el escritor Juan Ramón Martínez.

GIRO INESPERADO

Nadie sabe hasta cuándo hubiera llegado gobernando López Arellano pero su caída trajo un giro inesperado en el rumbo del país. Con su salida, la idea de una constituyente recobró mayor fuerza, aunque su sucesor, el general Juan Alberto Melgar Castro, no daba señales de querer devolverle el poder a los civiles por lo que fue defenestrado por su jefe de las Fuerzas Armadas, Policarpo Paz García en 1978.
Otro hecho que abonó a la causa constitucionalista fue la masacre de “Santa Clara” y “Los Horcones”, Olancho, cuyos cuerpos, entre ellos monjas y reconocidos dirigentes de la marcha campesina, fueron lanzados a un pozo de malacate de un reconocido terrateniente local. El macabro crimen aceleró más el descontento popular hacia la institución castrense.

“El desgaste de las Fuerzas Armadas en el poder se produjo entre 1975 y 1978 y se aceleró durante el periodo de 1978 a 1980”, señala el historiador Marvin Barahona en su libro “Honduras en el Siglo XX. Una síntesis histórica”. A estos reclamos se sumó la Embajada Americana, preocupada más por el auge que podría tener en el país el triunfo de la revolución sandinista en Nicaragua en 1979 y la guerra civil de El Salvador.

“Existe una marcada influencia de las transnacionales y un sentimiento enfrentado a la perpetuación de las fuerzas armadas en el ejercicio del poder”, escribió en ese momento Ángel Luis De la Calle, corresponsal en Honduras del diario español El País.

A regañadientes, el general “Polo” Paz fijó los comicios para el 20 de abril de 1980 resultando ganador el Partido Liberal con 35 diputados frente a 33 del Partido Nacional y tres del PINU, que comenzaba su debut electoral no así el PDCH que fue marginado de este proceso, pero inscrito para los siguientes.

Como se había acordado entre la clase política naciente y los jerarcas militares, por haber devuelto el poder a los civiles, la asamblea se instaló el 20 de julio y ratificó al general Paz García como jefe de Estado mientras los diputados redactaban el nuevo texto constitucional y preparaban las elecciones generales para el 29 de noviembre de 1981. Estos comicios, finalmente, fueron ganados nuevamente por los liberales, inaugurando de este modo una nueva era en el país.

TRANSICIÓN, NEGOCIACIONES Y FRAUDE

Aún hay más. En el seno de la asamblea se dieron varios hechos curiosos, nada ajeno a lo que suele pasar hoy en día. En un principio surgió la idea de un gobierno de unidad con los tres partidos asambleístas, como había sucedido en 1972, tras el derrocamiento de Cruz, pero la idea no prosperó porque los liberales reclamaron elecciones presidenciales.

En ese mismo interin, fue aprobado en sesión en la Constitución cuatro años al período para la junta directiva del Congreso, pero la comisión de estilo lo cambió a dos, excepto para el presidente, constituyéndose en el primer fraude de los miles que ha sufrido la Carta Magna hasta ahora.

Más adelante, los liberales intentaron aumentar el periodo presidencial de cuatro, como lo fijaron los constituyentes, a seis, pero perdieron en la votación, cuyo desempate estuvo a cargo un diputado del PINU, Julín Méndez, quien no se dejó seducir de los ofrecimientos que le hicieron.

Se comenta también que los militares sostuvieron al Partido Nacional todo ese tiempo. Los liberales, en cambio, arrastraban la división desde el derrocamiento de Villeda Morales, quien, según Mario Argueta en su libro “Luces y sombras de una primavera política”, prefirió un auto golpe para no apoyar a Modesto Rodas Alvarado, entonces, presidente del congreso y claro sucesor.

Hasta 1979, Rodas Alvarado seguía siendo el referente del liberalismo, pero su muerte ese año dejó al partido sin candidato a la vista. Al final decidieron por el menos esperado: Roberto Suazo Córdova, un cirujano de La Paz a quien sus detractores le recordaban que su padre había sido funcionario de Carías Andino.

La elección de Rosuco, como le decían sus amigos políticos, se decidió precisamente en la casa del abogado Héctor Orlando Gómez Cisneros, para muchos, el más calificado para suceder a Rodas Alvarado. Más tarde, un nutrido grupo de “rodistas” lo proclamó candidato frente a la tumba del último caudillo liberal, quien lo había puesto de presidente del partido años atrás sin saber que asumiría el poder el 27 de enero de 1981.

Del proceso de la constituyente saldrían también dos futuros presidentes de la República y un poderoso general: El nacionalista Rafael Leonardo Callejas (1990-1994) recientemente fallecido, quien había entrado en política como ministro del gobierno de Melgar Castro y posterior candidato a designado (vicepresidente) en la fórmula del nacionalista Ricardo Zúñiga, quien enfrentó a Rosuco. Igualmente, el liberal Carlos Roberto Flores (1998-2002), uno de los 35 diputados constituyentes liberales. El general en mención fue el tristemente célebre Gustavo Álvarez Martínez, el terror de los desaparecidos en Honduras hasta su caída en 1985 y posterior asesinato en 1989.

¿Qué pasó con Melgar Castro y “Polo” Paz? El primero siguió como directivo del Olimpia hasta su muerte en 1987. Su capital político y económico fue recogido por su esposa Nora de Melgar, posteriormente, candidata presidencial nacionalista y diputada. “Polo” Paz, en cambio, murió en el 2000 luchando contra el peor enemigo de toda su vida: El trago. (Por: Eris Gallegos)

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